Por Isela Barranzuela
MIRevista Cultural, 9 de abril, 2018.- Llega diciembre y los occidentales solo pensamos en dos colores: rojo y verde. Compramos luces que incluyan amarrillo y azul para no volver tan monótona la fiesta, renovamos el nacimiento y los adornos del árbol navideño, pensando que todos en ese mismo instante están sintiendo la misma alegría por el nacimiento de Jesús y semejante nostalgia al recordar que una semana después, el año se va. Sin embargo, nos olvidamos que existe otra concepción del mundo muy cerca de nosotros y en el caso de los peruanos, al otro lado de esas montañas inmensas y maravillosas a las que llamamos Andes.
En el lugar donde la leyenda de Manco Cápac y Mama Ocllo tuvo inicio, el año no termina en diciembre, sino seis meses antes, exactamente el 21 de junio, fecha en la que se celebra el retorno del sol o Willkakuti en aimara. Este evento tradicional que también se festeja en Argentina, Bolivia y Chile, coincide con el inicio del invierno, justo cuando la enana amarilla está en las manos de la gran Orión, la constelación más famosa del frío septentrional. Esta fiesta se vive como un periodo de renovación y recepción de energía ancestral. Se le pide al sol que vuelva a asomarse entre las nubes grises para que vuelva a proporcionarle calor a sus cultivos.
El Willkakuti marca la culminación de una temporada de cosecha y el comienzo de una nueva época de siembra. Esta celebración se divide en cuatro partes: la primera, Mara ch’uku, día de transición entre el año viejo y el nuevo; la segunda, Mara T’aqa, otorgar y recibir energía espiritual o en especie; la tercera, Willka kuti, la partida y nacimiento del sol; y la cuarta, Sillq’staña, el resurgir del sol y de una nueva conducta espiritual.
El evento inicia el 20 de junio por la noche, cuando el yatiri (jefe de la comunidad aimara) prepara las ofrendas junto con su pareja y el jilaqata, quien en los tiempos incaicos solía ser la máxima autoridad del ayllu (antes se le conocía como Cacique) —, las cuales son dulces y flores de diversos colores.
Durante la madrugada del 21 de junio, los pobladores se reúnen para reflexionar sobre los pormenores que les trajo el año, así como también sobre su conducta. Aproximadamente a las seis de la mañana, la comunidad sube a la cima del cerro a esperar el retorno del sol. En honor a la pachamama se ofrenda vino para contribuir con la fertilidad de la tierra, y desde el lado masculino se obsequia incienso y alcohol para que ascienda al cielo junto a las deidades que habitan las alturas. También se queman hojas de coca, las cuales les ayudan a mantenerse en contacto con sus antepasados.
Con mucho fervor se le pide al Inti que guie a la población por el camino del bien, que bendiga y proteja la cosecha, así como también que continúe brindándoles todas las fuerzas que necesitan para seguir laborando la tierra. Luego de homenajear a los apus y a los achachilas, espíritus que protegen a los pueblos y que además representan a los ancestros de los pobladores, termina el ritual. Inmediatamente empieza el festejo acompañado de música y danzas típicas así como de licores fuertes que caracterizan a la zona.
No existe documentación que delimite el inicio de esta celebración o si durante el periodo precolombino esta ceremonia coincidía con el solsticio de invierno. Se afirma que en el 2017 se han cumplido 5 525 años del festejo de esta fecha, el periodo es medido por la suma de los años de vigencia del pueblo indígena y el tiempo transcurrido desde la llegada de Cristóbal Colón (1492) a América.
Es fundamental revalorizar estas costumbres que transmiten vívidamente la cosmovisión de los pueblos indígenas, también es importante la promoción y la facilitación de los espacios para que las comunidades creyentes puedan realizar la celebración en un ambiente digno y alineado con sus creencias. Como peruanos, como descendientes de una de las culturas más milenarias del mundo, es nuestra obligación conocer y entender este tipo de manifestaciones culturales donde, aunque sea por una fracción de segundos, se recrea lo que alguna vez se vivió en ese universo inmenso denominado Tahuantinsuyo.
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