La vida después de las lluvias torrenciales y desbordes

Miles de personas lo han perdido todo y están ahora en situación muy vulnerable, a la espera de ayuda que todavía no asoma.

Por Cecilia Niezen*

“Vamos a tener que empezar de cero, y solos no vamos a poder. Necesitamos que las autoridades vean los daños”

05 de abril, 2017.- El puente del río La Leche, que cruza la antigua Panamericana Norte, en Lambayeque, no colapsó, pero sus riberas sí. El sistema de derivación de sus aguas, que van desde Pampa de Lino, en Jayanca, hasta el desierto de Mórrope, no fue fortalecido, pese a que  las constantes crecientes del río habían ido erosionado sus bases. Como consecuencia, el 14 de marzo pasado se registró la más grande inundación que han visto los lugareños, y el 19 de marzo, las lluvias torrenciales de la parte media de la cuenca desbordaron también el río, complicando el escenario. El resultado: miles de personas damnificadas y afectadas, de zonas urbanas y rurales de seis distritos: Pítipo, Jayanca, Pacora, Íllimo, Túcume y Mórrope. En todo Lambayeque, el COER contabiliza 48,000 personas damnificadas.

Íllimo en el corazón

Estamos en Íllimo y el corazón se estruja. Tanto en las áreas rurales como en las urbanas, parece que un fuerte terremoto hubiese asolado la zona. Pero no, la destrucción fue ocasionada por la fuerza de las aguas del río La Leche y también por la indiferencia de las autoridades que no pudieron prever y prepararse para esta emergencia. “Nunca hemos visto algo así. No pensábamos que el río iba a llegar hasta aquí”, dice Aleida Tejada,  vecina del área urbana de Íllimo y madre de seis niños de entre 3 y 12 años. Hoy está instalada en una carpa en la Plaza Central de Íllimo, donada por Defensa Civil. Desde el cauce del rio hasta la plaza, las personas asentadas en carpas calculan que hay más de un kilómetro. No pueden ocultar su sorpresa de que el río haya llegado tan lejos. Las personas mayores de este distrito de aproximadamente 9.000 personas coinciden en que jamás han vivido una situación similar.

En la plaza principal, los vecinos que tienen principalmente casas de material noble están más tranquilos pues sus casas siguen en pie. Hoy conviven con personas en carpas que estarán ahí por tiempo indefinido. Aleida nos muestra el interior de su carpa y hay una colcha, una botella con agua, una pila de ropa donada. Sus hijos juegan descalzos por la plaza en el nuevo barrio que los alberga. “¿Qué hago? Tengo que regresar. Mi casa y mi chacra están allá arriba, pero ahí ya no queda nada, todo se hunde”, me dice. “La carpa nos cubre pero cuando llueve pasa y mis niños pueden enfermarse. Necesitamos plásticos, agua, mosquiteros”, dice.

No solo es la angustia de no saber si podrán regresar y de cuándo contarán con viviendas habitables. La mayoría de personas ha perdido sus medios de vida: cultivos de maíz, camote, yuca. “Vamos a tener que empezar de cero, y solos no vamos a poder. Necesitamos que las autoridades vean los daños”, dice José, también viviendo en una carpa.

En la plaza de Íllimo habrá unas 35 carpas y unos seis barriles de agua que se consumen rápidamente. Los pocos alimentos llegan de algunos voluntarios y de una iglesia que se encuentra en la misma plaza. Los recuerdos de cómo llegó el río y cómo salvaron sus vidas, son muy parecidos: los que no llegaron a salir antes,  hicieron malabares para resistir, con sus hijos y familiares en brazos, la fuerza de un río desbocado que entraba por todas partes, no solo con agua, sino también con lodo y maleza.

Salimos de la plaza y caminamos por la zona. Llegamos a la calle Victoria, a unas dos cuadras. Aquí sí no es posible encontrar una sola cara con esperanza. La situación es de desesperación total. El 80% por ciento de las casas ha sido completamente destruido. La gente está sentada en las fachadas de lo que hasta hace muy poco fueron sus hogares. Hoy su hogar es la calle. Han sacado los escombros de sus casas y los han amontonado en lo que antes eran pistas no asfaltadas pero sí transitables, esperando el paso de retroexcavadoras y maquinaria que se los lleven. Pero, como comenta un vecino, por acá todavía no pasa ni el alcalde, ni llegan las herramientas, ni lampas, ni picos ni mucho menos las máquinas excavadoras que tanto esperan. “Dice que están priorizando otras zonas, pero no creo que estén peor situación que nosotros”.

Después del desastre…

Los distritos de Íllimo y Pacora, ambos terriblemente afectados, están divididos por el puente sobre el río La Leche. Pacora, con aproximadamente 7.000 habitantes, está en la margen derecha del río, e Íllimo en la izquierda. Martha Acosta, vecina de Pacora, y presidenta de los comités del vaso de leche de una parte del distrito, remueve junto con su familia los escombros, mientras nos explica que el mayor peligro que se cierne sobre ellos está relacionado a la salud, pues los desagües han colapsado. Y es que no hay drenaje pluvial. Entonces, cuando crece el río, las aguas de las lluvias van al desagüe. El resultado, cuando las lluvias son excesivas, es el colapso. Finalmente, las aguas del desagüe afloran, juntándose con el agua de las lluvias e inundaciones. Los niños caminan descalzos, lo cual también es un peligro. Martha dice que lo que puede hacer es muy poco y que la ayuda que se requiere es de urgencia. Hay mucha carga de sólidos que pueden sedimentarse en los desagües y eso sería aún peor. Por eso, piden la presencia urgente de autoridades locales y de la empresa de saneamiento local, EPSEL.

Los niños de Pacora e Íllimo estudian en una escuela ubicada en Pacora. Los de Íllimo cruzan el puente para estudiar. Pero la escuela se ve a lo lejos inundada e inaccesible, y con sus paredes derruidas. La escuela, cuentan, fue reconstruida con material noble hace tres años, pero al estar tan cerca del río, este la impactó con mucha fuerza. Obviamente, los niños no asistirán a la escuela hasta que pase la emergencia y la escuela sea reforzada.

En el Perú, es una constante ver las casas al lado del río, como en Pacora.  Arturo Liza, especialista en gestión del riesgo de desastres de Predes, organización especializada en prevención, dice que se debe respetar la faja marginal entre el río y viviendas que debe ser como mínimo de 50 metros. Ello no ha sucedido en muchas partes del país en emergencia. “Es importante pensar de acá en adelante en la reubicación de personas viviendo al lado del río”, dice. Por otro lado, señala que las experiencias anteriores debieron impulsar a las autoridades locales a reforzar mecanismos de prevención de la población, como sistemas de alerta temprana. “Los gobiernos locales no asumieron las iniciativas locales como algo suyo. Tampoco se da prioridad a la inversión en prevención de riesgos en las obras que se construyen”, sostiene.

La familia Riojas vive justamente al pie del río La Leche, en Pacora. De su casa no queda nada. Lo positivo es que en esa pequeña parte de Pacora sí funcionó el sistema de alerta temprana comunal. Las familias escucharon las sirenas de del caserío llamado Las Juntas de Íllimo, y salieron de sus casas. Al regresar, tras varios días de lluvias torrenciales y del desborde del río, no encontraron casi nada. Alguna pared en pie, todos sus cultivos perdidos. “Gracias a Dios estamos con vida, señorita”, me dice entre lágrimas la matriarca de la familia. Hoy saben que deben abandonar esa zona de alto riesgo. Lo malo es que no tienen a dónde ir. Esta es, en esta hora urgente y dramática, la situación de miles de personas en Lambayeque, una de las regiones más golpeadas por las brutales lluvias que han golpeado la costa peruana este verano.  Ayudemos.

¿Cómo puedes ayudar?

El sitio web del Gobierno del Perú #UnaSolaFuerza te lo explica.

Información suplementaria: 

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Fuente Oxpam: https://peru.oxfam.org/la-vida-despu%C3%A9s-de-las-lluvias-torrenciales-y-desbordes

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