- Desde los movimientos de justicia socio-ambiental se ha levantado la consigna “cambiar el sistema: no el clima”, enfatizando que sólo será posible enfrentar y superar la crisis climática mediante transformaciones profundas en los modelos de desarrollo.
Por Eduardo Giesen
UdeChile, 10 de setiembre, 2014.- A fines del 2015, una nueva Conferencia de las Partes (COP 21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), deberá resolver sobre el marco político y normativo internacional que reemplazará al Protocolo de Kioto (PK) en el esfuerzo por frenar el calentamiento global, cuyo borrador se pretende avanzar en la COP 20 de Lima, en diciembre de este año.
En los movimientos sociales preocupados por la crisis global reina el escepticismo respecto de los espacios oficiales de negociación internacional, pues, una y otra vez, los gobiernos reunidos en sucesivas COP se han subordinado a los grandes intereses de los poderes económicos que profitan de la destrucción y depredación del planeta.
Las metas de reducción de gases de efecto invernadero establecidas para los países industrializados no han sido respetadas por muchos de los que suscribieron el PK –EEUU, el mayor emisor mundial, no lo hizo- y tampoco ha sido efectivo en sus objetivos, pues los países que sí han cumplido sus metas lo han hecho sólo de manera virtual, comprando créditos en los especulativos mercados de carbono, y gran parte de los países llamados “en vías de desarrollo” -no tienen compromisos de reducción- están siguiendo las pautas de desarrollo –de crecimiento económico y de emisiones- de los países industrializados. Entre estos, Chile destaca como uno de los líderes mundiales en aumento de emisiones per-cápita de carbono.
Contrariamente a los objetivos enunciados en la CMNUCC, las soluciones financieras y tecnológicas acordadas e impulsadas desde los espacios oficiales de negociación han contribuido a robustecer los patrones insustentables de producción y consumo que han causado la crisis climática y otras crisis globales.
Frente a esta dramática realidad, desde los movimientos de justicia socio-ambiental se ha levantado la consigna “CAMBIAR EL SISTEMA: NO EL CLIMA”, enfatizando que sólo será posible enfrentar y superar la crisis climática mediante transformaciones profundas en los modelos de desarrollo.
El carácter global del cambio climático, de sus impactos y también de las urgentes medidas para enfrentarlo, determinan la gran necesidad e importancia de los acuerdos internacionales en el marco de la ONU, y es por tanto, imprescindible la presión que pueda realizar, de manera presencial y masiva, la sociedad civil en el marco de las COP.
Por esto es que la COP 20 en Lima es una buena oportunidad para articular y movilizar a las organizaciones latinoamericanas, para, una vez más, promover desde nuestra región los cambios civilizatorios que exige la Madre Tierra, la Pachamama, la Ñuke Mapu.
Y por lo mismo, resulta meritoria la iniciativa del Gobierno venezolano de generar la denominada PreCOP Social de Cambio Climático, a comienzos de noviembre en la isla Margarita, donde un conjunto amplio y diverso de organizaciones internacionales y venezolanas podrán debatir y generar propuestas para ser presentadas en la última instancia política de Alto Nivel previa a la COP de Lima, con participación de los responsables de Cambio Climático de 40 países.
Sin embargo, es necesario entender que los profundos cambios políticos y económicos que urgen sólo se lograrán mediante la acción y la incidencia social en nuestros propios países, la que será también determinante para incidir en la posición que lleven y sostengan nuestros gobiernos en los espacios de negociación.
Asimismo, no es posible concebir una ciudadanía ambiental, ni menos climática, capaz de generar por sí sola estos cambios, los que deben impulsarse a través de movimientos sociales multisectoriales –comunidades, trabajadores, mujeres, pueblos indígenas, campesinos, pobladores urbanos, estudiantes- con nuevas visiones del mundo, de nuevos mundos, nuevas utopías y proyectos políticos, con nuevos modelos energéticos y agroalimentarios, nuevas ciudades, nuevas economías, nuevas relaciones entre los pueblos y naciones, entre los géneros y con la naturaleza. Quizás, mirando a nuestros pueblos originarios y sus culturas, debería reemplazarse todos los “nuevas” de este párrafo por “viejas”.
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