Editorial
Ante la ley del Brasil, frente al Tribunal Supremo Federal, 60 mil indígenas exigen que no se borre la historia del despojo, que les devuelvan sus territorios o, al menos, que no destruyan lo que queda. El Virrey, Bolsonaro, rodeado de golpistas, amenaza con más muerte. Quieren los territorios indígenas porque quieren dinero, quieren derribar los bosques porque quieren dinero. Como hace 500 años, el móvil es el mismo: ambición e ignorancia. Mientras la esperanza recae en el tribunal constitucional, las reservas naturales se siguen quemando en Brasil y la agroindustria crece.
Ante la ley de Chile, tras años de movilización y represión, las machis Linconao y Loncón batallan a diario para que la nueva constitución reconozca los derechos ancestrales de los que habitan el Wallmapu. El 7 de setiembre una caravana de autoridades tradicionales compuesto por diferentes lonko, machi, werken de distintas comunidades mapuche, llegó a la Convención Constitucional acusando a las convencionales mapuche de haberse “vendido”, de ser cómplices del despojo y la represión. El mismo día, encontraron los restos del peñi -lamien José Acuña Quinchaleo, quien había desaparecido el 18 de agosto, durante las recuperaciones territoriales de la zona de Dollinco Bajo.
Ante la ley de México, los zapatistas no se presentan. Se saltan todo permiso y se van por mar y por tierra, a llenar de esperanza, a mover la conciencia de los que luchan desde las metrópolis de este sistema colonial. Al Norte la ley y el orden, al sur el caos. Del Sur, se obtienen maravillas: combustible, metal, alimento. Desde el norte, todavía se ven venir embarcaciones pagadas por “reyes”, repletas de asesinos y ladrones, ávidos de poder, ciegos a la verdadera maravilla: la naturaleza, la vida.
Mientras las ciudades se desangran a balazos en México, los zapatistas, entre otros, tienen en pie un cerco contra la ley mexicana. Allí manda el pueblo.
Ante la ley colombiana, los indígenas no existen. Con la ley han creado un sistema de muerte, han promovido que el narcotráfico y los grupos armados hagan el trabajo sucio de asesinar a la gente y despejar el terreno.
La valiente respuesta de los indígenas colombianos ha sido desalambrar a la madre tierra, recuperarla del monocultivo con sus propias manos y proteger su vida y su cultura con su propia guardia indígena, con su ley ancestral, esa que sí está hecha para todos y todas.
Ante la ley peruana Pedro Castillo es el presidente. “Ahora el pueblo está en el gobierno”, dicen algunos. Ante la ley, el congreso es el legítimo representante del pueblo. Ante el pueblo, el congreso es un lupanar donde sucios favores y tremendos intereses destruyen territorios, explotan poblaciones, contaminan ríos y desaparecen de sus planes a quienes no contribuyen con sus ganancias.
Ante esa invisibilización, nos alegra que se hable quechua en el congreso, que se picche coca en el hemiciclo. Pero estos hechos simbólicos no completan la canasta familiar, no limpian las cuencas hídricas, no curan a la gente, no materializan el bienestar que necesitamos ni solucionan los problemas de cada región; y, sobre todo, los hechos simbólicos no gobiernan.
En toda el Abya Yala, la derecha, el poder económico y las élites racistas no han mermado su violencia y premeditación para desestabilizar la sociedad; es más, se les nota más ávidos de sangre y destrucción, más descarados.
Ante la ley, ante la “clase política”, ante las instituciones bicentenarias, podríamos esperar toda la vida. Hemos, ya, esperado toda la vida.
A ti te digo (sí, a ti), deja de esperar la dadiva del poder, la venia de los que no te dan ni la mano. Vuélvete al pueblo, convócalo, impulsa su organización autónoma. Allí está la fuerza, allí la construcción que no caerá: desde las bases.
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