Por Jorge Agurto
30 de marzo,2024.- Una de la manifestaciones de la crisis de la seudodemocracia peruana es el desparpajo de los políticos y políticas para mentir con descaro frente a las cámaras para ocultar sus tropelías.
Cuando las evidencias son elocuentes no admiten sus errores. Mienten y mienten haciéndose las víctimas. No hay asomo de dignidad en nuestros politicastros, hijos e hijas de la fanfarria y la viveza criolla.
Este es el caso de Dina Boluarte, la última jefe de Estado peruano, que estoy seguro tendrá en un futuro no muy lejano un hogar austero en una cárcel peruana, junto a otros mandatarios en proceso que se creyeron iluminados por el poder.
Y es que ella es una nueva víctima del poder. De ese poder político que te atrapa, endulza, encandila y hace sentirte muy por encima de los demás y de la realidad.
Las personas que prueban las mieles del poder se acostumbran a él y piensan que nunca lo van a perder. Pierden la noción del tiempo y de lo efímero que son las cosas e incluso la propia vida.
Como destaca la congresista cusqueña Ruth Luque, Dina Boluarte debe ser sancionada principalmente por las decenas de víctimas que ocasionó su gobierno, en dupla con su primer ministro Alberto Otárola.
Carlincatura de Carlos Tovar. Fuente: diario La República.
El caso de los relojes Rolex y las pulseras Cartier que ha lucido la alicaída presidenta de la República de Perú es un caso que obviamente debe ser investigado. Más aún si antes de ser presidenta no exhibía riqueza alguna.
De verificarse la autenticidad de las joyas ella tendría que explicar no sólo cómo las ha obtenido sino también por qué no las ha declarado como bienes si superan las dos unidades impositivas tributarias (UIT).
La Contraloría General de la República dispuso en una resolución de 2015 que los funcionarios están obligados a declarar bienes que superen las 2 UIT, lo que equivale a S/9.900.
En caso de los relojes Rolex y las pulseras Cartier cada prenda superar ostensiblemente dicho monto, y esto trae a colación la sospecha de que las haya recibido como prebenda a cambio de favores políticos.
Sucede que la prensa carnavalesca suele prestar mayor atención a lo escandaloso antes que a lo serio y profundo. Encuentra regocijo en la comidilla, en el chisme, en la elucubración.
Mucho se está escribiendo sobre el tema, pero quiero rescatar en mi recuerdo la crónica “El oro de Boluarte” del periodista Carlos León Moya, escrito en el semanario Hildebrandt en sus trece del 15 de marzo de 2024.
El hace una asociación inteligente entre la agenda prominera del Congreso de la República y el caso de los relojes Rolex. Culmina su artículo con un análisis que me parece genial:
“¿Y qué empresas no tienen una trazabilidad fiable del oro que utilizan? Sí, las de relojes. Ellos mismos fiscalizan el origen de su oro, y no una entidad independiente. Entonces ese oro puede producirse en Madre de Dios –con trata de personas– y salir hacia el extranjero, volverse reloj, regresar al Perú y terminar en la muñeca de Boluarte en una charla sobre brechas sociales.”(p. 14)
Ironía fina como el oro, como la realidad.
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