Crisis Climática: Valencia y los Andes

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31 de octubre, 2024.- Si queremos que exista paz entre los humanos, tenemos que caminar en paz con la Madre Tierra, propiciando simultáneamente la justicia social y la justicia ecológica.

Una conexión de muerte: entre Valencia y los Andes

Por Alberto Acosta

Las sequías en los andes y las inundaciones en Valencia –sin minimizar sus especificidades– tienen mucho en común. Sin embargo, no basta atribuir esta relación al cambio climático. Los cambios de clima se han dado una y otra vez en la larga historia de la tierra. Ahora vivimos un colapso ecológico –muy complejo–, que lo hemos provocado los humanos.

Tampoco bastaría hablar de antropoceno, pues ese colapso –que también tiene su vertiente social– es producto del capitaloceno. Tal como afirmó el gran filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría

“El modo capitalista vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza”.

Aceptémoslo, la creciente desconexión del ser humano con la naturaleza ha provocado una guerra encarnizada en su contra

No acabamos de entender que la naturaleza tiene ciclos propios, que no pueden ser afectados por los humanos, sin que ella reaccione y se rebele. Entendamos que la creciente mercantilización y cosificación de la vida en todos sus órdenes configuran un sendero minado que conduce inexorablemente al terricidio.

Hacer las paces con la tierra y desde la tierra implica, entonces, disponer de agendas consensuadas por los pueblos para la acción teniendo en la mira superar los dispositivos de muerte imperante. Para lograrlo precisamos identificar con claridad todas las guerras que le agreden a la tierra, en sus múltiples frentes y formas.


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Tenemos como eje civilizatorio un sistema económico que sobreexplota y contamina sistemáticamente nuestra base de existencia. El productivismo y el consumismo bombardean inmisericordemente a la Madre Tierra. Los extractivismos –minero, petrolero– representan brutales invasiones sobre múltiples territorios. Los monocultivos y las falsas soluciones, como son los mercados de carbono o las semillas transgénicas, cañonean brutalmente la biodiversidad. La homogeneización del consumo acelera los ritmos de destrucción con enormes impactos ambientales por el distante transporte de alimentos, para mencionar apenas un punto crítico. La codicia, en definitiva, no para de destruir la vida, sean bosques, selvas, páramos, manglares...

A la par debemos enfrentar aquellas guerras encubiertas. Nos referimos a las formas de percibir, interpretar y experimentar la naturaleza, que parten, en concreto, de aquella suposición civilizatoria que considera a los humanos por fuera e incluso encima de ella para dominarla. Ese posicionamiento supone un impulso bélico inmerso en las violencias epistémicas y ontológicas que terminan por alentar el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, así como todo tipo de depredaciones a la naturaleza, siempre en nombre del “progreso” y del “desarrollo”. Y todo con una reverencia perversa al potencial de la ciencia y la tecnología, que en muchas ocasiones actúan también cual armas de destrucción ambiental.

A todo esto, se suman las conflagraciones propiamente dichas, entre los pueblos o contra los pueblos, como lo es el genocidio desatado por el Estado sionista en Palestina, que arrasa no solo con los humanos sino con la misma naturaleza.

Si queremos que exista paz entre los humanos, tenemos que caminar en paz con la Madre Tierra, propiciando simultáneamente la justicia social y la justicia ecológica.

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Fuente: Publicado en la cuenta de Twitter @AlbertoAcostaE el 31 de octubre de 2024 y reproducido en Servindi respetando sus condiciones: https://acortar.link/9i4LL9

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