Particularidades de la irrupción de los pueblos indígenas en la vida política de Colombia

Una buena generalización para situar el momento fundacional de las organizaciones indígenas en Colombia sería el punto en que la presión sobre sus tierras, territorios y recursos se había vuelto inaguantable y amenazante para su pervivencia como pueblos. Eran los años 70, donde los años de “La Violencia” de los 20 años anteriores, había despojado a muchos campesinos de sus tierras.

Por Efraín Jaramillo Jaramillo y Rodolfo Maya Aricape*

(En memoria de Rodolfo Maya Aricape)

6 de setiembre, 2023.- Me da mucho gusto presentarles a ustedes estas ideas que expusimos ante un –para nuestro disgusto– reducido grupo de estudiantes y simpatizantes de los indígenas, en un improvisado auditorio de la universidad del Valle, con motivo de la gran marcha indígena de 2004 de Santander de Quilichao a Cali.

En esa ocasión estuve acompañado de Rodolfo Maya Aricape, un talentoso comunicador indígena nasa del resguardo de López Adentro (Caloto, Cauca), que seis años más tarde (14 de octubre de 2010), fuera asesinado cuando se desempeñaba como secretario de su Cabildo. Hoy es recordado con inmensa gratitud por los estudiantes de la Escuela Interétnica, pues auspició de anfitrión en su comunidad de El Guabito (resguardo de López Adentro), durante el segundo capítulo de esta escuela.

Apreciados amigos y compañeros: Agradecemos la invitación a participar en este foro para hablar de la marcha indígena y de la suma de acontecimientos que han llevado a que se vuelquen sobre Cali cerca de 10.000 indígenas de los resguardos del Cauca y que deliberemos con ustedes sobre las ideas que han movido a los indígenas a hacerse presente en el escenario político nacional.

Previo a este razonamiento, es preciso aclarar que, para la época de las movilizaciones indígenas por la tierra en la segunda mitad del siglo pasado, los indígenas se hallaban acorralados por una profunda incomprensión e indiferencia de la sociedad colombiana hacia sus pueblos. Y, debido a la insensibilidad que había por sus reclamos, el lenguaje de los líderes era prudente y, de algún modo, asimilado en relaciones externas con sindicatos, clérigos progresistas, maestros, organizaciones campesinas, etc.

Las alianzas se hacían con quienes pudieran ofrecerles algún espacio político, y se llevaban a cabo sin análisis de las ideologías o intenciones que tuviesen esos aliados. Se trataba simplemente de crecer, de “juntar hombros”, –decían sus comunicados–, pues se buscaba acumular fuerzas que les permitiera seguir ampliando sus luchas, sobre todo las que tenían que ver con la recuperación de las tierras de los resguardos.

Una buena generalización para situar el momento fundacional de las organizaciones indígenas en Colombia sería el punto en que la presión sobre sus tierras, territorios y recursos se había vuelto inaguantable y amenazante para su pervivencia como pueblos. Eran los años 70, donde los años de “La Violencia” de los 20 años anteriores, había despojado a muchos campesinos de sus tierras.

Es precisamente a principios de esos años 70, que los indígenas empezaron a crear sus organizaciones, para levantar una serie de reivindicaciones, la mayoría de ellas, por supuesto, de tipo territorial. Para el logro de estas reivindicaciones básicas, no se empleaban fórmulas novedosas y se utilizaba en muchos casos, el lenguaje y las pautas de acción de otros sectores populares y aún de sectores adversarios, como veremos más adelante, cuando Rodolfo profundice sobre esto y traiga a colación numerosos ejemplos de casos que ha investigado.

la problemática indígena fue adquiriendo un tratamiento más integral, que rebasaba con mucho lo gremial y generaba nuevos horizontes para sus luchas.

Esta reivindicación territorial no difirió mucho de la del resto de los campesinos oprimidos por la desigual estructura de tenencia de la tierra en el país. Pero en el caso indígena esta reivindicación apareció fuertemente vinculada a la identidad. El concepto integrado indígena-territorio que surgió más tarde, dio un nuevo vuelo a esa reivindicación y les otorgó un contenido más étnico a las luchas indígenas. Con ello la problemática indígena fue adquiriendo un tratamiento más integral, que rebasaba con mucho lo gremial y generaba nuevos horizontes para sus luchas.

En un principio, como anotamos antes, se trataba de lenguajes tomados de la sociedad circundante. Pero en la medida en que se desarrollan sus luchas, el pensamiento indígena se va cualificando y va reorientando la lucha con un contenido más propio. Lo más significativo, es que estas luchas y el lenguaje en que eran expresadas fueron comprendidas afuera y recibieron el reconocimiento de amplios sectores del pueblo colombiano y apoyo y solidaridad a nivel internacional. Estas luchas pioneras fueron una barrera a la pérdida de territorios y, sobre todo, fueron una estrategia para avanzar posteriormente, en su recuperación.

Las primeras reivindicaciones indígenas eran en términos políticos, viéndolas desde esta altura del nuevo siglo, sencillas y recatadas. Respondían a necesidades urgentes: Que se les respetaran sus tierras y territorios tradicionales y se les reconociera su propiedad. Que se les devolviera la tierra que fue usurpada. Que se les suministraran recursos para mejorar las condiciones de vida, y se les prestara alguna asesoría. Los programas que pedían eran sencillos y reivindicaban un trato equiparable al de otros sectores: se pedían escuelas, centros o puestos de salud, tierras, precios justos a sus productos, etc. En fin, querían ser tratados con más dignidad y solicitaban del Estado una atención a sus problemas.

Es en el Cauca, en la lucha por la recuperación de las tierras de los resguardos, donde el lenguaje se vuelve más preciso con la fundación del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en 1971. Los indígenas comienzan a identificar a sus adversarios y la lucha ya no es por solicitar servicios, sino por exigir al Estado lo que “histórica y justamente les correspondía a las comunidades”. Por otro lado, se comienza de hecho a trabajar –“picar” era el término que empleaban– las tierras de resguardo en manos de terratenientes, a la vez que se lucha por la abolición del detestable Terraje. La respuesta del Estado y los terratenientes no se hizo esperar y fueron muchos los muertos en esta movilización por la tierra y la dignidad. Todos los que han trabajado con los pueblos indígenas, saben de la tenacidad de estas luchas pioneras, que se enfrentaron a un mundo de incomprensiones y mares de indiferencias en la sociedad caucana.

Abiertos estos primeros espacios, las organizaciones evolucionan, cobran fuerza, renace el orgullo étnico y comienzan a relacionarse con nuevos actores a todos los niveles: los campesinos, el Estado, los académicos, los intelectuales, los partidos políticos, los sindicatos, la iglesia, los técnicos. Las pretensiones de las organizaciones se van haciendo más específicas. Aparecen nuevos lenguajes, se hacen nuevos amigos, se forjan alianzas. Las nuevas relaciones las involucran en problemáticas más y más complejas que obligan a conocimientos cada vez más amplios y elevados: Estado-Nación, pueblo indígena, autonomía, territorio ancestral, bilingüismo, medicina indígena, interculturalidad, autogestión, etnodesarrollo, gestión propia, gobernanza, planes de vida, seguridad alimentaria, “transgénicos”, biodiversidad, recursos genéticos, multinacionales, extractivismo, etc., son palabras que hacen parte del actual vocabulario cotidiano de las organizaciones y sus dirigentes. Estas luchas son orientadas por un puñado de dirigentes, que logran hacerse conocer nacional e internacionalmente. Las relaciones con el exterior, donde sus luchas tienen más reconocimiento, se vuelven importantes para el desarrollo de las organizaciones.

Dos herencias del pensamiento político de los indígenas del Cauca

En la formación del ideario político de los indígenas encontramos, por un lado, las enseñanzas de Manuel Quintín Lame, líder indigenista de los Páez (nasa) del Cauca, que rechazaban cualquier vínculo con organizaciones o partidos políticos de la sociedad “blanca-mestiza”, como lo ilustró, el rompimiento que tuvo Quintín Lame con su lugarteniente y secretario, José Gonzalo Sánchez, cuando éste adhirió al partido comunista. ¡Nos jodimos!, dijo Quintín (1). Este hecho catalogado por algunos historiadores, como la prueba reina del pensamiento mesiánico, caudillista y esencialista de Quintín, le imprimiría, no obstante, una impronta propia al movimiento indígena caucano (2).

Por otro lado, en la medida que se desarrollaban las luchas por la tierra, se volvía urgente distinguirlas de las luchas campesinas, más, cuando la organización campesina –ANUC (3) había entrado en una etapa de progresiva desintegración, creándose una serie de discrepancias entre las dos organizaciones.

No obstante, ya existían –mucho tiempo antes de que se presentaran los desacuerdos con el movimiento campesino– características propias que generaban que los indígenas buscaran formas organizativas diferentes. Estas características propias tenían que ver con el carácter rebelde de Quintín Lame, que heredaron los terrajeros indígenas del Credo en Toribío, de San Fernando, del Gran Chimán en Guambía y de Loma Gorda en Jambaló, que decidieron hace más de medio siglo, poner fin a la indignante situación que vivían por la falta de tierras, que amenazaba la sobrevivencia de sus familias. Y como en todos estos casos, siempre hubo un momento crucial, una “gota que rebosó el vaso”, estos fueron los perjuicios causados por aumentos en el terraje, en los años que precedieron a los levantamientos, que junto a las injurias y atropellos recibidos por gamonales y por la iglesia durante la época de ‘La violencia’, fueron fraguando la rebelión, la cual explotó en momentos en que el movimiento campesino se movilizaba por la tierra a lo ancho y a lo largo del país.

Esta rebelión de los terrajeros indígenas era en esencia y significado, la continuación de las rebeliones indígenas de Manuel Quintín Lame en defensa de la dignidad de su pueblo

Esta rebelión de los terrajeros indígenas era en esencia y significado, la continuación de las rebeliones indígenas de Manuel Quintín Lame en defensa de la dignidad de su pueblo (4). El hecho de que las autoridades estaban aliadas (“amangualadas” se decía en la época) con los terratenientes y gamonales, y estos con la iglesia, estas luchas indígenas por la tierra tenían un carácter insurreccional.

En las rebeliones (5) indígenas no se trató de una lucha de clases, como creían –o querían– ver los sectores de izquierda que acompañaban las luchas campesinas. Miremos esto con atención, pues para algunos puede sonar a infundio. Y en verdad, los campesinos y los indígenas han tenido dos formas de ver, sentir y relacionarse con la tierra, que han sido contrapuestas. Es más, han sido dos mundos incompatibles, que han estado desde entonces en permanente colisión. El hecho de que coincidieran la rebelión de los terrajeros con el alzamiento de los campesinos hizo ver a la rebelión indígena como un producto del adoctrinamiento para la “toma de conciencia”, por parte de la izquierda revolucionaria. Y es que, en su momento, esta izquierda jugó un papel importante en el devenir organizativo de la organización campesina, al haber contribuido en la formación política de sus dirigentes y alejarla de la orientación reformista del gobierno, dinamizando así sus luchas, dentro de una opción claramente revolucionaria. Y es aquí donde se encuentra el meollo de la cuestión.

Al pretender que unas comunidades campesinas de incipiente organización y conciencia se convirtieran en un medio de su asalto al poder, lo que consiguió la izquierda revolucionaria fue desmontar la base reivindicativa de un movimiento social con grandes perspectivas

Al pretender que unas comunidades campesinas de incipiente organización y conciencia se convirtieran en un medio de su asalto al poder, lo que consiguió la izquierda revolucionaria fue desmontar la base reivindicativa de un movimiento social con grandes perspectivas (6). En tanto que los indígenas en esos años de rebelión nunca se plantearon como finalidad expresa de su insurrección contra la iglesia y los terratenientes, la conquista del poder y la instauración de un nuevo orden social. Semejante a como lo señalara George Lefebvre para el levantamiento francés de 1789, “...cuando los hombres del pueblo recibieron la convocatoria, no sabían a punto fijo lo que eran ni que podía resultar de esa convocatoria, pero por lo mismo tenían más esperanzas”.

Las mismas organizaciones revolucionarias que condujeron a la ANUC al desastre, buscaron tomarse la dirección del movimiento indígena, en esa época la de su organización más representativa, el CRIC. Fueron varios años de una difícil lucha, pero al final los indígenas lograron conservar la dirección autónoma de su movimiento y mantener su organización al margen de la debacle, que sí sufrió el movimiento campesino.

Hoy no queda nada del movimiento campesino, ni siquiera de las tierras recuperadas, que, en pocos años de auge paramilitar, fueron revertidas al gran latifundio.

La gran diferencia de la dirigencia del CRIC con los orientadores revolucionarios del movimiento campesino fue que los indígenas le apostaron al largo plazo, sentando las bases para la educación de las futuras generaciones. No tenían prisa –ya habían sufrido siglos de exclusión–, estaban creando bases seguras y duraderas para el futuro. Por eso sus organizaciones siguen ahí (7). Este programa de educación –¡cómo no recordar a Graciela Bolaños!– coadyuvó al fortalecimiento de una identidad particular y a cualificar las ideas para orientar las luchas con un contenido más propio, si se quiere, más cultural, o como diría un antropólogo, más étnico. La historia les ha dado la razón. Hoy son organizaciones –con todas las fallas que tengan y errores que puedan cometer– con más perspectivas de realizar sus planes de vida, que otras organizaciones sociales.

Dicho lo anterior, podemos entrar a mirar el origen de las dos concepciones organizativas, que es un punto central de este ensayo.

El artilugio de “Comité ejecutivo” indica que hay una camarilla que orienta las acciones y unas bases que siguen sus directrices. Esta herencia viene del concepto leninista de la organización, que plantea que la conciencia revolucionaria debe ser llevada desde afuera a la clase, pues esta conciencia solo puede ser desarrollada por personas ilustradas que tienen la capacidad y el conocimiento para entender algo tan complejo como la lucha de clases. En Colombia ya hemos experimentado de sobra los daños que ha causado en la lucha social los intentos de insertar ese discurso político –la “línea correcta”, se decía entonces– desde afuera, que han conducido a la “antropofagia política”, a la desmembración, y por último a la desaparición del movimiento social como tal.

Lo memorable –y paradójico– de esto, es que Lenin había elogiado y reconocido el valor de las organizaciones de base: “¡Toda la tierra para los campesinos! ¡Todo el poder para los soviets!”, era su instrucción. No obstante, como lo comenta Hannah Arendt en su libro sobre la violencia, “Lenin consideraba a estos consejos de obreros, campesinos y soldados, poderes transitorios para derrocar al régimen zarista, pues lo que verdaderamente importaba era establecer la dictadura del proletariado para la construcción del socialismo”.

Aquí en estas tierras sucede lo mismo, se exaltan a las organizaciones de base, pero con la patética jerga historicista, las izquierdas revolucionarias instituyen un espacio político unipolar, que exige que todo gire alrededor de su órbita ideológica.

¿Cuál ha sido la finalidad de esta dialéctica de reconocimiento y desconocimiento de estas organizaciones de base? Razonamos que se trata también de “poderes transitorios”, para juntar fuerzas y derrocar al sistema.

Era todo lo contrario de lo que pensaba Hannah Arendt, que examinaba de forma crítica la democracia representativa, reivindicaba la discusión política libre y abogaba por un sistema de “consejos” o formas de democracia directa, entendiendo la política como participación y como virtud cívica y acción, que busca el bien común.

De forma parecida Rosa Luxemburgo abogaba por una opción socialista internacional, lejos de particularismos y nacionalismos, en la que las masas obreras, solidariamente, tomaran el poder, distanciándose de Lenin por las concepciones que tenía sobre la democracia en el partido y la dictadura del proletariado. Postulaba en consecuencia, la integración de las bases obreras y campesinas en la dinámica partidista, oponiéndose a la concepción del “centralismo democrático” de un partido de revolucionarios profesionales, que propugnaba Lenin.

Hannah Arendt murió en 1975, cuatro años después de la fundación del CRIC. Seguramente no recibió la invitación de Gustavo Mejía, o a Graciela se le olvidó poner la carta al correo. Hannah se hubiera sentido muy a gusto en La Susana, departiendo con los terrajeros y defendiendo también ese concepto de pluralismo en el ámbito político, pues también para ella, gracias a ese pluralismo, se generaría y desarrollaría el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas y comunidades. Querida Hannah, será en otra ocasión.

La que era imposible de invitar fue a Rosa Luxemburgo, pues había sido asesinada en Berlín en 1919. Ella, también hubiera disfrutado del ambiente libertario que se respiraba en los Andes del Cauca, pues hizo de la democracia, dentro de la revolución, un principio innegociable. Esa oposición a la guerra la convirtió en blanco del militarismo. Y también de algunos de sus propios camaradas, que defendían la violencia revolucionaria.

Resumiendo, lo que diferenció el movimiento indígena del Cauca de otros movimientos sociales en Colombia, fue que los indígenas optaron por movilizarse no tanto en contra del Estado, como lo exigía la dirigencia política del movimiento campesino, para la cual el Estado era el demonio y origen de todos los males. La dirigencia del movimiento indígena optó entonces por tomar distancia del movimiento campesino, y movilizarse no tanto en contra del Estado, sino a favor de sus reivindicaciones, fundamentalmente las que tenían que ver con la tierra, la base fundamental de su existencia. Los dirigentes indígenas con visión pragmática intuyeron, que recuperar las tierras de los resguardos les abría el camino para escapar a la oprobiosa situación social que vivían sus comunidades. Y en realidad, hoy casi cuatro décadas después de que un puñado de terrajeros empobrecidos iniciara la lucha por recuperar sus tierras, estas comunidades no sólo mejoraron sus condiciones económicas, sino que con ello potenciaron su capacidad de lucha, lo que se evidencia en su capacidad de movilización actual que estamos presenciando.

Notas:

(1) Juan Friede, recordando este hecho, su compadre Manuel Quintín Lame, habría dicho: “ese vergajo dañó la lucha y nos jodimos” (conversación personal, Bogotá 1981).

(2) Creo haber escuchado alguna vez de Pablo Tattay o Graciela Bolaños, que para la primera –o tal vez segunda– asamblea fundacional del CRIC en 1971, se imprimieron 100 ejemplares del texto de Quintín Lame: “Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas”.

(3) Asociación Nacional de Usuarios Campesinos.

(4) El texto de Quintín Lame donde expone las razones de su lucha, se titula precisamente “En defensa de mi raza”.

(5) La rebelión es un acto que realiza una persona o un grupo humano, para liberarse de una situación que le desconoce su ser.

(6) Muchos amigos de entonces confiesan que el peor daño que cometieron fue el “canibalismo” político entre las propias organizaciones de izquierda. Los enfrentamientos sectarios entre las mismas organizaciones terminaron desmoralizando a las bases campesinas, hasta el punto de que la ANUC terminó reducida a pequeños grupos de activistas, más preocupados de sus recelos mutuos que por el enfrentamiento con sus principales adversarios, los terratenientes.

(7) Se habían fortalecido esos distintivos étnicos propios –conciencia de pueblos con cosmovisiones, historias y tradiciones particulares– con territorios claramente delimitados, con formas propias de autoridad y organización social.

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Fuente: Publicado por el Semanario Virtual Caja de Herramientas, Edición 840 – Semana del 2 al 8 de setiembre de 2023.
SOBRE EL COLUMNISTA
Efraín Jaramillo Jaramillo

es antropólogo colombiano, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá, un grupo interdisciplinario e interétnico que se creó a finales del siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por la empresa Urra S.A. El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga fue dado a este colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.



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