Debemos tener presente que, en la COP24, amparados en la tiranía del consenso, EE.UU., Arabia Saudita y Kuwait impidieron que la Conferencia de las Partes “hiciera suyas” las cruciales recomendaciones de la élite del mundo científico. Consiguieron restarle fuerzas aprobando, después de días de negociaciones vespertinas y nocturnas, un endeble “se tomó nota”. Sutilezas del lenguaje diplomático que escucharemos repetidamente durante la COP25.
Por Jaime Hurtubia
El Mostrador, 22 de junio, 2019.- A la luz de los antecedentes, lo más probable es que la COP25 debilite aún más el Acuerdo de París. Cómo no va a ser así, si los grandes emisores, como EE.UU., Arabia Saudita y Kuwait, ya lo hicieron el año pasado en la COP24 en Katowice –a ellos ahora se podrían unir Brasil, India, Australia, Italia, Austria, Hungría, Polonia, entre otros–.
Debemos tener presente que, en la COP24, amparados en la tiranía del consenso, esos tres países impidieron que la Conferencia de las Partes “hiciera suyas” las cruciales recomendaciones de la élite del mundo científico presentadas en el Informe SR1,5 del IPCC. Consiguieron restarle fuerzas aprobando, después de días de negociaciones vespertinas y nocturnas, un endeble “se tomó nota”. Sutilezas del lenguaje diplomático que escucharemos repetidamente durante la COP25.
A medida que avanza el tiempo para el inicio de la COP25, aumenta la preocupación acerca de cuáles serán sus resultados. ¿Se fortalecerán los compromisos más allá de las promesas para reducir voluntariamente las emisiones de CO2? ¿Los grandes emisores serán capaces de reaccionar y aceptar que el planeta está en plena emergencia climática como lo acaba de reconocer el Papa Francisco? ¿O harán caso omiso, tanto a las evidencias científicas como a las crecientes demostraciones ciudadanas, y seguirán aumentando sus emisiones?
Para responder estas interrogantes, es preciso que revisemos qué ha venido sucediendo en el proceso de las negociaciones climáticas desde 1992. Eso nos daría algunas luces sobre lo que podría suceder en la COP25.
Nos interesa, en particular, revisar algunas cuestiones que muy probablemente concentrarán las negociaciones políticas en la COP25, a saber: la validez de las NDCs como compromisos voluntarios, el incumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París, los intentos de democratizar el Acuerdo transfiriendo mayores responsabilidades a los ciudadanos, el fortalecimiento de las protestas por el clima que denuncian la ineptitud generalizada de los gobiernos y la inconveniencia de introducir una gradualidad en vez de una urgencia en los cambios esperados antes de 2030. Todo ello, para encontrar respuesta a una interrogante crucial: ¿se debilitará el Acuerdo de París en la COP25?
Las negociaciones sobre el clima del planeta culminaron su etapa preparatoria en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro 1992, con la adopción de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Después de unos años de negociaciones en sus Conferencias de las Partes (COPs), debido a la dinámica del crecimiento de los países emergentes, surgió la necesidad de revisar sus Anexos, en los cuales se establecía el listado de países desarrollados que estaban obligados a reducir sus emisiones.
Los países industrializados que figuraban en esos Anexos emitían más del 70% en 1992. Ahora, para la COP25 representarán alrededor del 35% de las emisiones mundiales. En 1997, China e India se quedaban fuera de los Estados que debían asumir los mayores esfuerzos. Hoy, están entre las cuatro economías más contaminantes del planeta y China ocupa el primer lugar entre los grandes emisores.
Han ocurrido también otros cambios derivados de las confrontaciones políticas en las COPs. El primero fue para dar fuerza vinculante a la necesaria reducción de emisiones que en el período 1992-1996 no pudo hacer la Convención Marco (CMNUCC). Con este objetivo se estableció el Protocolo de Kioto adoptado el 11 de diciembre de 1997, pero no entró en vigor sino hasta el 16 de febrero de 2005.
En noviembre de 2009 eran 187 los Estados que lo habían ratificado. Estados Unidos, que cuando se firmó el Protocolo era el mayor emisor de gases de efecto invernadero, nunca lo ratificó y se retiró en el 2001. El segundo cambio, se originó por el fracaso de los intentos del Protocolo por fijar metas obligatorias individuales a cada país. Apenas alcanzó a cubrir el 11% de las emisiones mundiales, razón por la cual los gobiernos decidieron cesarlo en 2020.
El tercer cambio fue adoptar, en diciembre de 2015, un nuevo instrumento: el Acuerdo de París, el cual entrará en vigor después de la COP26 en diciembre 2020. Conviene destacar que con ello se dio un gran vuelco al proceso, Fue a partir de ese momento que se desgastaron las negociaciones y comienzan a fortalecerse las posiciones para debilitarlas. ¿Por qué? Porque, a diferencia del Protocolo, el Acuerdo no es vinculante y carece de penalizaciones. Su aglutinante es el compromiso voluntario. Perdieron valor las negociaciones.
Una muestra concreta de la pérdida de valor de la Convención es que, en París, respecto a la reducción de emisiones, lo más que se pudo conseguir fue una meta compartida: “Que el aumento de la temperatura media en la Tierra se quede a final de siglo XXI muy por debajo de los 2ºC respecto a los niveles preindustriales e incluso intentar dejarlo en 1,5”. Una meta para muchos demasiado ambigua. También muy compleja de ordenar, ya que es apenas una exhortación a los gobiernos, pero sin fijarles ninguna responsabilidad específica a ninguno de ellos.
Como instrumento para alcanzar dicha meta, se decidió que cada país antes de 2020 debería poner sobre la mesa sus aportaciones voluntarias, las llamadas “Contribuciones Nacionales Determinadas (NDC)”. Sin embargo, destaquemos que estas "contribuciones" no son obligaciones en la legislación nacional o internacional, ni tienen un carácter normativo u obligatorio para crear normas que hay que cumplir. Además, no existe mecanismo en el Acuerdo para forzar a un país a establecer un objetivo en su NDC para una fecha concreta, ni sancionar si el objetivo establecido no se alcanza.
Con referencia a los NDCs, algunos especialistas plantean que la lucha contra el cambio climático se abrió a una mayor participación al establecer este camino “voluntario”. Consideran que podrían ser útiles para fortalecer la actividad ciudadana para presionar a sus gobiernos. Es una idea ingeniosa, que debe ser estudiada a fondo. Aunque lo obvio es que la oportunidad a participar y presionar siempre existió y seguirá existiendo. Lo fundamental, sin embargo, es seguir insistiendo en la reducción “obligatoria” de emisiones.
Lo ideal serían unos NDCs obligatorios, pero libres de ser definidos y ejecutados democráticamente por cada país con amplia participación ciudadana. Los compromisos obligatorios son más concretos y efectivos para que la ciudadanía evalúe tanto el compromiso de los gobiernos, la iniciativa pro-activa de las instituciones como la responsabilidad nacional asumida por todos los habitantes de un país. Los entes voluntarios sirven únicamente para diluir responsabilidades.
Durante el período 2016 al 2018, con una ocurrencia cada vez más frecuente, se agravaron en el planeta los episodios climáticos extremos. Hemos sufrido enormes desastres por inundaciones, lluvias intensas, olas de calor, marejadas, olas de frío, incendios forestales, ciclones, huracanes, etc. Sin embargo, las respuestas esperadas de los gobiernos han brillado por su ausencia.
Lo peor sucedió cuando, en diciembre 2018, la COP24 hizo caso omiso de la gravedad de los hallazgos del IPCC y de la trascendencia de sus recomendaciones Ese fue un golpe bajo. Esa insensatez fue la razón principal por la cual se gatillaron las demostraciones contra los gobiernos y empresas contaminadores mediante una activa participación de la juventud, organismos no gubernamentales y la ciudadanía por el clima. En otras palabras, la participación que venía aconteciendo en cada COP, mediante espacios de participación en reuniones colaterales (Side Events), una vez clausurada la COP24 estalló en masivas demostraciones ciudadanas contra los gobiernos por la apatía e ineptitud demostrada para enfrentar la crisis climática. Esta es la verdadera razón, no por los NDCs.
Este esfuerzo ciudadano empezó con Greta Thunberg, el viernes 15 de agosto 2018, cuando protestó solitariamente contra el Estado Sueco sentada afuera del Parlamento. A ella, en los meses siguientes, se unieron más demostraciones, que hoy son cientos de miles cada Viernes por el Futuro. Vale subrayar el importante papel que en los años venideros jugarán estos jóvenes y adultos que protestan cada viernes en miles de ciudades en todo el mundo, cuya fuerza quedó demostrada el pasado 15 de marzo. Además, este movimiento sigue creciendo y estará presente con Greta aquí en Chile, en la COP25. Un anticipo será la “Gran Huelga Mundial por el Clima” que han convocado mundialmente para el próximo 20 de septiembre.
Incluso se señala que con el Acuerdo de París las decisiones en torno a la crisis climática regresan de alguna manera a la ciudadanía y a las democracias nacionales. ¿Regresan? Muy difícil de comprender. ¿Cuándo estuvieron las negociaciones climáticas en manos de la ciudadanía? Que yo sepa, nunca.
Sin embargo, nos parece fundamental insistir que la ejecución de cualquier cambio drástico y urgente para detener la crisis climática va a requerir una decidida participación ciudadana en la fijación de metas a cumplir. Pero la incógnita permanece. ¿Es posible postular que voluntariamente, sin compromisos firmes para reducir las emisiones por parte de los que contaminan, se puedan poner en marcha cambios drásticos? Esta es una de las preguntas más difíciles de responder en la actualidad y de ello depende el éxito del Acuerdo.
Al respecto, ¿cuál es la actitud de los grandes emisores per cápita? ¿Les importan los desastres climáticos y sus daños? Muy poco, ya que los mayores impactos los sufren actualmente y los continuarán sufriendo los países más pobres y vulnerables, y las poblaciones más pobres y marginales de todos los países. A todos los emisores, más que el rechazo al consenso científico, lo que los mueve es el cálculo económico. Ante sus codicias, el Acuerdo de París no es más que un mero arreglo comercial, injusto y peligroso para sus economías y bolsillos. Un impedimento burocrático que impediría la libre expansión industrial.
También usan mucho el argumento respecto a “que solo ofrece ventajas competitivas a China e India”. Niegan que estemos en crisis climática, en medio de una emergencia, al borde de desastres, en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo. Por estas razones, insisto, es muy delicado dar demasiado crédito a las pseudobondades del Acuerdo y a las metas voluntarias.
Además, si analizamos en detalle el estado de la situación después de tres años y medio de aprobado el Acuerdo, según los datos que aparecen en el registro de los NDCs presentados por 183 países a la fecha, se concluye que las metas comprometidas son insuficientes para evitar que el sobrecalentamiento supere los 1,5º C antes de 2030. Lo peor es que ni siquiera se están cumpliendo. Decir otra cosa sería engañar. Los datos son contundentes, ya que muestran que las emisiones de CO2 nunca habían sido tan elevadas como en 2018 y que las temperaturas continúan aumentando. Es decir, es urgente revisar los NDCs, ya que por su insuficiencia e incumplimiento parecen están en peligro de perder todo su valor. Revisemos algunos datos.
En marzo de 2019, la Agencia Internacional de Energía (AIE) informó que los niveles mundiales de CO2 alcanzaron un nivel récord en 2018. Las 33.1 gigatoneladas de CO2 relacionadas con la energía registradas en 2018 representaron un aumento del 1.7% con respecto a 2017. Lo peor es que las emisiones aumentaron después de dos años desde la firma del Acuerdo de París y los NDCs, dejando la contabilidad por debajo del recorte del 26% al 28% en las emisiones seleccionadas para 2025.
La causa principal se debió al aumento en el consumo de energía por el crecimiento económico en los Estados Unidos y Asia. El consumo global de energía aumentó un 2,3% en 2018, casi el doble de la tasa de crecimiento anual promedio desde 2010. Los combustibles fósiles cubrieron casi el 70% de la nueva demanda por segundo año consecutivo, con una demanda fuerte de gas natural. El consumo global de gas natural subió un 4,6%, mientras que el petróleo aumentó un 1,3% y el carbón un 0,7%. China, India y Estados Unidos representaron el 70% de toda la demanda de energía y el 85% del aumento neto de emisiones.
Estas cifras dejan claro que vamos por mal camino con las NDCs. Hay una desconexión entre ellas y lo que está sucediendo en los mercados reales. Esta es la verdadera barrera que habrá que vencer a la brevedad para alcanzar los objetivos climáticos establecidos en el marco del Acuerdo. Ni más ni menos.
Asociada a lo ya expuesto, existe otra cuestión a considerar. En la COP25, los grandes emisores podrían presentar propuestas para postergar las metas temporales para los NDCs. Esto sería fatal, y es preciso evitarlo, pero subrayemos que se comienza a manifestar ese tendencia. ¿Cómo?
Algunos han comenzado a hablar de aplicar “una gradualidad” en la puesta en ejecución de acciones para frenar la crisis climática. Para conseguirlo, lo más probable es que intenten que el límite de 2030 se postergue hasta 2040 o 2050.
Esta postura ignoraría los “cambios urgentes y drásticos” que exigen el IPCC, la comunidad científica, los ambientalistas y la juventud movilizada cada Viernes por el Futuro. Una vez más se demostraría que lo único que les interesa es conservar sus rentabilidades económicas. Tampoco sería una gran sorpresa, ya que las COP es capaz de aprobar cualquier cosa mediante negociaciones muy opacas.
En conclusión, a la luz de los antecedentes aquí expuestos, lo más probable es que la COP25 debilite aún más el Acuerdo de París. Cómo no va a ser así, si los grandes emisores, como EE. UU., Arabia Saudita y Kuwait, ya lo hicieron el año pasado en la COP24 en Katowice –a ellos ahora se podrían unir Brasil, India, Australia, Italia, Austria, Hungría, Polonia, entre otros–.
Debemos tener presente que, en la COP24, amparados en la tiranía del consenso, esos tres países impidieron que la Conferencia de las Partes “hiciera suyas” las cruciales recomendaciones de la élite del mundo científico presentadas en el Informe SR1,5 del IPCC. Consiguieron restarle fuerzas aprobando, después de días de negociaciones vespertinas y nocturnas, un endeble “se tomó nota”. Sutilezas del lenguaje diplomático que escucharemos repetidamente durante la COP25.
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