Por Jesús González Pazos*
14 de octubre, 2014.- Hace todavía unas pocas semanas que se celebró, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, la última Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático. Las noticias esos días nos hablaron del encendido de todas las alarmas ante las graves consecuencias que ya sufre el planeta y todos los seres vivos del mismo, incluido el ser humano; también nos decían que el futuro inmediato se presenta aún más grave.
Sin embargo, en unos pocos días nuevamente se dejó de hablar de este problema en los mismos grandes medios de comunicación y el asunto pareciera volver al olvido. Un resumen sencillo, casi telegráfico, de esta gran reunión de jefes de estado de todo el mundo podría hacerse señalando que la misma se ha reducido (una vez más) a grandes discursos, muchas buenas intenciones, pocas medidas prácticas y menos compromisos firmes para combatir realmente el cambio climático.
Cierto es que no se convocaba esta cumbre con la resuelta intención de alcanzar esos compromisos. Estos se pretenden lograr en la próxima cumbre, a celebrarse a finales de 2015 en París, con un nuevo tratado vinculante que sustituya al fracasado de Kioto para, sobre todo, la disminución de los gases de efecto invernadero. Pero el problema real es que el creciente y ya claramente percibido cambio climático exige ya tomar medidas profundas, y no seguir «mareando la perdiz» con conversaciones, consultas y buenas intenciones.
Esa es la cuestión esencial, y que los grandes poderes económicos y políticos pretenden seguir ocultando, que enfrentar este problema no puede seguir siendo retrasado. Es evidente que en esta actitud tienen mucho que ver el saber que dicha cuestión ha sido creada, precisamente, por las decisiones y actuaciones de estos poderes a lo largo de los dos últimos siglos, pero con especial gravedad en las últimas décadas.
Saben que si el problema se enfrenta en las dimensiones que debe de abordarse, se deberán cuestionar radicalmente los pilares más básicos del sistema capitalista y su modelo de desarrollo. Y eso es algo que se niegan a afrontar mientras sigan siendo poder dominante, porque ese sistema y ese modelo son precisamente la base del mismo.
A ello se suma el hecho de que quienes realmente sufren, a día de hoy, los peores efectos del cambio climático, a pesar de ser los menos responsables del mismo, son los todavía llamados países en vías de desarrollo, países alejados de esos centros de poder. Injusticia absoluta que tiene rostros y nombres en los millones de personas golpeadas casi diariamente por los desastres más devastadores como, entre otros, aquellos derivados de los fenómenos metereológicos extremos (sequías, inundaciones, tifones...). Entre ellos, y más específicamente, millones de mujeres que, una vez más, también sufren doblemente por su exposición permanente a la continua violación de los derechos más elementales y, en muchos de estos casos, por llevarlas a cargar con las consecuencias más duras de estos desastres, generalmente traducido en nuevas y mayores cotas de empobrecimiento.
Pero, al igual que hay protagonistas en lo negativo de estas situaciones, hay también unos titulares de obligaciones sobre las mismas; dicho de otra manera, hay claramente identificables unos responsables, también con caras y apellidos (generalmente la alta clase política y aquellos que engrosan consejos de administración de grandes transnacionales, bancos...). Aquellos que han propugnado y llevado adelante el actual modelo desenfrenado de desarrollo en el marco del sistema capitalista (expolio absoluto de la naturaleza, privatización de servicios y sectores productivos estratégicos, endeudamiento y austeridad, desaparición del estado y sumisión de la política a la economía), en la búsqueda única y permanente del máximo de beneficios y el aumento exponencial de sus tasas de ganancias a cualquier precio.
Y ese precio, además de en la explotación sistemática de las personas (precarización del trabajo, desvío de la riqueza generada por el trabajo hacia los grandes capitales...), se encuentra también en el aumento de la temperatura del planeta, el deshielo y subida del nivel de los mares, los altísimos grados de contaminación y degradación medioambiental, las sequías e inundaciones extremas... Esta es la cuenta de resultados que el sistema de desarrollo capitalista pretende seguir escondiendo, incluso cuando se reúne en las grandes cumbres internacionales.
Todo este escenario construido por dicho sistema hipoteca no solo las perspectivas de desarrollo sostenible de muchos pueblos y personas, sino también la propia existencia física de algunos países (estados insulares condenados a desaparecer tragados literalmente por los océanos) y la viabilidad de otros muchos como sociedades sostenibles, además de ejercer su dominio cuasi imperial sobre la mayoría de los pueblos. Por otra parte, y como ya se ha reiterado en multitud de estudios científicos, hoy está en cuestión la misma existencia de miles de ecosistemas (algunos ya desaparecidos) y, por lo tanto, la misma tierra como planeta apto para la vida humana.
La erradicación de la pobreza, la redistribución equitativa de la riqueza y la construcción de sociedades más justas y democráticas deberían seguir siendo prioridades para el mundo. Pero el actual modelo de desarrollo, con las innegables consecuencias ya mencionadas, no hace sino contribuir a que esos objetivos sigan siendo utopía inalcanzable para millones y millones de personas.
Por todo ello, habría que reiterar que no es aceptable, una vez más, el retraso en la adopción de medidas concretas y firmes para la urgente estabilización y disminución de las altas concentraciones de gases de efecto invernadero, a fin de reasegurar la vida en el planeta y combatir eficientemente el cambio climático. Pero hay que afirmar igualmente que tampoco es postergable la eliminación de la alta concentración de «gases nocivos para la vida humana digna»; léase como alta concentración de riqueza en unas pocas manos en detrimento de las mayorías y el mantenimiento del modelo actual modelo neoliberal de desarrollo capitalista.
Dígase con claridad. Ya no se trata solo de mitigar las consecuencias del cambio climático, «de seguir poniendo tiritas», sino de transformar radicalmente al responsable último de esta situación. Por eso, erradicar el sistema capitalista, protagonista de este proceso de deterioro de la vida, es una condición necesaria para la verdadera eliminación de la pobreza en el mundo, así como de las desigualdades de género y de riqueza entre los pueblos, al igual que las causas que, en suma, han generado en los últimos 200 años la situación de riesgo para la continuidad del planeta y para la propia existencia en el mismo. En suma, para asegurar la viabilidad hoy de la Tierra como espacio sostenible para la vida de las generaciones futuras.
Porque, tal y como declaró en las propias Naciones Unidas el presidente Evo Morales, «la solución a la crisis climática requiere cambios profundos en nuestras visiones del desarrollo, tenemos que promover un desarrollo integral en armonía con la Madre Naturaleza». Dicho de otra manera, ya que el capitalismo no ha contribuido sino a la destrucción sistemática de la naturaleza, hora es ya de reconocer que la solución al cambio climático y al desarrollo sostenible de los pueblos no puede estar ni venir de este sistema, aunque algunos quieran disfrazarlo de verde y sostenible. Pasó el tiempo de medidas mitigadoras o adaptativas al cambio climático. Es el tiempo de las alternativas profundas al modelo de desarrollo para realmente poder revertir las consecuencias dramáticas que ya vivimos las personas, los pueblos y el propio planeta Tierra.
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* Jesús González Pazos es miembro de Mugarik Gabe.
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