A pesar de que no son las principales víctimas de la xenofobia, los venezolanos sordos en Perú enfrentan las mismas dificultades de todas las personas sordas y con discapacidad que viven en un país que no brinda las condiciones necesarias para incluirlas correctamente. Sus historias son tan diversas como las de los migrantes oyentes, pero todas tienen el mismo eje: resistir desde el silencio y adaptarse a la tierra que los acogió.
Señas desde el silencio hacia la inclusión: historias de venezolanos sordos en Perú
Por Arnol Piedra.*
Servindi, 27 de setiembre, 2020.- “Cuando llegué dormí en la Asociación de Sordos, quienes me tendieron la mano durante un mes. No fue fácil para mí, nos tocó pedir dinero en la calle, entregando a la gente papelitos que indicaban que éramos sordos, que no conseguíamos trabajo y que necesitábamos dinero para pagar los servicios y la comida”, relata Mary Carmen López, 29 años y oriunda de Barquisimeto, quien llegó a Perú en compañía de su hermana y una amiga sorda.
“Sentí la xenofobia de los sordos peruanos a los sordos venezolanos. Hay pocas oportunidades para nosotros, al principio me costó pero con el tiempo pude adaptarme y empecé a trabajar en un colegio para sordos, en el que duré dos años y medio hasta que llegó la pandemia y tuve que renunciar porque redujeron el salario”, manifiesta Javier Ramirez, 38 años y natural de Mérida, un ingeniero y profesor que tiene la particularidad de expresarse a través de la oralidad.
“Las principales dificultades fueron económicas, no tenía donde dormir, me quedé en casa de un amigo sordo cuya familia me apoyó mucho. Estuve trabajando en una pollería. Me tocó luchar hasta que un año después encontré cierta estabilidad, pero la verdad es que no fue nada fácil”, expresa Jhon Rodriguez, 25 años y también de Mérida, quien vino solo desde Venezuela y tuvo que abandonar sus estudios de educación física debido a la crisis.
Estos son solo tres testimonios del total de migrantes venezolanos sordos que viven en Perú, cuyo número real se desconoce, aunque han habido esfuerzos ciudadanos por recopilar información de forma digital. Por ejemplo, Bliomar Requena, del colectivo Hablemos de Señas, contabilizó a unas 90 personas, mientras que Daniel Tarazona, activista de la ONG Mag-Thebay, solo pudo registrar a 27 personas debido a sus limitados recursos económicos. Sin embargo, ambos reconocen que la cifra verdadera probablemente es mayor a 100 y no puede ser calculada porque hay personas sin acceso a Internet.
Estas dos iniciativas buscan realizar las acciones de ayuda necesaria desde sus respectivos frentes: Hablemos de Señas ofrece capacitaciones virtuales a intérpretes y difunde información sobre la comunidad sorda en general; mientras que Mag-Thebay brinda apoyo a personas que necesitan prótesis auditivas específicas gracias a su alianza con la empresa privada y entidades internacionales como Save the Children o la Cruz Roja.
Las cifras oficiales que se tienen a la mano son las de los venezolanos que lograron obtener el Carnet de Discapacidad. Según estadísticas brindadas por el Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis), en Perú hay un total de 42 venezolanos con discapacidad auditiva que han conseguido el carnet de dicha institución, la gran mayoría son personas de entre 18 y 44 años. Posiblemente sean solo un porcentaje muy pequeño de la cifra real.
Sentí la xenofobia de los sordos peruanos a los sordos venezolanos. Hay pocas oportunidades para nosotros, al principio me costó pero con el tiempo pude adaptarme y empecé a trabajar en un colegio para sordos.
Este carnet les brinda a este sector de la población más posibilidades de integración laboral y acceso a diferentes programas sociales del Estado contemplados en la Ley Nº 29973 (Ley General de la Persona con Discapacidad), ya sean de salud, alimentación o vivienda. Esta ley también aplica a los ciudadanos extranjeros que logren acreditar su condición de discapacidad dentro del territorio peruano, mediante el apostillado de los documentos de su país de origen.
Si bien la obtención de dicho carnet parece una primera solución para los venezolanos sordos, el tema se convierte en una barrera para quienes carecen de la documentación necesaria. Actualmente se requiere el Carnet de Extranjería para poder acceder a él, pero el costo de este documentos y la lentitud de las citas desalientan su obtención. Muchos migrantes se ven obligados a priorizar su subsistencia, pero la ausencia del Carnet del Conadis les impide acceder a un empleo, cayendo así en un círculo sin salida.
De las tres personas sordas entrevistadas, solo Javier no consiguió el carnet debido a la complejidad del proceso y los requisitos. Mary Carmen y Jhon hicieron esfuerzos para obtenerlo. Con o sin carnet los tres lograron trabajar y salir adelante. A pesar de los beneficios del carnet —que algunas veces solo se cumplen en teoría o en el papel—, existen otros obstáculos a vencer en el camino por parte del total de la comunidad sorda venezolana.
Aprendiendo una nueva lengua
A diferencia de los migrantes oyentes, los migrantes sordos se enfrentan a una dificultad adicional al momento de integrarse al país de acogida, que es el hecho de tener que aprender una nueva lengua: la lengua de señas local. Es importante considerar que cada país tiene su propia lengua de señas, por lo tanto la Lengua de Señas Peruana (LSP) y la Lengua de Señas Venezolana (LSV) muestran muchas diferencias en cuanto a vocabulario y algunas en cuanto a estructura gramatical.
Muchos sordos venezolanos recién llegados tienen dificultades para comunicarse con los intérpretes peruanos, quienes desconocen la Lengua de Señas Venezolana, lo cual se ha convertido en una barrera para su acceso a los centros de salud y otras instituciones públicas, especialmente a las dependencias de la Superintendencia Nacional de Migraciones. A pesar de que la gran mayoría de extranjeros que acuden a dicha entidad son venezolanos, esta no cuenta con ningún intérprete de LSV, impulsando a muchos de ellos a aprender la LSP de forma rápida.
El aprendizaje puede tardar entre tres meses y dos años, dependiendo cuánto tiempo se dedique a estudiarla y practicarla. Al igual que en cualquier lengua oral, la inmersión y el contacto frecuente con otros usuarios acelera el proceso. “Cuando llegué a Perú no entendía nada. Pensé que iba a ser más difícil, pero con la dedicación y el sumergirme en la lengua me tomó aproximadamente unos tres meses aprender la Lengua de Señas Peruana, aunque todavía no la conozco a la perfección”, comenta Mary Carmen.
Para Jhon el aprendizaje también fue sencillo y actualmente domina la LSP en un 80%, aunque resalta que existen dos comunidades sordas en Perú con sus diferencias en la comunicación. “Es un detalle muy interesante, una comunidad habla una lengua de señas muy hermosa, y otra habla una lengua de señas no tan muda e influenciada por el español y el mundo del oyente. Creo que me he sabido adaptar bien a ambas comunidades”.
Adicionalmente, la situación de los venezolanos sordos nos hace observar que la Lengua de Señas Peruana necesita empoderarse más. Su reconocimiento por parte del Estado recién se dio en 2017, coincidiendo con el inicio del movimiento migratorio venezolano. “La LSP aún no tiene la categoría de patrimonio lingüístico o como uno de los idiomas del Perú. En cambio la situación es distinta en Venezuela, cuya lengua de señas viene siendo reconocida desde 1999”, indica Javier Ramirez, quien además es magíster en Educación y un aficionado a la lingüística.
Realidades diferentes
La mayoría de sordos venezolanos se enfrentan también a las condiciones de un país más rezagado en la inclusión de las personas sordas o con discapacidad auditiva. Venezuela es uno de los pocos países de América Latina donde los intérpretes de señas tienen formación académica en las universidades. Además, las aulas en las universidades estatales cuentan con intérpretes que facilitan el conocimiento a los alumnos sordos, haciendo que la educación superior sea más inclusiva que en Perú.
Los avances en el reconocimiento de la Lengua de Señas Peruana coincidieron con el movimiento migratorio venezolano en Perú, según se observa en esta línea de tiempo.
“En Venezuela la comunidad se apoya mutuamente. No nos sentimos con menos oportunidades porque tenemos acceso a la universidad, a la educación en nuestra lengua, y porque hay asociaciones que trabajan por los sordos. Veo que aquí en Perú los sordos no tienen un futuro. Ellos aspiran solamente a terminar el colegio para luego no poder acceder a la universidad y tener que trabajar en cualquier otra cosa. Entonces es una diferencia muy marcada”, explica Mary Carmen, quien tuvo la oportunidad de estudiar administración de empresas en su ciudad natal.
Para Jhon la sociedad venezolana tiene un mayor conocimiento sobre la comunidad sorda, lo cual genera un efecto importante. “Hay mucho más trabajo de parte de las asociaciones y eso permite una visualización mucho más positiva, la cual permite que el sordo pueda ser un elemento activo de la sociedad porque esta tiene mucha información sobre nosotros. En Perú se necesitan muchos más intérpretes y su escasez hace que el sordo no pueda integrarse a actividades cotidianas como ir al médico, asistir a una entrevista de trabajo o estudiar en la universidad”.
Esta diferente realidad afectó por igual a todos los sordos venezolanos, con educación superior o sin ella. Al igual que sus compatriotas oyentes, tuvieron dificultades para mantenerse y conseguir empleo, o se vieron obligados a recurrir a la informalidad y al apoyo de amigos y familiares. “Nunca en mí país me tocó pedir dinero en la calle, ni pedirle a alguien que me ayudará. Fue una experiencia muy dura que nunca imaginé. Le agradezco a Dios el haber podido adaptarme y que las cosas me vayan mejor ahora”, añade Mary Carmen.
En este punto se diluye un poco la línea imaginaria entre venezolanos y peruanos. Por ser sordos y carecer de acento, estos migrantes pasan desapercibidos y eluden los actos de xenofobia —salvo al momento de enseñar su documentación—. Sin embargo, empiezan a formar parte de un colectivo general de personas sordas o con cualquier otra discapacidad que tienen dificultades para conseguir trabajo y oportunidades para su desarrollo. Ya no se trata de ser venezolano, sino de ser una persona sorda o con discapacidad auditiva.
En Venezuela la comunidad se apoya mutuamente. No nos sentimos con menos oportunidades porque tenemos acceso a la universidad, a la educación en nuestra lengua, y porque hay asociaciones que trabajan por los sordos. Veo que aquí en Perú los sordos no tienen un futuro.
No obstante, al igual que en la población oyente, la xenofobia llega a emerger en algunos sectores de la población sorda peruana. Javier la vivió y para él fue mayor que en las personas oyentes, mientras que Jhon y Mary Carmen conocieron la solidaridad y apoyo de algunos miembros de la comunidad sorda local —gracias a la cual también pudieron aprender la Lengua de Señas Peruana—, pero igualmente fueron testigos del rechazo hacia sus amigos, familiares y compatriotas.
“La discriminación y xenofobia fueron más marcadas con mi familia. Al mantenerme en silencio, es como que no me afecta mucho. Sin embargo, soy una persona de carácter fuerte que trata de no hacer caso a eso. Simplemente trato de buscar las oportunidades y de fijarme en lo positivo. Simplemente se trata de aceptar una cultura distinta y de adaptarnos a ella. Con respeto se puede lograr un equilibrio y no sufrir este tipo de cosas”, sostiene Mary Carmen.
En busca de una inclusión
Para Bliomar Requena el tema de la inclusión parte de un cambio en el enfoque. En lugar de buscar una integración de los venezolanos sordos a la sociedad peruana, se debe buscar una integración general de todas las personas sordas a la comunidad de oyentes. “La comunidad peruana debe entender —como se ha hecho en otros países— la sordera no como algo médico que hay que solucionar, sino como una diferencia en nuestra sociedad que hay que aceptarla y convivir con ella, mediante un enfoque social o antropológico”, afirma.
Por otro lado, la ONG Mag-Thebay está trabajando una campaña que comunica que los sordos pueden ser partícipes en el área educativa y de atención al público. “Hemos observado que en las estaciones de transporte público y en otras instituciones no hay contratación de personas sordas que puedan entender a otros sordos. Entonces nuestra propuesta es que ellos sean incluidos en las ramas de atención al público de manera masiva, ya sea en el sector público o privado. Esa es la mejor forma de integrarlos”, revela Daniel Tarazona entusiasmado ante el proyecto.
Javier Rámirez dando una clase en video sobre el adverbio en Lengua de Señas Peruana. (Imagen: Captura de YouTube)
“Tratamos de hacer abogacía o incidencia que pueda influir en la toma de decisiones. El Carnet del Conadis es la primera aspiración en la que hemos tenido incidencia, porque es fundamental para acceder al SIS (Seguro Integral de Salud) y a otras políticas del Estado peruano”, señala Oscar Pérez, presidente de la Unión Venezolana en Perú, quien al conocer la ausencia de intérpretes de LSV en Migraciones, se mostró optimista. “Podemos también buscar hacer algún tipo de incidencia en este tema sabiendo la visión humanitaria de la superintendenta Roxana del Águila Tuesta”.
La comunidad peruana debe entender —como se ha hecho en otros países— la sordera no como algo médico que hay que solucionar, sino como una diferencia en nuestra sociedad que hay que aceptarla y convivir con ella.
Estas ideas o propuestas denotan que la ruta a la inclusión no debe dividirse por nacionalidades. Parece ser la mejor vía para olvidar la distinción entre migrantes y locales, y mitigar la ola de creciente xenofobia en el Perú. Los tres testimonios expuestos revelan que a pesar de las limitaciones y dificultades es posible para el migrante sordo trabajar de manera digna, integrarse en la sociedad, y contribuir con el país de acogida.
Estos tres venezolanos sordos no tienen por el momento planes de retorno a causa de la situación que vive su país. Mary Carmen logró un puesto de auxiliar de producción en una conocida empresa de fideos, Jhon trabaja en una pizzería en Miraflores y participa en un grupo de deportes, y Javier es profesor en Hablemos de Señas y tiene un canal de YouTube con contenido educativo para personas sordas. Con esfuerzo y paciencia, ellos alcanzaron la estabilidad que anhelaban.
“No tengo planes de volver a Venezuela, me imagino una vida aquí en Perú; sin embargo, no descarto la posibilidad de volver. Simplemente preferiría estar en un lugar donde pueda tener mejor calidad de vida. Mientras tenga oportunidades aquí me quedo, aparte que he hecho buenos amigos y personas que me quieren. Ya me he integrado bastante bien”, finaliza Jhon antes de despedirse moviendo la mano izquierda desde el mentón, una seña que significa agradecimiento.
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* Arnol Piedra es miembro del equipo de Servindi y periodista especializado en temas culturales.
Este reportaje fue publicado en el marco de la Semana Internacional de las Personas Sordas y del proyecto Puentes de Comunicación sobre cobertura de la migración venezolana en la región, el cual es impulsado por Efecto Cocuyo y DW Akademie, y cuenta con el apoyo del Ministerio Federal de Asuntos Exteriores de Alemania.
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