Por Pedro García Hierro*
1 de abril, 2011.- El día 30 a las primeras horas de la madrugada falleció don Miqueas. Ha muerto muy solo y creo que los amigos al verlo en los últimos momentos como siempre, tan tranquilo, no pensamos que las cosas iban a ir así de rápidas.
Yo ya conocí a Miqueas con mucho camino recorrido. Había sido fundador de la organización pionera del movimiento indígena peruano, la que llegaría a ser la CECONSEC, y fue uno de los fundadores de la organización matriz de este movimiento, la AIDESEP.
Había organizado con mucho éxito a los productores de café ashánincas y fue uno de los primeros en luchar por la organización de los comuneros y la titulación de las tierras de las comunidades de la selva central. Fui su compañero de trabajo por muchos años.
Primero cuando se desempeñaba como director del Programa de Tierras de AIDESEP y después cuando, por dos períodos, la presidió. Miqueas llegó a la dirigencia con muy buena solvencia económica, como próspero cafetalero. Cuando regresó a su tierra, regresaba pobre y con algunas terribles desgracias familiares a cuestas. Pero su historia como dirigente de AIDESEP era un legado invalorable que debe enorgullecer a sus familiares y a sus paisanos y que de hecho enorgullece a quienes estuvimos a su lado.
Durante su gestión el movimiento indígena liderado por AIDESEP logró la demarcación de más de 7 millones de hectáreas de tierras. El período más fértil de la demarcación de tierras indígenas en el Perú. Y se consiguió en tiempos muy turbulentos. Dieciocho programas de titulación en toda la Amazonía, cientos de comunidades, pueblos enteros. En muchas regiones con la permanente sombra de la violencia detrás de los equipos de AIDESEP.
La conducción de don Miqueas, siempre en positivo, sonriente con esa sonrisa de los que no mienten, consiguió de los funcionarios del Estado peruano lo que parecía posible; no sólo la tierra sino la comprensión de ese derecho de los pueblos. Una comprensión que convirtió en aliados a muchos de esos funcionarios a nivel local.
Los conflictos con los campesinos pobres de las regiones a titular fueron solucionados de manera que nadie saliera dañado. Y así se consiguió también convertirlos en aliados contra los poderosos y abusivos dueños de fundos y mafiosos de la madera. El talante del señor Miqueas y su permanente calma espiritual marcaron un estilo de trabajo guiado por la sensatez en momentos en que tan necesario era no ofuscarse por la violencia de los tiempos y la crueldad de quienes se atribuían los intereses locales.
En su período se comenzaron a desarrollar iniciativas territoriales singulares como la renovación del sentido de la antigua figura de las Reservas Comunales. También entonces se demarcaron las primeras Reservas Territoriales para los pueblos de bosque adentro que, voluntaria o violentamente, no estaban dispuestos a perder sus formas de vida ancestral a cambio de promesas de un mundo mejor.
En Atalaya, durante el mandato de Miqueas, y bajo su conducción presencial y directa, se liberaron de una esclavitud indigna miles de sus paisanos, torturados y humillados cada día por patronos que constituían el “brazo ejecutivo” de los elegantes madereros que conversaban en Lima y Tarapoto sobre los modernos criterios del desarrollo forestal nacional. Y fue en ese proceso, de muchos años, donde nos dio a todos las mejores lecciones de coraje y convicción. Él salvó nuestras vidas con su tranquilidad en los momentos más pavorosos. Las anécdotas de aquellos tiempos, con matones a sueldo de los patronos decididos a no permitir cambios en el modelo económico local y con Sendero Luminoso al acecho de los equipos de demarcación, llenarían muchas páginas. Miqueas fue para sus compañeros un jefe equilibrado que dio la fuerza necesaria no sólo para continuar el trabajo sino para hacerlo con rabia o con entusiasmo.
Pero no solo los pueblos indígenas debieran recordar al señor Miqueas Mishari como uno de sus grande líderes: el Perú tiene también mucho que reconocerle en la pacificación del país. Ser líder en los tiempos de la violencia fue desgarrador para el señor Miqueas. En AIDESEP llegaban a diario noticias de masacres de comuneros, dicen que hasta 5,000 ashánincas perdieron la vida defendiendo sus vidas, sus tierras y su dignidad. Y Miqueas sufrió con cada una de esas muertes. Me consta que arriesgó su vida en diversas ocasiones obligado a afrontar parlamentos y viajes de alto riesgo durante toda la contienda en defensa de sus paisanos.
La historia de la guerra asháninca no ha sido difundida pero algún día este país debería honrar a quienes más contribuyeron a que este país sea lo que hoy es. Son muchos los políticos que asumieron méritos y todo tipo de ventajas aprovechando el mutismo de estos héroes silenciosos que, al regresar a sus casas después de la guerra, se encontraron en muchos casos con sus bosques ocupados por hacendados y madereros con “papeles” oficiales perpetrados en los despachos de Lima mientras los dueños de la tierra morían en los montes.
El señor Miqueas no fue un hombre de grandes discursos, no tenía muchos estudios, pero tenía una sabiduría reconocible a primera vista. Sabía armar equipo, sabía mantener la calma y tomar las decisiones correctas. Y estaba convencido de tener una misión que cumplir. Nadie podrá recordar un desaire ni una mala palabra de él, en muchos aspectos tenía la inocencia de un niño. Pero el señor Miqueas era, por sobre todo, un hombre valiente, extremadamente valiente.
Ahora el señor Miqueas se ha ido como vivió, calladito, sin bullicio. Falleció en un hospital público y sin recursos, con la única compañía de su humildad de hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra.
Deseo que descanse en paz y deseo, con todo mi corazón, que no caiga nunca en el olvido.
Señora Marta, familiares, amigos, pueblo asháninca, mi mas sentido pésame.
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