Por Elmer Antonio Torrejón Pizarro*
2 de abril, 2018.- Es miércoles, 10 y 30 de la mañana, hora del recreo en la primera semana del inicio escolar en la escuelita de Colmata (Luya-Amazonas). Una niñita del primer grado se me acerca corriendo y me dice: “Señor, la profesora me dijo que nos regalará cuadernos y lapiceros, yo quiero tenerlos, mi mamá todavía no me compra porque no puede vender el costal de papas”. Este día entregamos útiles escolares a todos los niños de la escuelita primaria de Colmata.
Son las 12 y 30 del mismo día, y subimos a la escuela de Shipata, nos esperaban los niños de la escuelita a la cual repartimos los útiles. La directora me dice: “Elmer, hay un niñito que está sufriendo mucho, su padre está en la cárcel y su madre tiene 5 hijos más y no puede comprar sus útiles, ¿podrías darle un kit adicional de útiles escolares?” El niño llega a mi lado con un rostro angelical, compungido y muy triste; sólo atino a sacar la bolsa de útiles escolares de la moto carguera, miro su rostro y se me caen las lágrimas: “Hijo, esta bolsa adicional de útiles es para ti porque me dijeron que eres un alumno estudioso y excepcional”, le digo con la voz entrecortada.
Él, con el mismo rostro desconsolado, solo me dice ¡gracias!; subo a la moto carguera, veo al niño cabizbajo que entra a su escuelita y mientras deslizo unas lágrimas, siento una impotencia al ver como nuestro país se va al descalabro por la corrupción de sus autoridades y a nuestra región ocupar los últimos indicadores socioeconómicos a nivel nacional; mientras sus niños NO pueden tener un cuaderno o un lápiz, porque sus padres están en la pobreza completa.
Día jueves, 11 y 30 de la mañana, previa coordinación, la profesora de la escuela de Luya me envía un grupo de niños y niñas, todos ellos con una situación económica precaria; los más pobres de la escuelita. Respetuosos los niños me saludan y les hago sentar en una madera a modo de “carpeta colectiva”, de esas dónde antes nos sentábamos. A las profesoras y niños les explico la iniciativa y el apoyo de un grupo de amigos que venimos a hacerles. Emocionados los niños, por fin se dan cuenta que ya no mirarán deseosos tener la mochila o los cuadernos nuevos de su compañerito, porque ellos también los tienen ahora. “Muchas gracias señor y a tus amigo/as que colaboraron con nosotros”, exclaman.
Mientras los niños me abrazaban con sus pequeñas manos y sonrisas en sus rostros, la profesora me dice: “Elmer, hay unos niños que no han podido venir debido a que caminan todos los días una hora para poder llegar a la escuelita, viven en Tincas; y en la escuela hay un niño con habilidades especiales y sería necesario que tu mismo te acerques a la escuela”.
Ese día no pude ir a Tincas porque estaba lloviendo, pero me acerqué a la escuela de Luya a entregar los útiles al niño que me mencionó. Saludo a algunos profesores y recuerdo mis formaciones y jugarretas que hacía en el patio de la escuela cuando era niño; ¡ahí estaba mi salón de clases!, ¡ahí estaban las paredes de siempre con techo de tejas!, ahora ya mucho mejorado; ¡ahí estaban los arcos de fulbito!; ¡ahí estaba el mismo portero y guardián de la escuela!, don Faustino. Le saludé amablemente, como siempre, desde que era un niño.
“Acércate al salón de tercer grado me dijeron”, y al salir la profesora le dije que vengo buscando a un niño muy especial para mí, ella me agradece la visita y me dice: “Paisano, el niño apenas puede caminar, acércate”. Estando en la puerta del salón veo salir a un animado y valiente niño, que cojeando se acerca a mi lado: “…te van a dar útiles escolares” exclama la profesora. Mi primer impacto es de admiración y alegría y me pregunto entre sí: “¿Cómo un niño con habilidades diferentes, tiene esa valentía para venir a la escuela y ponerse a estudiar?” Todo un modelo de superación y ejemplo para aquellas personas que a veces tropezamos con el “primer escollo” y no queremos salir adelante.
Le entrego el kit de útiles escolares, le menciono que es un aporte de varios amigos, la profesora emocionada nos mira, el niño me abraza fuertemente y yo le correspondo con la misma pasión infantil. Y pensar que hay muchos niño/as con habilidades diferentes que quieren estudiar y no pueden ir a una escuela porque simplemente no están las condiciones adecuadas para la educación de estos niños especiales. “¡Hay que tener esperanzas, en algún momento cambiará esta triste situación de nuestro país y Amazonas!” exclamo internamente, mientras con el niño nos confundimos en un abrazo interminable: “Gracias señor por darme cuadernos, todavía no los tenía”, me dice cerca a los oídos. Un lindo jueves que termina, irrepetible para nosotros que colaboramos amigos y amigas.
Es viernes, muy temprano me traslado en un mototaxi con dos cajas de kit escolares, y en un viaje de 45 minutos llego nuevamente a Colmata, ahora me esperaban los niñitos de un jardín. Desde la moto los veo jugando en la champa (en el grass), frente al jardín; me acerco a la profesora y la saludo. Los niños vienen, se acercan corriendo, ya saben que llegaba: “Tío, tío, tío; yo quiero mi carrito, yo quiero mi volquetito, yo quiero mi muñequita…” gritaban con sus pequeñas voces al unísono. La profesora les pide formación y les explica: “No niños, el señor no ha traído juguetes, el señor ha traído algo más importante para ustedes; les ha traído sus cuadernos, borradores, colores, reglas, tajadores, rompecabezas, libros infantiles, manuales y otras cosas más”.
Y cómo no emocionarse con las sonrisitas de estos pequeños amazonenses. Como no sentirnos satisfechos amigo/as, que con su apoyo y colaboración se logró llevar un poco de alegría a estos niños. Tan solo mirar sus pequeños rostros de alegría es disfrutar de ser parte de esta iniciativa en favor de la educación amazonense. Sus sonrisas son la mejor recompensa. Los niños se sentaron en sus mesas y comenzaron a abrir emocionados sus bolsas: “Mira mi lapicero doble color…Mira como armo el rompecabezas…Que lindo está mi cuadernito… Este libro de dinosaurios está bonito… Me gusta mi bolsita para poner mis cuadernitos… Lindas las pinturitas”, eran las exclamaciones que escuchaba por 15 minutos continuos. “Chau tío, chau tío…”, se despedían los niños del jardín de Colmata. Estaban felices y risueños, y sentía que el objetivo último se había cumplido: SACAR SONRISAS EN ESOS PEQUEÑOS ROSTROS.
Bajando de Colmata, ese mismo día, nos esperaba en el anexo Tingo los niños de su escuelita, empezó a llover, pero esto no era impedimento para visitarlos. Llegamos a la escuelita y los niños corrían a sus salones desde la cancha de fulbito, la lluvia ahora caía fuerte. El profesor de la escuela, un gran amigo y paisano, explica nuestra visita y yo como siempre les hablo de la iniciativa y la colaboración de los amigos. Sentados en sus mesitas, los niños nos veían y escuchaban emocionados, nunca por esos lares alguien se les acerco para entregarles útiles escolares; era para ellos una primera experiencia gratificante que les invitaba a seguir poniendo el esfuerzo para seguir estudiando; les dije: “Niños ustedes son el futuro de Amazonas, en ustedes sus padres han depositado todo el esfuerzo para educarlos, porque ellos son conscientes que con la educación que reciban, podrán mejorar las condiciones de vida de sus padres y sacar adelante a su anexo, distrito, región y país”. El viernes nuevamente terminó de manera gratificante.
Es la segunda semana de clases en las escuelitas, veo en las calles a algunos niños pobres que en una bolsita llevan sus cuadernos, me acerco a ellos y ellas y les doy su kit de útiles y sus mochilas. Muy emocionados solo atinan a decirme: “gracias señor”. Personalmente todavía no estaba contento, en mi cabeza rondaba los niños del Anexo de Tincas que caminaban una hora para llegar a la escuela de Luya, pero lamentablemente no estaban asistiendo: “si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña”, me dije.
Con la compañía de dos amigos de toda la vida, Leoncio y Milton, quienes consiguieron una movilidad, nos dirigimos a Tincas. Dejamos el carro al costado de la carretera, y caja de útiles en el hombro, recorrí las casitas esparcidas preguntando el nombre de los niños: “más arribita viven, cuidado con sus perros que muerden”, me decían los vecinos. Mientras caminaba llevando la caja de útiles bajo un sol inclemente, recorría el camino de herradura rodeado de árboles y espesa vegetación, acompañado por el silbido de algunas aves. Cada paso que daba venía en mi mente que este camino le recorrí varias veces junto a mi abuelo Miguel cuando íbamos a Shañico, su fundo. Si, mi abuelo Miguel que me enseñó a leer los primeros libros y a querer a nuestros pueblos y su gente.
Ese recuerdo es interrumpido por los ladridos de dos perritos que venían hacia mí, me detengo y digo: “lo que Dios decida”. Tras los perritos venían corriendo dos niños y su madre, “usha perro, usha perro, vayan de aquí”, vociferaban. Felizmente nada de malo me pasó, pero lo extraordinario fue qué los niños, eran aquellos que veníamos buscando. En sus manos traían limas y limones y nos invitan, precisos frutos que nos calman la sed y la angustia por los perritos.
Eran dos pequeños, una niña y un niño. “Niños su profesora me ha dicho que ustedes no vienen asistiendo a su escuela”, les manifesté. Ellos se ponen serios, cruzan sus manos y me dicen: “señor, lo que pasa es que todavía no tenemos cuadernos y lapiceros para poder estudiar, además tenemos que ir caminando una hora hasta Luya, a veces llueve y nos mojamos”. En ese momento comprendí la difícil situación de estos niños, y de muchos escolares que están en las mismas condiciones en nuestro Amazonas. Los entregamos su kit de útiles escolares, sus mochilas y cartucheras; ellos emocionados nos agradecieron y corrieron a su casita rodeada de árboles. El lunes términó de esta manera amigos, cumpliendo con la entrega de útiles escolares a los niños de extrema pobreza. El sol se pone bajo el Cerro San Juan y aparecen las primeras luciérnagas, es hora de regresar.
El fin último de esta iniciativa era sacar sonrisas entre los niños más pobres. ¡LO LOGRAMOS JUNTOS! Alegramos a un niño y/o niña de estas escuelitas. Ahora ese niño tiene un cuaderno, un lápiz, un borrador o una regla. Sentado sobre su sillita o un quioco, junto a su tushpa (cocina a leña), está realizando sus tareas con sus útiles nuevos, difícil para sus padres acceder a ellos. Mañana temprano tiene que ir orgulloso a su escuela. Amigo/as y paisano/as!!!, esas cosas hemos logrado con la colaboración de ustedes, sonrisas y mejoras en la educación de los niños más pobres. Espero seguir con esta iniciativa más adelante y que crezca mucho más el apoyo para acceder a otros niños que tanto lo necesitan por estos nuestros pueblos más olvidados.
¡Gracias totales!
PD. Hay gente y paisanos que confunden un hecho magnánimo de un apoyo colectivo a los niños, con posibles candidaturas. Está iniciativa no tiene ningún fin de candidaturas, yo cumplí con un objetivo gracias al apoyo de un grupo de amigo/as. Entiendo que confundan la paupérrima política de nuestra región con regalos y dádivas, así lamentablemente nos acostumbraron. Reitero: No soy candidato en las próximas elecciones regionales y municipales, y menos pertenezco a algún partido o movimiento regional. Espero que con esto se les quite la “preocupación” a las personas mal intencionadas con pensamientos y opiniones subalternas.
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(*) Elmer Antonio Torrejón Pizarro es natural de Luya, Amazonas. Antropólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) con una maestría en Estudios Amazónicos en la misma universidad, con post grado en Proyectos de Inversión Pública (UNMSM) y Gobernabilidad y Gerencia Política (PUCP).
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