Víctor Churay Roque, pintor indígena del pueblo bora. Falleció el 14 de abril del 2002 en Lima
Por Fernando Valdivia*
12 de abril, 2012.- Lo conocí en abril del 93, en pleno rodaje en la selva. Víctor Churay Roque, el hijo de Wahcayu, activo personaje de Pucaurquillo Bora y de doña Lea Roque, se acercó para conversar sobre mi actividad de camarógrafo y preguntar sobre las posibilidades de trabajo en la ciudad. Me pareció muy amable, abierto a las ideas, realmente simpático. No sabía que aquí se iniciaba una historia.
Año y medio después coincidimos en Lima, donde llegó por primera vez para ser premiado luego de ganar un concurso de Pintura Campesina. Empezamos a frecuentarnos y desde el inicio me gustó su iniciativa de mostrar la naturaleza e historia de su pueblo mediante sus obras "desde el punto de vista de un indígena" como él decía. Nos unía el objetivo común de mostrar la selva al mundo, solo que él pintando y yo haciendo documentales. Nos convertimos en aliados.
A medida que lo conocí, me di cuenta que era un sobreviviente de oficio. Por eso, a pesar de no tener ningún pariente en Lima, se las ingeniaba para acomodarse en casa de sus nuevos amigos. No tener un lugar fijo donde vivir fue quizás su principal problema en esos años. Estuvo viviendo en casi todos los distritos de Lima, ahí donde alguien le diera un espacio o donde le alquilaran un cuarto acorde con su economía de guerra, la que incrementaba vendiendo cada cierto tiempo "una llanchamita" como él llamaba a sus cuadros. Su cuerpo estaba acá pero su mente seguía en la selva, por eso sus cuadros -los que ahora pintaba rodeado del sonido de carros y bocinas- seguían teniendo como elemento central sus bosques, su historia y su cultura.
Otra cosa que lo caracterizaba era su amor por la fotografía y las imágenes en general, a todos lados iba con una camarita retratando amigos.
Además, con el premio ganado en el concurso de pintura compró un televisor y un VHS que llevó a su pueblo, los primeros en Pucaurquillo. Las fiestas, el fútbol, eran parte de su conversación, pero también los eventos académicos y exposiciones artísticas, todo aquello que tuviera color para él y que llenara sus múltiples dimensiones de nativo, de artista, historiador, bohemio, deportista, político: con su metro y medio, para nosotros era el popular y alegre Chato Vitín, como lo llamaban en su tierra.
Siempre contaba cosas coloridas y pintorescas con su particular humor, como aquellas experiencias junto a amigos de Pebas con quienes acudía a tomar ayahuasca cada vez que deseaban ver en la mareación a simpáticas boritas desnudas. Así decía entre risas.
En el 96 surgió la idea de hacer un documental sobre las expediciones de Víctor con su padre Wahcayu buscando el tinte azul natural en el bosque y sobre su intención de mostrar la cultura de los Bora al mundo. ¡BUSCANDO EL AZUL! , sugirió Mónica esa tarde de setiembre en una reunión de amigos en Lince, así se llamaría el documental. Teníamos el nombre pero no los recursos para hacerlo, sin embargo conseguimos ahorrar y en mayo del 97 viajamos hasta su pueblo para grabar las primeras escenas del proyecto.
Creo que en este viaje nos conocimos de verdad ya que pasar noches de lluvia en medio de bosques frondosos, cruzar quebraditas haciendo equilibrio sobre troncos, descubrir asombrados las ramas que brillan en la oscuridad y esquivar mordidas de víbora, nos unió más.
Allí descubrí que este nativo no era tan experto en temas de la selva como creí, aprendí que los nativos también fallan y se pierden en el bosque, tan lejos de esa imagen idealizada y homogénea que se presenta de ellos. Los días en medio del bosque nos hermanaron espiritualmente, rodeados de miles de invisibles cantores, que nos enseñaron a decir siempre, ante cualquier problemita aquella frase clave de Víctor para exorcizar problemas: "así es la selva".
Recuerdo también que en este viaje Víctor confesó, parado al pie de una serpiente jergón a la que acababa de matar, que nunca había ido a cazar al bosque y se sentía incapaz de quitarle la vida a ningún otro animal. Desde pequeño sus modelos predilectos eran mariposas, aves, la fauna de su tierra, era un contrasentido quitarles la vida a sus principales modelos. Pero así fue y en un solo día mató tres víboras que se le cruzaron, “esto es una saladera por no haber pedido permiso a la montaña para entrar” reflexionó luego con su padre Wahcayu.
Víctor regresó a Lima, varias veces, para hacerse de un lugar aquí, trabajar y estudiar. Lo apoyó mucha gente y nunca dejaba de mencionar a sus amigos del alma: Teté Anavitarte, Lili Saldaña (fotógrafa ucayalina recientemente fallecida), Manola Azariti, Pablo Macera entre muchos otros. Necesitaba personas claves para impulsar su carrera, Víctor las buscaba, las esperaba, no se amilanaba ni se sentía menos, es más, creo que su poderoso ego le impedía detenerse, pertenecía al clan Pelejo al que consideraba el clan más fuerte, pero además tenía una particular forma de llegar a la gente, con calidez, humor simpatía y picardía. Su gran logro fue ingresar a la carrera de Historia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos al inicio del nuevo milenio.
Y así, sobrevivía, dejando una estela de amigos por donde pasaba, como en ese largo viaje desde Pebas a Iquitos en el "Siempre Adelante", uno de esos barcos que transporta gente como buses flotantes del Amazonas. En cada parada del barco, siempre había alguien a quien visitar, alguien con quien compartir una cervecita o una media como se llama a la media botellita de cañazo que es la unidad de medida de las borracheras de esta parte de la selva.
La política le interesaba particularmente, era un alumno sanmarquino de corazón y acción, por eso participó activamente en las protestas estudiantiles contra el régimen dictatorial de Fujimori y estuvo en La Marcha de los Cuatro Suyos donde conoció palos, asfixia y desmayos. Incluso antes, cuando Fujimori visitó Pijuayal y Pebas, Víctor lo esperó con una comitiva en la desembocadura del río Ampiyacu para expresar su desacuerdo al tratado firmado con Ecuador y en el calor de las arengas, sus dientes postizos cayeron al río y se perdieron, así contaba sin perder su sonrisa en las reuniones.
Wahcayu, el padre de Víctor, nos decía el 2002 :
“el gobierno no puede hacer cosas sin consultar con nosotros, que somos los jefes los curacas. Antes que ellos vengan donde nosotros a convencernos, ellos deben mandar una comisión a consultar con nosotros las cosas, los proyectos. La opinión del gobierno la podemos escuchar y también ellos deben escuchar nuestra opinión, ellos hacen aquí lo que les da la gana sin consultar con nosotros. Yo como curaca no tengo convenios con el gobierno, porque este es mi monte, esta es nuestra tierra, así como ellos tienen su palacio yo también soy dueño de mi tierra y escuchando mis quejas deben venir a consultar con nosotros. Vengan a conversar con nosotros los jefes de las comunidades nativas”.
Nuestra última conversación con el Chato Vitín fue el viernes 11 de abril. Fue muy intensa porque en los próximos meses sería nombrado curaca de Pucaurquillo Bora en reemplazo de su padre e iniciaría la gestión de algunos proyectos necesarios en su comunidad. Además había sido invitado a postular en una lista como primer regidor del grupo político Unipol en las cercanas elecciones municipales en Pebas y –como si fuera poco- se estaba lanzando para postular al tercio estudiantil de la Facultad de Ciencias Sociales de San Marcos.
También hablamos de sus amigas, especialmente de la nueva chica que tenía en Pucaurquillo. Pactamos en vernos para tomarle una foto especial junto a una paisana bora de visita en Lima. Las imágenes nos unieron y fue conversando sobre imágenes que nos despedimos.
El 14 de abril del 2002, Víctor Churay Roque, el indígena bora del Clan Pelejo, fue encontrado sin vida al pie de un acantilado de San Miguel, en Lima. Las circunstancias poco claras de su muerte pintaron un nuevo escenario de leyendas urbanas donde los culpables eran adversarios políticos de la universidad, pintores celosos de sus logros y hasta un probable suicidio. A pesar de que las investigaciones policiales no lograron resultados, durante años su familia continuó investigando y tras interrogar a quienes estuvieron presentes en la reunión social donde se le vio por última vez, lograron establecer plenamente lo sucedido.
Durante la última visita que hice a Pucaurquillo, en marzo del 2012, abrieron cuidadosamente un viejo fólder plástico y me mostraron la foto del culpable de su muerte, imagen tomada en la fiesta donde Víctor habría sido agredido. Lo dijeron con mucha calma y sosiego, como si se hubiese cerrado el círculo de incertidumbre que por años no les permitió vivir con tranquilidad. Víctor tenía 29 años y había iniciado su tercer año en la universidad.
“Temporalmente se quedó en silencio lo que era el arte de la pintura indígena” nos dice Iginio Capino, pintor bora que sintió hondamente la pérdida del artista.
Sin embargo, el interés en la obra de Churay en la capital prosiguió tras su muerte. En agosto del 2003 la Universidad Ricardo Palma, con el impulso de Alfonso Castrillón y Maria Eugenia Yllía, expusieron sus obras y proyectaron Buscando el azul, el documental que quedó inconcluso y que -gracias al estímulo de Maria Eugenia- pudimos terminar para la ocasión. Paralelamente en la cuenca del Ampiyacu otros pintores fueron dándose a conocer y ganaron espacios.
El huitoto Santiago Yahuarcani ya pintaba cuando Víctor vivía, incluso cuenta que muchas veces fue visitado por él. Los mitos de su pueblo, narrados por su madre doña Martha López, tomaban vida en sus cuadros, especialmente el de Fidoma, el creador de los colores.
Rember, hijo de Santiago, se sumó al trabajo del arte y hoy es un reconocido pintor que alista una próxima nueva exposición en Argentina. En Pucaurquillo surgió Brus Rubio Churay, sobrino de Víctor, quien también se ha ganado un nombre en la escena pictórica nacional y este año inició estudios universitarios en la carrera de Filosofía.
Próximamente viajará a Francia gracias al concurso Pasaporte para un artista que logró ganar. Dennys Mosquera, bora también, ahora es profesor y un consumado pintor al igual que Jairo Churay -hermano de Víctor-, su sobrino Jander Collantes y Percy Díaz, autor este último de hermosos cuadros sobre aves.
“En Pebas el que empezó, fue Víctor Churay” resalta Iginio, hoy de 32 años y que -en algún momento- fue considerado su sucesor. La desaparición del paisano lo impulsó a progresar. Hoy es un flamante abogado que trabaja en el Poder Judicial de Loreto. “Él fue quien empezó este camino, abrió la puerta para que la gente se diera cuenta de que existe un arte indígena que debe ser mostrado… los gobiernos siempre nos han tenido olvidados, hay que mostrarse de alguna manera, sería como un grito desde el bosque: escuchennos, acá estamos, existimos, mírennos, esto es lo que hacemos”.
Víctor Churay con Alberto Quintanilla
Esta historia no termina, los niños y jóvenes que Víctor conoció han seguido su propio camino y a su modo están encontrando su propio azul, aquel tan afanosamente buscado por el bora pintor del Clan Pelejo. Donde esté el Chato Vitín debe sentir orgullo de ellos.
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* FernandoValdivia es comunicador social y documentalista, dirigió Buscando el Azul, documental sobre la vida de Víctor Churay, ganador del Gran Premio Anaconda en 2004.
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