Es necesario aceptar la realidad y tener preparadas alternativas –que necesitan mucho tiempo para ponerse en marcha– para afrontar los efectos de un cambio climático que ya hemos causado y que vamos a intensificar a lo largo de este siglo XXI.
Por Antonio Ruiz de Elvira Serra*
The Conversation, 8 de mayo, 2022.- El mes de marzo ha sido muy caliente en el subcontinente indio. Abril ha experimentado temperaturas que en esas zonas corresponden a bien entrado el mes de mayo. La ola de calor se extiende y se mantendrá hasta la llegada de los monzones en junio. Estas olas de calor, que se repetían hace 70 años con un tiempo de retorno de unos 50 años, se están repitiendo ahora cada 4 años aproximadamente.
El cambio climático se analiza hoy, en general, hablando del aumento de la temperatura media global del planeta, que implica las temperaturas de los trópicos y de las regiones polares, de los meses de invierno y de verano, de días y de noches.
Como todas las medidas promedio, la del cambio climático es también engañosa. Que la nota media en Física de una clase de 100 alumnos sea un 5 puede significar que 100 alumnos sacan un 5 o que 50 alumnos sacan un 10 y el resto un 0.
En una situación de aumento de la temperatura media global, hay zonas cuya temperatura sube mucho, como el Ártico, y otras donde se mantiene más o menos invariable.
Cambios en la circulación de aire atmosférica
La realidad visible del cambio climático es el cambio en la circulación del aire debido a pequeñas diferencias de temperatura. En España lo estamos viendo con gran claridad en los últimos años, cuando las alternancias rápidas entre situaciones de frío y heladas y tiempo estable y caluroso son constantes.
Normalmente en India –y Pakistán, que está en la misma región geográfica– el calor aumenta desde marzo a junio cuando, en condiciones normales, llegan los monzones. Este año, y en algunos otros años a partir del año 2000, las temperaturas han sido unos 3 grados superiores a lo que era habitual en el siglo XX.
Imagen del chorro tropical. Se ve como este chorro de aire, a 11 000 metros de altura, arrastra aire muy caliente desde el Sáhara, Arabia y el desierto de Irán sobre Pakistán y los estados del norte de la India. Grid Analysis and Display System (GrADS/COLA)
El cambio climático potencia la circulación de aire desde el Sáhara y los desiertos arábigo y persa hacia los valles del Indo y el Ganges, incluyendo las zonas desérticas indias como Rajastán. Esta circulación era menos frecuente antes del calentamiento del planeta, y el aire caliente se dirigía al norte del Himalaya. Hoy las condiciones atmosféricas dirigen el aire caliente hacia el sur de esa cordillera.
La situación de la India y Pakistán implica un bloqueo del aire frío del norte debido a las grandes elevaciones del Himalaya, que, por otro lado, potencia los monzones y recoge el agua de los vientos húmedos del sur para regar una de las mayores extensiones de tierra del mundo.
Curva de crecimiento de la concentración de CO₂ en la atmósfera en la cima del Mauna Loa, en Hawaii, medida constantemente por la Institución Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego. No se ve el menor signo de freno de emisión de CO₂, ni siquiera durante la pandemia. NOAA
Medidas de adaptación
El cambio climático no va a frenar. No parece existir el menor deseo en los países de dejar de utilizar combustibles fósiles. Tenemos ejemplos actuales: Marruecos va a iniciar la explotación masiva de un yacimiento subacuático frente a sus costas. Alemania, la gran esperanza verde, se ha revelado, desde marzo, como un país adicto a esos combustibles. China inaugura constantemente centrales de carbón, que es la principal fuente de energía en India, sin expectativas de sustitución.
Si no se da un cambio de tendencia, la única acción racionalmente posible es la adaptación. Por poner un ejemplo, en España es esperable un episodio de heladas fuertes en el valle del Ebro y en las costas levantinas al menos una vez al año: la adaptación pasa por instalar invernaderos de techos móviles y control automático. Igualmente, las inundaciones aumentarán de manera intensa a lo largo del siglo XXI y exigen sistemas de canalización capilares.
Otra consecuencia del cambio climático, y esta sí se debe directamente al aumento de la temperatura, es la disminución de la cubierta de nieve de las montañas. En California, hacia junio, las reservas de agua de los embalses están agotadas y su agricultura depende de la nieve de sierra Nevada. Pero la cantidad de nieve disminuye de año en año. Adicionalmente, el aumento de temperatura (y unas urbanizaciones diseñadas sin tener esto en cuenta) producen incendios monstruosos cada año.
Sabemos que el cambio climático, con su consecuencia, el cambio de circulación de las masas de aire en la atmósfera, va a continuar. De la misma manera que tendríamos que haber adoptado alternativas rápidas al gas ruso, tenemos que poner ya en marcha las alternativas de adaptación. Por ejemplo, en España, diques en las zonas costeras habitadas, como Huelva, Cadiz, Sevilla, Málaga, Valencia, Barcelona y el resto de las ciudades atlánticas y mediterráneas con zonas a nivel del mar. Además de sistemas de canalización capilar ante lluvias torrenciales, invernaderos inteligentes ante heladas bruscas, adaptación del cultivos a etapas de calor extremo.
En definitiva, es necesario aceptar la realidad y tener preparadas alternativas –que necesitan mucho tiempo para ponerse en marcha– para afrontar los efectos de un cambio climático que ya hemos causado y que vamos a intensificar a lo largo de este siglo XXI.
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* Antonio Ruiz de Elvira Serra es catedrático de Física Aplicada, de la Universidad de Alcalá.
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Fuente: Publicado por el portal web The Conversation y reproducido de acuerdo a sus condiciones: https://theconversation.com/los-60-c-de-la-india-un-fenomeno-aislado-182385
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