Los derechos de las Madres Guerreras en el Perú

Por Antonio Peña Jumpa*

15 de marzo,2024.- En el segundo semestre del año 2022 tuvimos la oportunidad de conocer, por iniciativa de un grupo de estudiantes de Derecho, a las madres organizadas en las ollas comunes de la zona denominada San Antonio de Padua, dentro del Asentamiento Humano Juan Pablo II, en el distrito de San Juan de Lurigancho, en Lima, Perú. Gracias a esta iniciativa, pudimos vincular a otros estudiantes para que realicen el mismo trabajo voluntario y de conocimiento de un grupo social específico para que desarrollen una investigación socio-jurídica o antropológico-jurídico. La experiencia ha sido muy grata, social y académicamente, porque nos ha permitido conocer a las madres guerreras de la zona, tal como ellas mismas se identifican.

Estas madres guerreras son el símbolo de las mujeres que pugnan por el cumplimiento de sus derechos en la sociedad peruana. Son mujeres sencillas, con muchos problemas emocionales, sociales y económicos, pero con una gran capacidad de organización y resiliencia, que las lleva a sobrevivir con sus hijas e hijos.


Estudiantes universitarios de Derecho escuchando a las Madres Guerreras en su local de Olla Común (2022).

Ellas son el otro extremo de las mujeres profesionales que tienen un ingreso económico seguro y la aspiración de un ingreso mayor o de ocupación de un cargo público o privado que busque igualar o superar los ingresos mensuales de los hombres dominantes del poder económico o político del país. También son el otro extremo de las mujeres independientes (libres de la carga de su pareja o de los hijos) y emprendedoras o empresarias que conocen el círculo del mercado y que pueden aprovecharlo consiguiendo los mismos ingresos de empresarios varones.

Las madres guerreras son mujeres que trabajan y luchan cotidianamente, pero sin ingresos económicos. La gran mayoría de ellas son mujeres migrantes, originarias de comunidades andinas o amazónicas, o de comunidades rurales costeñas o de otras zonas urbanas populares, que se desplazaron por trabajo, progreso o necesidad a ciudades grandes como Lima, y donde coincidieron con la convivencia o matrimonio de una pareja que luego las abandonó al huir con otra mujer sin cumplir con la pensión de alimentos de sus hijas o hijos. También comprende a un grupo de mujeres migrantes con pareja estable (normalmente de un segundo compromiso), pero con ingresos exiguos o limitados, porque la actividad laboral de ella o de él es esporádica, no permitiendo sostener con alimentos permanentes a su prole.


Estudiantes universitarios de Derecho con hermana religiosa Reynita Vilches (quien labora con las Madres Guerreras) desplazándose en el sector de San Antonio de Padua (2022).

Estas mujeres madres guerreras viven en la zona antes mencionada tras una invasión o tras la transferencia de un lote de terreno recientemente invadido, durante o tras la pandemia del COVID-19. Ellas dejaron atrás las casas de algún miembro familiar (donde normalmente eran explotadas) o los cuartos alquilados donde vivían durante su proceso de migración, y pasaron a ser poseedoras del nuevo lote, con una vivienda precaria, sin agua y desagüe, y con limitada electricidad.

Los derechos de estas madres guerreras son iguales, legalmente, a los de las mujeres y hombres profesionales y a las mujeres y hombres emprendedores o empresarios. Sin embargo, la comparación dista mucho en la realidad.

  • Primero, ellas no tienen siquiera el 10% de los ingresos de los hombres y mujeres profesionales o empresarias. Esto es, en forma individual no perciben siquiera el ingreso mínimo vital (1,025 soles o 278.82 dólares mensuales), y si tienen pareja, en conjunto no alcanzan tener ese ingreso mínimo vital en forma permanente.
  • Segundo, ellas sufren hambre. Al tener ingresos exiguos, no tienen capacidad de compra de alimentos esenciales para vivir. Les cuesta mucho pagar el almuerzo de la olla común, que asciende a 2 o 2.5 soles. Por ello, muchas veces tienen que dejar de alimentarse para que si lo hagan sus hijos o hijas.
  • Tercero, ellas no han tenido acceso a una educación. La mayoría de ellas solo ha podido estudiar en una escuela primaria o tienen la secundaria incompleta. Además, sus estudios han sido de pésima calidad, cuyos materiales y metodología no han tenido en cuenta su diferencia social o cultural.
  • Cuarto, ellas no tienen a quién dejar en cuidado sus hijos o hijas cuando desean descansar o necesitan salir de casa para laborar. Tras el proceso de migración dejaron sus vínculos familiares, y con éstos la capacidad de apoyo familiar.
  • Quinto, ellas no tienen derecho a la salud. El puesto de salud más cercano no tiene profesionales de la salud y, menos, medicamentos. El traslado a un centro de salud más organizado, tiene un costo al que no pueden acceder.
  • Sexto, ellas tampoco tienen acceso a la Justicia. No hay un Juzgado ni una Fiscalía del Estado instalado cerca de ellas, y que estén a su disposición para resolver los cientos de demandas o denuncias que surgen de sus problemas.

Las madres guerreras tienen muchos otros derechos que no se cumplen. Pero lo más notorio es que son cientos de miles, o millones de mujeres que se encuentran en esa condición en el Perú.

¿Por qué las autoridades del Estado no tienen interés o capacidad para comprender y resolver los problemas o demandas de estas mujeres guerreras? ¿Por qué las mujeres y los hombres profesionales o empresarias y empresarios que están en mejores condiciones económicas y sociales no asumimos una actitud solidaria COMPARTIENDO nuestros bienes con estas mujeres guerreras, más allá de una reivindicación de derechos formales que no las beneficia?

Es probable que un grupo de hombres seamos los mayores responsables. Ello porque nuestra formación en derechos de matrimonio o familia han sido incompletas; no hemos valorado el sentido de la FAMILIA, como las madres guerreras lo muestran a pesar de sus necesidades.

Sin embargo, más allá de identificar responsabilidades, el asunto es actuar en forma honesta, urgente y en conjunto. Si no afrontamos hoy las causas de los problemas y necesidades de las madres guerreras, estamos generando un contexto de violencia estructural extremo que repercutirá en sus y nuestros hijos e hijas, como agresores o víctimas, reproduciendo la desigualdad, la inseguridad y la inestabilidad de nuestra sociedad y el país.

(Escrito en Lima, el 13 y 14 de marzo de 2024).

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* Antonio Peña Jumpa es profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Abogado, Magister en Ciencias Sociales, y PhD in Laws.

SOBRE EL COLUMNISTA
Antonio Peña Jumpa

Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Abogado, Magister en Ciencias Sociales y PhD in Laws.



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