Kamala: los demócratas recuperaron la épica

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Pocos imaginaron que la vicepresidenta estadounidense, con una gestión de bajo perfil, podría encarnar el «shock narrativo» desplegado en la Convención demócrata tras el paso al costado de Joe Biden. Con una campaña que habla de libertad y futuro, Harris enfrenta el discurso apocalíptico de Donald Trump. No sin tensiones internas, sobre todo las referidas a la guerra en Gaza, el masivo y diverso cónclave de Chicago fue una suerte de Super Bowl demócrata.

El momento Kamala. Cómo los demócratas recuperaron la épica

Por Juan Elman*

Nueva Sociedad, 30 de agosto, 2024.- El jueves a las ocho de la noche, dos horas antes de que Kamala Harris saliera al escenario para cerrar la Convención, los pasillos del United Center de Chicago estaban repletos de gente y rumores. Los periodistas se apilaban en los accesos de seguridad para acceder al piso, donde estaban sentados los más de 4.000 delegados demócratas y que ahora aparecía vedado, lo que obligaba a buena parte de la prensa a seguir el acto desde las plateas. Entonces comenzó el cotilleo ¿Quién sería el invitado sorpresa del que las redes sociales hablaron durante todo el día? Se daba por descontado que tocaría Beyoncé, autora de «Freedom», la canción oficial de la campaña de Harris, por lo que los ojos estaban puestos en un orador sorpresa. Don Lemon, ex-presentador de CNN, deslizó que esa persona podría ser George Bush, el último presidente republicano antes de Trump.

Por unos minutos, la idea de que Bush podría aparecer en la Convención Demócrata –una idea absurda, desmentida rápidamente por sus asesores– pareció verosímil en el marco de esta Convención, probablemente la más espectacular de las últimas décadas. Durante cuatro días, los demócratas montaron un show cinematográfico lleno de historias, coreografías y discursos que llevó a algunos usuarios a compararlo con el Super Bowl. El guion construido durante los primeros tres días anticipaba un último gran giro narrativo.

Pero ni Bush ni Beyoncé salieron al escenario esa noche, ni hubo figura sorpresa. Los momentos previos al discurso de Kamala Harris estuvieron copados por políticos más grises que en los días anteriores e incluso menos articulados, como Leon Panetta, ex-director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y secretario de Defensa en la era Obama, que habló sobre el asesinato a Osama Bin Laden y terminó citando a Ronald Reagan. El giro elegido para la última noche era otro y quedaría claro con el discurso de Harris. La flamante candidata eligió un tono presidencial y asertivo: recuperó su pasado como fiscal general (de California) y llamó a la unidad nacional con las mismas palabras que usaba Reagan («Seré la presidenta de todos los estadounidenses»). Utilizó su historia personal para hablar de la clase media, y no de su identidad como mujer negra. A diferencia de otros discursos de campaña y de los clips en las redes sociales, regaló pocos chistes y habló de Trump como una amenaza nacional antes que como un «raro» (weird), como lo denominó eficazmente su compañero de fórmula, Tim Walz

Fue un discurso patriótico.

«Como comandante en jefe, me aseguraré de que Estados Unidos tenga siempre la fuerza de combate más fuerte y letal del mundo. Cumpliré nuestra sagrada obligación de cuidar a nuestras tropas y sus familias», dijo ante los delegados y el resto del público, que agitaba banderas estadounidenses –entregadas por los organizadores en las horas previas– y gritaba «U-S-A» con una efervescencia que no se había visto en la Convención Republicana. 

Si Harris eligió para el clímax del evento un discurso más sobrio y centrista, antecedida por oradores que además de Panetta incluían a Adam Kinzinger, un republicano no trumpista, fue porque todo el componente identitario de su candidatura y la renovada mística demócrata había sido volcada de sobra en los días anteriores. Harris tercerizó esa narración en otras figuras como Michelle y Barack Obama, los Clinton, Oprah Winfrey, un puñado de artistas y deportistas y hasta el propio Joe Biden, cuyo discurso del lunes a la noche –el primer día de la Convención– superó todas las expectativas. 

El presidente pudo defender su gestión como no había podido durante todo el año, de manera vigorosa por momentos, y concediéndose algunas improvisaciones. Lo hizo en su último gran discurso público, despidiéndose del partido y de una carrera política que duró 50 años. Biden logró escenificar, de manera natural, el giro imprevisto de la campaña, cuando Harris tomó la posta de la candidatura e inyectó en el partido una energía impensada en cualquiera de los escenarios que se proyectaban. Biden, ante la atenta mirada de Nancy Pelosi, la ex-presidenta de la Cámara Baja, que lideró la campaña de presión pública para que diera un paso al costado y que había quedado ubicada en primera fila, pasó la antorcha. Dijo que elegir a Harris fue la mejor decisión de su carrera, avisó que sería su «mejor voluntaria» y la recibió en el escenario. Los demócratas empezaban su Convención con el pie derecho.

El segundo día, Michelle Obama dio probablemente el mejor discurso del evento, cargado de invocaciones a la esperanza –la retórica de 2008, el grado cero del obamismo– y ataques directos a Trump. Tanto su discurso como el de su esposo, que fue más largo e incluyó referencias económicas, fueron conceptualmente densos. Los Obama articularon una defensa del liberalismo norteamericano, desde el trato entre personas hasta la forma de su orden político: la democracia. Hubo citas a Abraham Lincoln y una lectura del sentido de la historia. Fue el planteo más elaborado sobre el eje de la campaña demócrata, centrada en el concepto de libertad y que enmarca la disputa electoral como una disputa sobre el significado mismo de Estados Unidos, antes que como un referéndum sobre la democracia –como hizo Biden en 2020–. La idea fue retomada por Harris en su discurso, que describió estas elecciones como «las más importantes en la vida de nuestra nación».

La Convención ofreció también, para sorpresa de varios delegados y observadores cercanos, la constatación de que el partido, contra lo que se decía hace poco, renovó sus cuadros y tiene una oferta robusta. Ascendentes legisladoras como Alexandria Ocasio-Cortez y Jasmine Crockett, el ex-alcalde y secretario de Transporte, abiertamente gay, Pete Buttigieg, los gobernadores Josh Shapiro y Gretchen Whitmer, y el líder de la banca demócrata en la Cámara Baja, Hakeem Jeffries -además del ultracarismático Tim Walz, acompañante de fórmula de Harris-, demostraron con sus discursos que el partido tiene un recambio de figuras, diversas tanto en términos ideológicos como de perfiles demográficos, que los republicanos, atados a Trump, hoy no muestran. 

Pero el relato cuidadosamente escrito por el comité del partido se fue desgarrando a medida que la Convención avanzaba y se fisuró en la jornada final, cuando el reclamo por la guerra en Gaza se hizo imposible de ignorar. 

Comenzó con una protesta el lunes al mediodía, unas horas antes de la apertura oficial del evento. Unas 2.000 personas marcharon desde un parque de Chicago –ciudad que aloja a la comunidad palestina más grande de Estados Unidos– hasta las inmediaciones del estadio, justo antes del cordón de seguridad. En su mayoría jóvenes blancos, los manifestantes coreaban el eslogan «Free Palestine» [Palestina libre] mientras les recordaban a los líderes del partido el financiamiento y las armas que Estados Unidos provee a Israel. «Los Demócratas quieren un genocidio con buenos modales», se leía en una pancarta. Se trataba de la marcha contra la Convención que se organiza en todas las elecciones, con presencia de activistas y pequeños grupos de izquierda, pero este año estuvo centrada en Gaza y tuvo participación de votantes regulares del partido; algunos afirmaban que no tenían el voto de este año decidido e iban a esperar por la posición de Harris.

En los últimos dos días, sin embargo, la protesta se trasladó hacia dentro de la Convención. Impulsado por el grupo de los denominados delegados «no comprometidos» (uncommitted) de Minnesota, que fueron elegidos en las primarias como señal de protesta, el movimiento exigió la participación de una voz palestina en el programa de la Convención. Hasta el momento, el tema de la guerra solo había sido abordado por la familia de un rehén en Gaza y por algunos políticos progresistas como Bernie Sanders y Ocasio-Cortez, que reclamaron un cese al fuego (Biden también lo hizo). Los delegados se sentaron fuera del estadio pero dentro del perímetro de seguridad, es decir, dentro del espacio de la Convención, a esperar un llamado.

Ese llamado nunca llegó. Según contaron algunos delegados, el comando de Harris les ofreció una reunión privada pero rechazó cualquier tipo de intervención desde el escenario. El movimiento difundió entonces el discurso que tenía previsto, a cargo de Ruwa Romman, una legisladora estatal de Georgia de origen palestino, que finalmente fue leído el jueves a la tarde ante un pequeño grupo de periodistas. La oradora se quebró delante de las cámaras y dijo que no podía entender la posición del partido. Pero, en privado, los delegados apuntaban al «lobby pro-Israel», al que responsabilizaban de algunas derrotas de candidatos progresistas en las primarias demócratas de este año. Los grupos pro-Israel tuvieron probablemente una presencia más sutil que otros años, y para acceder a los eventos paralelos los requerimientos de seguridad eran más invasivos que para el resto, pero eran identificables.

El lunes fue el lanzamiento del Zioness Action Fund, una organización que se define como «descaradamente progresista, y sionistas sin complejos, apasionantemente pro-Kamala y prodemócrata» y a la que asistieron altos congresistas. El jueves, el Jewish Democratic Council of America (JDCA) organizó una charla sobre antisemitismo en la que habló Doug Emhoff, el esposo de Harris, justo cuando comenzaba la segunda protesta callejera. Esa noche, la candidata se refirió al tema, pero comenzó apoyando asertivamente «el derecho de Israel a defenderse», lo que provocó algunos gritos aislados de «Palestina libre» entre el público, que no se escucharon en la transmisión oficial. Luego pidió el fin de la guerra para que «el pueblo palestino pueda hacer realidad su derecho a la dignidad, la seguridad, la libertad y la autodeterminación», buscando reconciliar el reclamo con su discurso.

El episodio ilustra no solo cómo la guerra en Gaza divide al Partido Demócrata, sino también el difícil equilibrio que propone Kamala Harris, que ya ha rectificado algunas propuestas más progresistas, como su oposición al fracking, y se define más bien en términos amplios, resaltando tanto su rol como fiscal como su apoyo a los sindicatos y a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, una línea que no es nueva y viene del gobierno de Biden. Hacia el final, la Convención demostró que la candidatura de Kamala es un shock narrativo antes que programático, y que hay temas en los que el partido decide mirar hacia otro lado. Además de Gaza, el otro gran ejemplo fue inmigración, en el que la línea fue atacar a Trump por su oposición a un acuerdo bipartidista antes que por su enfoque estructural de la política migratoria.

En una Convención donde había historias conmovedoras de todos los temas posibles –aborto, tiroteos masivos, el ataque al Capitolio–, los democrátas no ofrecían un contrarrelato en el principal tema de campaña para los republicanos. Y si no había historias que atacaran a las políticas migratorias de Trump, era porque las de Biden y Harris se les parecen. Aun así, resaltó la presencia de la izquierda partidaria, como Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders en el prime time de la Convención, lo que muestra que la candidata no puede dejar de lado a esta corriente que creció con fuerza en los últimos años.

La campaña apuesta al «shock narrativo», construido en torno de la identidad de Kamala Harris y en espejo de la esperanza obamista de 2008, para recuperar a los votantes progresistas desencantados con Biden, cuyas principales líneas de acción son reivindicadas para conservar a los moderados.

Ese equilibrio precario está funcionando: Harris encabeza varias encuestas a escala nacional y en estados competitivos que definirán la elección. Aunque el escenario es de paridad, el movimiento era impensado hace un mes y se explica por el renovado entusiasmo entre las bases demócratas (Trump, aun desorientado, no pierde apoyo significativo en esas encuestas). Si Harris puede mantenerlo será justamente por la sorpresa de esta campaña: los demócratas lograron construir una fórmula competitiva a pocos meses de las elecciones, y extendieron el boost de energía con el anuncio de la fórmula completa y la Convención. Ahora, que falta poco más de un mes para que comience la votación anticipada y apenas más de dos para las elecciones generales, hay menos tiempo para que la percepción inicial sobre Kamala Harris se revierta. 

Quizás la retirada tardía de Biden se produjo en el momento justo para salvar a los demócratas.

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* Juan Elman es politólogo y periodista especializado en política internacional.

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Fuente: Publicado en Nueva Sociedad de agosto de 2024 y reproducido en Servindi respetando sus condiciones: https://acortar.link/HfohSy

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