Goya: Los desastres de la guerra. |
- Un análisis de los discursos de representación política y los desafíos para su actualización y vigencia.
Servindi, 24 de marzo, 2015.- Un análisis más allá de la coyuntura realiza el antropólogo Efraín Jaramillo para explicar por qué las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) no representan a los pueblos indígenas en las mesas de negociación por la Paz que se realizan en Cuba.
El autor profundiza en reflexionar sobre qué hay detrás de la representación política y los discursos convencionales tanto de izquierda e indígenas -algunos con anclas en el pasado- , y que hoy enfrentan el desafío de responder a la realidad y la modernidad.
A continuación el artículo completo de Efraín Jaramillo, del Colectivo de Trabajo Jenzerá:
Los pueblos indígenas y la representación política(1)
Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
Por estos días se viene discutiendo sobre la ‘representación política’ de los pueblos indígenas y afrocolombianos en el proceso de negociaciones de la Habana. Algunos analistas de izquierda dan por descontado que los intereses de estos pueblos son representados por una de las partes de la mesa negociadora. Bien representados según ellos por las FARC. Esto es, para utilizar términos de Hannah Arendt, una ‘verdad de opinión’ y no una ‘verdad de hecho’. Una cosa es que las FARC y sus prosélitos presuman que representan los intereses de los pueblos indígenas y otra cosa que estos pueblos hayan depositado en las FARC esa representación, o se sientan representados por ellas.
Pero más allá de preguntarles a los propios interesados su opinión, que ya la han manifestado en muchas de sus alocuciones, expresando que no están ni se sienten representados por ninguna de las partes que dialogan en la Habana, si queremos discurrir sobre la razón para que exista esa opinión. Pues no basta que a las FARC le adjudiquen esta representación; tampoco que Paloma Valencia o el ex presidente Uribe le asignen a las FARC tal representación y comuniquen a través de exaltados y vagos señalamientos, sus deducciones de que la organización guerrillera es el poder que se sitúa detrás de las marchas indígenas. Indagar entonces cual es la historia de esta ‘opinión’, y que otras cosas hay detrás de ella, motivan estas líneas.
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El liderazgo indígena que se forjó en las luchas agrarias por la tierra a finales de los años 60, acogió el discurso político-ideológico de la más grande movilización campesina que ha habido en Colombia, después del levantamiento comunero de 1781 en el Virreinato de la Nueva Granada. Este discurso calificaba a los terratenientes y a los expoliadores de sus territorios y recursos como sus explotadores y principales adversarios; y a los campesinos, a los negros y a otros sectores excluidos del campo como sus amigos más inmediatos, con los cuales necesitan aliarse para mejorar la correlación de fuerzas en la arena política. Se refiere también a cambios estructurales radicales en la economía y en el Estado para superar el capitalismo, un sistema social injusto estrechamente ligado a los intereses de los centros de poder del imperio y otras expresiones que hacen parte del acervo conceptual de la izquierda revolucionaria de ese entonces: ‘lucha de clases’, ‘vanguardia’, ‘partido único’, violencia revolucionaria, etc. Este discurso indígena, embadurnado con este lenguaje de las corrientes de izquierda maoísta y trotskista, en boga por aquella época, no ha cambiado. En esencia. Basta mirar los comunicados y denuncias de las organizaciones indígenas, y los discursos de gran parte de su dirigencia para corroborarlo.
Decimos ‘en esencia’, porque cuando los indígenas comienzan a indagar y profundizar más respecto a sus mitos y leyendas de origen, comienzan también a descubrir rasgos históricos particulares que van a darle un fundamento doctrinario propio a sus luchas, manteniendo sin embargo el “patrimonio” ideológico que heredaron de las luchas agrarias. Una mixtura de esa simbiosis ideológica es la “Liberación de la Madre Tierra”. Antes llamada “Recuperación de las tierras de los resguardos”. Los ardientes discursos de líderes indígenas que inflaman ideológicamente las luchas de sus organizaciones utilizando esos términos de la izquierda, sería para sus detractores de la derecha, la prueba fehaciente del vínculo de los indígenas con sectores de izquierda, más concretamente con las FARC.
Esta prueba es sin embargo débil. Es una ‘verdad de opinión’, así muchos discursos indígenas, se desboquen y caigan invariablemente en una retórica populista que reduce el mundo a indígenas-víctimas y Estado-victimario, parecida a como lo hacen algunos sectores de la izquierda con aparatosa elocuencia. Lo que sí es evidente es que este tipo de lectura que hace la dirigencia indígena de sus luchas, ha conducido a que se gane romanticismo militante, a costa de perder realismo analítico.
Por su lado los partidos y movimientos de izquierda, con conductas paternalistas, pero en parte también por razones de ‘aprovechamiento táctico’ de coyunturas, “apadrinan” las movilizaciones indígenas, lo que también sería una señal distintiva de que representan los intereses indígenas. Un argumento deleznable, pues como veremos más adelante tanto el paternalismo como el aprovechamiento utilitario de sus demandas, no le han servido para nada a los indígenas. Aún más, han debilitado sus organizaciones.
El paternalismo, no es sólo propiedad de doctrinas cristianas, de ONG o de entidades estatales. También las FARC, por aquello de que ‘hay que alzar la voz por los que no la tienen’, se solidarizan con las causas indígenas; no obstante lo hacen sin asumir, en la mayoría de las veces sin entender, las implicaciones que tiene esa solidaridad para sus prácticas políticas. Cuando los indígenas exigen de las FARC el respeto por su autonomía organizativa, o las apremian para que abandonen el proselitismo político e ideológico en sus comunidades, o aún las exhortan a que abandonen sus zonas, allí finaliza la solidaridad y se agota su paciencia y su bondad. Y eso se entiende, pues en la organización guerrillera han sido escasos los esfuerzos por entender las nuevas realidades de nuestro tiempo, en especial aquellas que irrumpen en la escena política con movimientos sociales generados por demandas étnicas, de género, ecológicas, etc.; máxime cuando las FARC han sido renuentes a aceptar que en esos últimos 50 años han sucedido profundos cambios en la sociedad, en la economía y en la política. Anclados a ese pasado, el presente no existe.
En las marchas, manifestaciones y otros actos públicos donde hacen presencia, sus discursos exaltan los vejámenes y humillaciones sufridas en el pasado y con retórica populista apelan a emociones profundas y recuerdos lacerantes de la población relacionados con hechos violentos del pasado. Los pueblos indígenas (y no faltan afrocolombianos), llegan a esos eventos como invitados de honor a manera de “floreros”. De manera interesada. Ese permanente e insoportable dèjá vu utilitarista. Pues ¿qué mensaje puede ser más agitador que mostrar en sus filas a los sectores más ultrajados de la sociedad colombiana?. Esto además convoca a otros sectores humillados, que ya están dispuestos para la indignación.
Incoherencias sorprendentes en una fuerza autoproclamada revolucionaria, que de acuerdo a su propio relato fundacional, encuentra su razón de ser en la defensa de los intereses de trabajadores, campesinos, indígenas y afrocolombianos. Incoherencias en fin que muestran su indiferencia ante la multiculturalidad y el pluralismo político. Pero además de incoherencias, se trata también de divergencias entre las formas de actuar de una organización social y una organización político-militar, que rara vez convergen por la vía del diálogo y en igualdad de condiciones. Incoherencias y divergencias que revelan la incapacidad de la organización guerrillera para abrirse a experiencias nuevas. Prefieren mantener aquellas convenciones que les han permitido sobrevivir, con alguno que otro sobresalto, este medio siglo; evitando al máximo exponerse a la opinión crítica de un mundo cambiante y complejo. También desconocido (muchos guerrilleros, como el ‘mono Jojoy’ nacieron, crecieron, envejecieron y murieron en el monte). Ahí reside la fuerza de sus convenciones: “tienen vigencia a partir de ellas mismas”.(2) “…la completa y feliz ausencia de contaminación de cualquier realidad” (Kolakowski).
Los ya ‘veteranos’ y tremendamente aburridos comandantes de las FARC viven en la Habana el momento más feliz de sus vidas: un verdadero frenesí, pues nunca habían tenido tantas cámaras y atención de la opinión pública nacional e internacional. Afortunadamente esto sucede, así irrite al presidente Uribe. Y es en cierto modo importante y deseable que esto suceda, pues también por esa vía pueden las FARC estar percibiendo lo que nunca pudieron entender en el monte: que el poder que emana del fusil es también efímero, pues el poder no es la violencia ni la fuerza bruta (Hannah Arendt). Si de algo sabemos y podemos hablar con solvencia los colombianos es de las patologías que han dejado los conflictos armados en el país. Y como dicen las abuelas “ya no estamos más para esas cosas”. Porque ya felizmente superamos aquel momento trágico, cuando Álvaro Uribe intentó contagiar con su propia patología a toda la Nación, lo que pudo frenarse a tiempo. De haber transferido al país su patología, hubiera desencadenado una, esa sí, “verdadera hecatombe”, similar a la experimentada en la época de ‘La Violencia’, sumándole nuevos traumas a los colombianos.
Ese aire fresco que reciben las FARC como producto de sus interlocuciones con las víctimas puede llevarlas a comprender, por fin, que los colombianos vemos con horror los regueros de sangre que dejan tras de sí sus métodos de lucha. Sobre todo pueden estar también percibiendo que a los colombianos les gustaría ver que sus programas políticos se sometan al escrutinio ciudadano, como lo hicieron otros guerrilleros en el pasado reciente, guerrilleros que alguna vez también soñaron con la revolución armada, pero que se volvieron ‘sensatos’ y terminaron convirtiéndose en una columna débil, pero al fin columna, del marco institucional político del país, para buscar desde allí ampliar la democracia y construir el verdadero poder, el poder político. Pepe Mujica o Navarro Wolff, son ejemplos.
Paradójicamente algo parecido puede estar sucediendo en las organizaciones indígenas, salvando las distancias por supuesto. Sin desapego ideológico y sin someter sus prácticas y convenciones a una crítica racional, desestimando el auto-análisis y repudiando manifestaciones críticas que les llegan de afuera, mantienen vigencia una serie de tradiciones que le cierran la puerta a la modernidad y obstaculizan procesos democráticos, que también están en marcha en los pueblos indígenas.
No es bien visto por las organizaciones indígenas que se debatan de forma abierta los problemas “culturales” que se presentan a su interior, pues consideran que son asuntos propios de sus culturas, que no admiten intromisión alguna. Aunque preferiría no abandonar el marco de generalidad en que se desarrollan estas notas, debo mencionar algunos ejemplos que hieren la sensibilidad de propios y ajenos: ¿Alguien se acuerda de la ablación en comunidades embera de Risaralda?, que después de hacerse pública se supo que se presentaba en otros pueblos indígenas del país. O del suicidio de niñas y jóvenes provocado por las extenuantes jornadas de trabajo a que son sometidas, debido al agotamiento de los recursos ambientales de sus territorios.(3) Lo que sucede en estas relaciones familiares cotidianas, también se presenta en el campo de la cultura política (resabios heredados de la izquierda) que en general es propensa al autoritarismo, burocratismo, centralismo y a las compulsivas decisiones colectivas, que estamos acostumbrados a ver en las multitudinarias asambleas indígenas. Pues bien, esas prácticas siguen inalteradas, paradójicamente conviviendo con visiones idealizados de un pasado remoto de culturas que habría sido profundamente democráticas y no habrían conocido relaciones de explotación y subordinación.
No se puede ocultar que las afrentas y humillaciones que han sufrido los pueblos indígenas han dejado en ellos una huella resistente al paso de los tiempos, lo que se puede deducir de la lectura de los escritos, comunicados, denuncias y alocuciones de dirigentes e intelectuales indígenas. Las organizaciones también están permanentemente remitiéndose a los horrores del pasado para interpretar el presente y decidir sobre sus agendas de lucha. De esa manera quedan atados al pasado. Y no pueden pensar en tiempo futuro porque ese pasado está presente. Y en ese presente, que según Hannah Arendt era sólo un vacío entre dos tiempos, el ayer y el porvenir, los indígenas vienen malgastando sus vidas, pues atados al pasado y a sus convenciones no ven las potencialidades que ofrece el presente y el futuro. ¿No es precisamente esto lo que sucede también a las FARC? Y no es esto también lo que sucede a los terratenientes del Cauca, que estando atados al pasado y antaño habiendo sido amos y señores de indios, no pueden entender el presente y menos imaginar el futuro. “La historia, que duda cabe, es maestra en paradojas”(4).
Rueda un chiste en el Cauca de que un matrimonio ideal sería el de la bella y fogosa Paloma Valencia, perteneciente a la rancia oligarquía caucana y representante del uribismo duro, con el líder indígena Feliciano Valencia, cabeza visible de las movilizaciones por la liberación de la Madre Tierra.
Sería una de esas hegelianas “astucias de la historia”: Sus descendientes podrían por esa vía acceder a la modernidad.
Bogotá, 21 de marzo de 2015
(2) H.C.F. Mansilla: Indigenismo y conocimiento. http://polisfmires.blogspot.com/2012/09/
(4) Fernando Mires.
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* Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, grupo interdisciplinario e interétncreadoico a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga, fue dado al colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.
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