Por María Sanz *
Pikara Magazine, 27 de noviembre, 2019.- La activista Samantha Hargreaves es cofundadora de WoMin, una alianza africana sobre género e industrias extractivas creada en 2013 y activa en 14 países en el sur, el este y el oeste de África. Hargreaves alerta de los riesgos que el actual modelo extractivista capitalista implica para las mujeres de estos países, y afirma que la alternativa a este sistema proviene de sus resistencias.
Cada vez más mujeres en África se están organizando en defensa de sus territorios, sus recursos y sus bosques, y en contra del sistema capitalista que promueve el extractivismo y la explotación. Para ellas, “organizarse para asegurar sus propios intereses y expresar qué tipo de desarrollo quieren es bastante radical y revolucionario en sí mismo”, según expresa Samantha Hargreaves, cofundadora de WoMin (Women in mining, mujeres en la minería en inglés), una alianza de mujeres africanas que resisten a los proyectos destructivos del extractivismo en diferentes partes del continente.
“Ahora vemos cómo ha emergido un nuevo movimiento de mujeres que están en las comunidades de base, defendiendo sus tierras y sus recursos. Ellas tienen una perspectiva bastante radical, porque son quienes están en primera línea defendiendo sus vidas y los recursos para su supervivencia, pero también la del planeta. Creo que estas organizaciones suponen un desafío para los movimientos de mujeres tradicionales y mayoritarios”, indica Hargreaves.
La resistencia implica defender un modelo económico alternativo al capitalismo, que incluye replantear un modo de vivir de la tierra, las formas de producir alimentos o la relación con la naturaleza y con los otros. “Es en la defensa de la tierra y los recursos naturales contra los proyectos extractivistas a gran escala donde subyace la alternativa al capitalismo. Es en las formas en las que las mujeres, los pueblos indígenas y las comunidades campesinas se relacionan con la tierra, el agua, los bosques y la naturaleza en su conjunto donde se encuentra la esperanza para un futuro diferente. Son las mujeres y las comunidades de grandes zonas del sur global que viven una relación diferente con la naturaleza quienes nos ofrecen esa esperanza”, resume Hargreaves. Pese a estas esperanzas, la activista ve con preocupación la escasa presencia de estas alternativas promovidas por mujeres en los movimientos feministas masivos dentro del continente africano.
Son las mujeres y las comunidades de grandes zonas del sur global que viven una relación diferente con la naturaleza quienes nos ofrecen esa esperanza», Samantha Hargreaves
Por una parte, lamenta que muchas de las organizaciones por los derechos de las mujeres en países africanos están muy ligadas al Estado o a los partidos políticos. Por otra parte, muchos movimientos reconocidos como independientes están centrados en asuntos como la violencia contra las mujeres o hacen un gran énfasis en la representación política femenina, pero no muestran tanto interés en las resistencias frente al actual modelo económico.
Una historia de apropiación colonial, capitalista y patriarcal
Para entender el contexto de las actuales resistencias de las mujeres africanas frente a proyectos extractivistas como, por ejemplo, los de la industria minera, hace falta remontarse a las primeras etapas de la colonización. África representa una paradoja: es el continente que alberga algunos de los países más pobres de la tierra, pese a que todo su territorio es rico en recursos naturales. Bajo el suelo africano se encuentra el 30% de las reservas mundiales de minerales, el 10% del petróleo del mundo y el 8% del gas natural, según datos del Banco Mundial. Esta fuente asegura en su web que “con una buena gobernanza y una gestión transparente, los ingresos de las industrias extractivas pueden tener un impacto en la reducción de la pobreza e impulsar la prosperidad compartida, a la vez que respetan las necesidades de las comunidades y el medio ambiente”.
Para Hargreaves, los impactos del extractivismo en África se resumen en dos palabras: destrucción y violencia.
Pero, para Hargreaves, los impactos del extractivismo en África se resumen en dos palabras: destrucción y violencia. “Todos los proyectos extractivos a gran escala, como la minería, la extracción de petróleo y gas o la construcción de centrales eléctricas, implican acaparamiento de tierras. Las tierras de la gente se toman, con una mínima o en ocasiones ninguna compensación, por lo que las comunidades pierden los recursos que necesitan para sobrevivir”, explica la activista.
No solo la tierra, sino también el agua es arrebatada. “Las mineras y las centrales eléctricas usan grandes volúmenes de agua y afectan a los cursos de los ríos, por lo que sustraen el agua, (un recurso) del que las personas dependen para sustentar a sus familias”, expresa Hargreaves durante una entrevista en Barcelona. Además, destaca que se trata de industrias que contaminan el aire, el agua y los suelos, y deforestan o se apropian de los bosques. “Las personas pierden su base para la supervivencia y quedan en la miseria a causa de estas industrias y, en algunos casos, enferman”, afirma.
A la destrucción y apropiación de los recursos naturales, asegura Hargreaves, se suma un ingrediente más: la violencia. “Por una parte, se incrementa la violencia interpersonal o en las familias cuando la gente pierde los recursos y los vínculos sociales que necesita para sobrevivir. Pero, además, existe una violencia extrema por parte de las compañías e industrias, basada en la militarización y en la securitización de los territorios extractivos. Los militares y la seguridad privada de las empresas buscan controlar la resistencia y mantener calladas a las personas frente a las industrias que están apoderándose de sus bases para la supervivencia”, explica Hargreaves.
El impacto sobre las mujeres
Aunque todos estos efectos negativos del extractivismo impactan negativamente sobre todos los miembros de las comunidades, Hargreaves asegura que recaen con más fuerza sobre las mujeres. “Debido a la división sexual del trabajo en las comunidades, las mujeres africanas son la mayoría de las productoras de alimentos. Cultivan la comida, la procesan, la preparan y la ponen sobre la mesa. Son también quienes cosechan y quienes van a recoger el agua para sus familias. Son, por tanto, las responsables de cuidar del agua y los bosques, porque tienen que proveer de estos recursos a sus familias”, describe.
Si estos bienes escasean, están contaminados o quedan en zonas apropiadas por las empresas, son las mujeres quienes enfrentan estos problemas. También se encargan de cuidar a las personas de la familia que enferman a causa de la contaminación. “Las mujeres están soportando los costes externalizados de las industrias y del modelo de desarrollo extractivista. Los beneficios de las empresas se apoyan en el trabajo barato o no pagado que realizan las mujeres y esto tiene impactos muy directos en los cuerpos de las mujeres”, indica Hargreaves.
«Las mujeres están soportando los costes externalizados de las industrias y del modelo de desarrollo extractivista»
Y, de nuevo, emerge el problema de la violencia: “Si hablamos de la violencia externalizada, el costo de este modelo de desarrollo afecta particularmente a las mujeres. Estamos documentando y apoyando a las organizaciones de mujeres que han sufrido violaciones, violaciones grupales y acoso sexual por parte de militares o de agentes de seguridad. Por lo que hay riesgos elevados para las comunidades que resisten a las industrias extractivas, pero hay un doble riesgo para las mujeres. Muchas veces no pueden denunciar estos casos en sus comunidades o familias por miedo a ser revictimizadas”, asegura la activista de WoMin.
Para Hargreaves, esa violencia patriarcal que deriva del colonialismo extractivista solo acabará si se pone en marcha una transformación total del sistema social y económico, que debe realizarse de manera colectiva. “Esta transformación no puede hacerse por organizaciones o movimientos de manera individual. Tampoco se puede hacer solo a escala continental, porque el capitalismo es un sistema global, al que tenemos que combatir en lo local y a escala nacional, pero también globalmente”, subraya.
Por ello, Hargreaves ve con esperanza iniciativas como el Foro Social Mundial de Economías Transformadoras, que se celebrará en Barcelona en junio de 2020, y que pretende servir como punto de encuentro entre alternativas al capitalismo como las economías feministas o el movimiento por la soberanía alimentaria, entre otros. “Tenemos que confluir entre nuestros movimientos en una lucha común. Nuestro planeta está ahora tan severamente amenazado, que el futuro parece complicado si no nos unimos ahora. Probablemente, podamos mitigar algunos de los peores efectos en el clima, pero se necesitará un esfuerzo masivo y combinado para enfrentarse al sistema, proponer alternativas y construirlas”, concluye la activista.
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*Periodista freelance basada en Asunción (Paraguay) desde 2014. Ex corresponsal de la agencia EFE, escribe para medios como eldiario.es, Pikara, CTXT, Open Democracy, o la agencia de noticias LGTBIQ Presentes. También colabora como camarógrafa para la agencia France Presse. Bisexual, migrante, feminista, “i el tèrbol atzur de ser tres voltes rebel”. @marietasanz en Twitter
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