¿Reconciliación o polarización?

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"No es que el fujimorismo y PPK sean enemigos. Pueden ser rivales ocasionales en el reparto de la torta pero enemigos, no son", analiza el periodista Hernán de la Cruz Enciso.

Por Hernán de la Cruz Enciso*

28 de febrero, 2018.- Un golpe teatral, con la APRA y el fujimorismo como sus actores principales. Eso es lo que sucedió en el escenario político en diciembre. El objetivo: tratar de salvar de la cárcel a PPK, Keiko Fujimori y Alan García (involucrados en el caso Odebrecht).

Este salto de malabarista, que contó con la anuencia poco disimulada de PPK y la asistencia de un bufón llamado Frente Amplio, tuvo también un segundo objetivo: preparar el terreno para que en un mediano plazo uno de los Fujimori –eso creen– caiga sentado en el sillón de Palacio de Gobierno. El indulto ilegal de Fujimori fue, en realidad, solo una cortina de humo, pues el jefe de la mafia, esté en la cárcel o esté en libertad, ha de ser enterrado para siempre (por sus crímenes) en el lodo de la Historia.

Hasta diciembre, el escenario era distinto. A pesar de que aún no había terminado de morir (políticamente), las moscas ya planeaban sobre el cuerpo agonizante de PPK. Porque PPK es el presidente sin nadie: carece de una estructura política partidaria nacional, no tiene una bancada sólida en el Congreso y, para completar su soledad, no cuenta con operadores políticos que le ayuden a capear los temporales. Por eso, por ser un presidente débil (de carácter y políticamente), para que termine su gobierno solo le quedaba escoger un camino entre dos: o aliarse con la calle, o arrimarse al fujimorismo.

Prefirió lo segundo, entregándole la SUNAT, la Defensoría del Pueblo, la Contraloría y el Banco Central de Reserva. No es que el fujimorismo y PPK sean enemigos. Pueden ser rivales ocasionales en el reparto de la torta pero enemigos, no son: respiran por la misma garganta (la Constitución del 93), comparten el mismo pensamiento sobre los peruanos (que todos somos cojudos) y carecen de escrúpulos a la hora de robarle al país. La única diferencia entre los dos es que PPK no mata a sus opositores, como sí lo hacía el fujimontesinismo.

Desde diciembre para adelante las cosas han cambiado. Ahora gobiernan la APRA y el fujimorismo, con un presidente decorativo llamado PPK. El fujimontesinismo tiene en sus manos dos ministerios fundamentales en el control represivo del país: Interior y Defensa. En Interior se encuentra Vicente Romero, que aparece en algunas fotos repartiendo material de campaña junto con Keiko Fujimori. Romero es especialista en orden interno y análisis de inteligencia. De allí que como su primer trabajo, el día de la marcha pacífica contra el indulto de Fujimori hizo cortar la luz de la plaza Dos de Mayo y ordenó echar bombas en la avenida Arequipa. Ahora está matando campesinos en varios puntos del país. El siguiente paso serán los reglajes contra toda voz que demande cambios, y no se descarta asesinatos selectivos... En Defensa se encuentra Jorge Kisic. Según la Comisión Investigadora del Caso Montesinos, Kisic estuvo involucrado en los malos manejos de la Caja Militar Policial, y fue sentenciado en su momento a cuatro años de prisión suspendida, pero solo unos días antes de ser elegido ministro, el 27 de diciembre del 2017, su sentencia fue anulada. La APRA controla, a su vez, dos ministerios.

El primer trabajo de esta malévola alianza (APRA y Fujimori) es sacar con juicios de la carrera electoral a líderes regionales y nacionales, para ir limpiando el camino para las elecciones nacionales. Uno de esos casos es el de Walter Aduviri, el líder aimara que le bajó el pantalón al gobierno aprista durante el Aimarazo.

No es que el fujimorismo y PPK sean enemigos. Pueden ser rivales ocasionales en el reparto de la torta pero enemigos, no son: respiran por la misma garganta (la Constitución del 93), comparten el mismo pensamiento sobre los peruanos (que todos somos cojudos) y carecen de escrúpulos a la hora de robarle al país. La única diferencia entre los dos es que PPK no mata a sus opositores, como sí lo hacía el fujimontesinismo.

Es pues la venganza de la APRA (que controla jueces y fiscales), un partido moribundo que para sobrevivir tiene que sacrificar líderes nuevos (“En Perú el presidente tiene un poder, no puede hacer presidente al que él quisiera, pero sí puede evitar que sea presidente quien él no quiere”, dijo alguna vez Alan García) e impedir la inscripción de partidos nuevos, evitando la renovación política que demanda toda sana democracia (aprobaron la ley que eleva a más de medio millón la cantidad de firmas para inscribir un partido). En el caso de Aduviri se trata de persecución política, y la verdad es que de tanto perseguirlo, en un mediano plazo le harán Presidente de la República. Porque su condena (siete años de cárcel) no es por ladrón o asesino, sino por defender los derechos del Pueblo Aimara.

¿Reconciliación o polarización?

Después de liberar a Fujimori, PPK nos llamó a la reconciliación. ¿Puede haber reconciliación con el terrorismo y con la corrupción? ¿Puede haber reconciliación donde nunca hubo una conciliación? De ninguna manera.

La verdad es que la polarización se viene ahondando. ¿Y polarización entre quiénes? En cierto momento, los medios de información masiva (MIM) querían que el país se polarice entre fujimorismo y antifujimorismo. Después nos dijeron que la polarización era entre los hermanos Fujimori (Keiko y Kenji), por la herencia política de su padre. (Ante la posibilidad de que Keiko entre a la cárcel, van a fingir una ruptura entre los hermanos, para salvar al fujimorismo). Luego inventaron una falacia, la fórmula fujimorismo versus terrorismo, y nos dijeron que el fujimorismo representaba al bien y el terrorismo al mal, y nos presentaron a Fujimori (el mayor criminal de la historia peruana, solo superado por Abimael Guzmán y Francisco Pizarro) como si se tratara de un santo. A todo opositor de Fujimori empezaron a llamar “terruco” (incluso a quienes hemos pasado por los cuarteles). Un juego de palabras y de sicosociales de la mafia para que el apellido “Fujimori” sea el centro de la discusión nacional, el protagonista del escenario político.

Luego los MIM nos dijeron que la polarización era entre Jorge del Castillo y Mauricio Mulder, apristas ambos (y conste que, por lo menos en esto, la APRA no es, como dicen, un manicomio dirigido por uno de los locos, sino una mafia bien organizada). Es la ya legendaria escopeta de dos cañones. Es decir, aparentan peleas partidarias internas para repartirse la torta. O, entendiéndolo de otro modo, con una mano te golpean y con la otra te acarician.

¿Y cómo respondieron desde la oposición? Diciendo que la polarización es entre izquierda y derecha. ¿Cómo? Decir que en el Perú hay una izquierda, significa reconocer que hay una derecha; y llamar derecha a los parásitos que succionan la sangre de los peruanos, es simplemente un error: es darles categoría. Las economías apátridas que han secuestrado el país no se merecen un nombre simpático como “derecha”, sino hay que llamarlas por su propio nombre: mafias que controlan los poderes económico, político, militar y mediático para beneficio de unos pocos y para saquear el país. En otros países hay una izquierda que pelea por los reconocimientos sociales y por el cambio, mientras que hay una clase empresarial dirigente (conservadora) que, si bien pelea por sus intereses, busca el bien común. En el Perú eso no sucede. En el Perú llaman “izquierda” a los cojos de la esquina que se arranchan las muletas para que no camine ninguno.

La verdadera polarización se resume en esta frase: o estás con el Perú, o estás contra el Perú. Y, en este marco, la polarización es entre los muchos y los pocos. A este lado se encuentran los muchos patriotas honestos de a pie que piden transformaciones profundas, los indignados que claman democracia y libertad, los peruanos que hacen caminar la gran locomotora económica.

Al otro lado se encuentran los enemigos de la Patria, que son pocos: los ladrones que se cargaron en peso el país cuando les tocó llegar a Palacio, los que vendieron el país por pedacitos, los que llevaron (o permitieron que lleven) a la Patria a la situación de humillación histórica y a la pobreza total a pesar de que el nuestro es uno de los países más ricos del mundo. Por tanto, los Fujimori, los Alan, los Toledo, los Humala, los PPK –los representantes políticos de esa mafia– son enemigos del Perú.

Terrorismo para brillar

Todos los países tuvieron peleas internas o guerras civiles. Si las guerras son temporales, los odios también lo son, mucho más si se trata de una pelea entre ciudadanos de un mismo país. ¿Recuerdan la primera Guerra mundial, cuando alemanes y franceses se buscaban desesperadamente por aire, mar y tierra para matarse y terminaron enterrándose por millones en los recovecos de las trincheras? El odio se estableció en los corazones hasta el límite de lo ridículo y los llevó al extremo de tener cinco mapas distintos en solo cinco años. Ahora los descendientes de esos soldados enemigos se casan o toman café en esa sola nación económica en que se ha convertido toda Europa.

El Perú también tuvo sus guerras internas, sobre todo en los años ochenta y noventa. Pero ya veníamos superando esa etapa negra de nuestra historia, cuando de pronto aparecen los Fujimori tratando de convertir el odio temporal en permanente.

Debe ser porque la única manera de que pueda brillar la estrella muerta (Fujimori) es recorriendo a la palabra “terrorismo”. Como los murciélagos, necesitan sangre para seguir vigentes, aunque con ello puedan infectar de rabia a medio país. Porque, en el fondo, el fujimorismo no tiene propuestas sostenibles y coherentes para el país.

¿A favor de los pobres? Yo no le creo a los Fujimori cuando hablan de trabajar a favor de los pobres. En 1990, Fujimori le ganó a Mario Vargas Llosa (“el candidato de los ricos”) con el apoyo de los pobres al ofrecerles “honradez, trabajo y tecnología”. La propuesta sólo sirvió para llegar a Palacio. El “candidato de los pobres” cambió de pellejo no bien llegó al poder: de inofensiva lagartija pasó a voraz y peligroso lagarto. Se rodeó de los ricos del país y nos llevó a la peor etapa de nuestra historia. Intentó acabar con la pobreza esterilizando a los pobres para que no tengan más hijos mientras traía chinos por miles para que ocupen el lugar de los peruanos que no nacerían nunca. A los pobres les repartía comida contaminada con sicoquímicos para que no puedan reaccionar ni protestar y les regalaba cuadernitos y uniformes en vez de darles un trabajo digno.

¿Honradez? La mafia se cargó el país en peso. Los fujimoristas se volvieron millonarios con el dinero de todos los peruanos. Entregaron casi todas las empresas estatales a sus allegados. Por poco privatizan nuestras casas y las calles. Una parte de ese dinero (seis mil millones) se llevaron a bancos del exterior.

¿Trabajo? Fujimori ofreció trabajo para todos (como ahora) pero despidió miles de trabajadores y acabó con la estabilidad laboral, convirtiéndonos en el país de los cachuelos. Fueron creación del fujimorismo los services que les roban a los trabajadores. A los jóvenes de entonces nos prometió el futuro (como ahora) y nos robó el presente. Abrió nuestro mercado a los chinos, a la competencia desleal (dumping), y ahora nuestros pequeños empresarios de Gamarra (fabricantes de ropa y zapatos) se encuentran al borde de la quiebra. Desde esos años hasta ahora se fueron del país casi tres millones de peruanos, principalmente jóvenes, en busca de ocupación, como consecuencia del modelo económico que enriquece a unos pocos y empobrece a las mayorías.

¿Tecnología? Somos un país “picapiedras”. En eso nos ha convertido Fujimori y los siguientes presidentes que aplicaron el mismo modelo económico y la misma Constitución. Vendemos piedras (minerales) a precio de gallina flaca y compramos productos fabricados con esas mismas piedras pero costando miles de dólares. Cero en tecnología. Compramos chatarra, llenando las calles de carros de segunda mano.

¿Educación? Fujimori firmó con el Fondo Monetario Internacional (FMI) una carta de intención que posicionó a la educación peruana en el último lugar en Latinoamérica, sólo encima de unos cuantos países. Según ese compromiso de sometimiento, el Perú debe destinar a la educación menos del 4% del Producto Bruto Interno. Los dueños del FMI (Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón, España y otros) nunca permitirán que destinemos más dinero a la educación. No les conviene. Destinando, por ejemplo, un 15% de nuestro PBI a ese rubro (como los países europeos), en veinte años nos industrializaríamos y superaríamos a esos países, quitándoles el mercado mundial (porque tenemos materias primas).

Y ahora, los que nos robaron a todos los peruanos (los Fujimori, Martha Chávez, las Chacón, los mismos de antes pero con un nuevo rostro, Keiko o Kenji), nos hablan de honestidad. Los que llevaron al país a la dependencia total, nos hablan de cambio. Los que beneficiaron a los extranjeros, hablan de promover al empresariado peruano (las empresas peruanas son asfixiadas con impuestos antitécnicos, mientras las multinacionales tienen privilegios). Los que implantaron una de las dictaduras más implacables de esta parte del mundo, hablan de democracia.

La patria en agonía

Dicen que avanzamos con el modelo económico diseñado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. ¿Hacia dónde avanzamos? Hacia la bancarrota total. La prensa y los políticos no lo dicen, pero solamente para sobrevivir en el último gobierno, en diecisiete meses, el Perú se ha endeudado por cuarenta mil millones de dólares y el déficit fiscal supera los veinticinco mil millones.

No se trata de PPK o de los Fujimori, o de Alan García o de Alejandro Toledo, o de Ollanta Humala (ladrones todos, según las últimas investigaciones). Se trata de la corrupción y del manejo económico del país, con el falso membrete de liberalismo. Y se trata de la Constitución. Pero, sobre todo, se trata de ese algo fundamental con que cuenta todo país que digne llamarse tal: nos falta un Proyecto Histórico.

¿Y a qué llamamos Proyecto Histórico? Lo explicaremos de un modo más o menos sencillo: Juan Quispe tiene dos hijos y dos hectáreas de chacra. Cuando muera Juan Quispe, sus dos hijos se repartirán esa chacra a una hectárea cada uno. Supongamos que los hijos de Juan Quispe también tengan dos hijos cada uno. A cada quien le tocará media hectárea de esa chacra. Cien años después, luego de cuatro generaciones, a los tataranietos de Juan Quispe solo les tocará cien metros cuadrados de tierra.

¿Cómo se llama eso? Decadencia familiar de los Quispes. Si Juan Quispe abuelo se hubiese proyectado para varias generaciones, educaba al primer hijo y dejaba dos hectáreas de chacra al segundo hijo, así sucesivamente por las generaciones siguientes, de modo que aseguraba la supervivencia de su descendencia… Para no terminar en la decadencia total, toda familia planifica y diseña su futuro para muchos años, tomando en cuenta sus fortalezas personales y los elementos del medio que le sirvan para ese fin.

Igualmente, todo pueblo y toda Nación se proyectan, mínimo, para doscientos o trescientos años. Hubo a lo largo de la Historia pueblos burdeles, por voluntad propia o por imposición, así como hay en la actualidad pueblos fábricas y pueblos metrópolis y pueblos gendarmes, cada uno desempeñando el papel de líder o de gusano ante los demás. Los pueblos que no se proyectaron fueron borrados del mapa o engullidos por potencias extranjeras, tal vez no territorialmente pero sí económicamente.

Con el África los europeos se divirtieron como esos niños que juegan dibujando mapas en el suelo, haciéndolos pelear tribu contra tribu, inventando –según sus conveniencias– países de corta o larga duración, hasta que vaciaron los recursos del continente… En cuanto a Chile, Diego Portales fue el primero en advertir que Chile nació a la República encerrado entre el Antártico, la cordillera y el mar, sin posibilidad de expandirse, de modo que para sobrevivir había que invadir a los vecinos porque en el futuro faltaría comida y territorio para los nuevos pobladores. Por eso nos arrebataron una porción de territorio con la ayuda de Inglaterra y por eso ahora, ya en la era de las guerras invisibles, la oligarquía chilena controla en nuestro país un algo de los poderes político y económico (principalmente empresas de servicios). En ese escenario, a los peruanos nos tocó jugar el papel de empleados y ellos el de patrones. ¡En nuestra propia casa!

Si hablamos de Proyecto Histórico, ¿adónde camina el Perú? A ninguna parte. ¿Cuál es su proyecto de aquí a doscientos años? Ganarle a Chile en la enajenación de materias primas, principalmente el cobre. El objetivo de los gobernantes es que el Perú permanezca, por lo menos, en lo que llamaban el Tercer Mundo, aunque ya parecemos un país de Cuarto Mundo.

No puede ser nuestro destino vivir de los donativos que nos dejan los mercaderes mineros llamados transnacionales. Tenemos que industrializarnos. No puede ser nuestro destino dejar el gobierno en manos de una banda de forajidos que sirven de bisagra a las transnacionales en la entrega, el control y el sometimiento del país. Tenemos sacarlos de Palacio. No puede ser un buen destino que nuestros hijos laven el plato de chinos, japoneses o gringos en nuestra propia casa. Los que llegan al Perú son bienvenidos pero deben venir a estas tierras a ser nuestros empleados. No puede ser nuestro destino regalar millones de toneladas de peces mientras nuestros niños se mueren de desnutrición. Toda la producción de alimentos debe ir a la mesa de los peruanos… El pueblo donde un día el Inca se irguió por encima de todo el continente no se merece, de ninguna manera, el destino de los países africanos. El destino del Perú, con todo lo que tiene (climas, petróleo, minerales, etc.), es ser la primera potencia de Latinoamérica.

Después de doscientos años de república, el Perú (el único país del mundo donde un extranjero puede, con derecho y oficialmente, dar órdenes a las fuerzas armadas de los peruanos) es todavía un país provisional: sin norte, sin instituciones sólidas, sin libertades para expresarse (la protesta es un crimen). Peor aún: desde que el poder cayó en manos de mercaderes sin escrúpulos, no hemos dejado de caer hacia el abismo. Con un modelo que enajena los recursos y el territorio de la Nación, que abre brechas cada vez más grandes entre ricos y pobres, que ha elevado a la corrupción a la categoría de virtud (que robe pero que haga obras), nuestro destino más cercano como país pareciera ser la decadencia, la guerra civil o una transición con participación ciudadana.

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* Hernán de la Cruz Enciso es escritor y periodista.

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