Servindi, 27 de junio, 2021.- En esta ocasión compartimos una crónica de tinte humorístico sobre un personaje de carne y hueso, conocido como el tío "Nevada".
El relato es de la autoría de nuestro gran amigo y escritor cajamarquino José Luis Aliaga Pereira, quien todos los fines de semana matiza nuestra producción informativa con la narrativa popular de la que hace gala.
Coincidimos en que algo de humor es muy importante para equilibrar el espíritu, considerando los momentos políticos difíciles que atraviesa nuestro país.
El tío Nevada forma parte de la constelación de personajes populares que cobran vida en el libro Grama Arisca, editado por el Grupo Editorial Arteidea EIRL, en abril de 2013.
El tío Nevada
Por Jose Luis Aliaga Pereira.
I
Don Sergio
EN LOS PUEBLOS grandes o pequeños, de generación en generación, siempre han existido hombres que vivieron para hacer reír. Personajes que llegaron a este mundo bromeando y a los que así también les llegó la muerte, como dijeran los antiguos: <ciprando las muelas>.
Sucre, antes llamado Huauco, no es la excepción. Uno de estos enviados, no se sabe si por Dios o el demonio, fue don Sergio, más conocido como el tío <Nevada>. En él, no hacían mella la fortuna ni la pobreza. Tampoco le importaba que su tentación permanente por bromear provenga de una fuerza maligna o divina: —Desciendo de raza árabe judía —proclamaba a los cuatro vientos y, quizás, esta haya sido la explicación que indirectamente trataba de dar a su especial idiosincrasia.
Terminó la educación primaria como uno de los mejores alumnos y no quiso continuar estudiando porque, según él, ya lo sabía todo; incluso, aseguraba, que el mundo nunca cambiaría, que seguiría igual de injusto, así vivas en la cumbre o en la miseria. Don Sergio prefirió permanecer en su pueblo ayudando a su familia en la crianza de ganado vacuno, la venta de leche y con su preocupación de hacer reír a la gente.
Calzando un par de botas de jebe, con la barba blanca y crecida, iba detrás de un borrico que sobre su lomo llevaba dos prontos de leche. Sabía infinidad de historias, muchos lo escuchaban y había que ser un tonto para dejar pasar la oportunidad de reír con los chasquidos del tío <Nevada>.
— ¡Hola pues sobrino! —para él todos los niños y jóvenes eran sus sobrinos—. ¡Goool de media cancha! —gritaba; esa era su expresión favorita que lo describía como ganador, en especial luego que sus bromas salieran redondas.
Llegaba preparado para cualquier ocasión, aparecía sonriente saboreando en su interior una broma que al ser contada o hecha realidad, hacía del lugar una fiesta en la que resonaban las risotadas más estruendosas.
Cuentan que en cierta oportunidad el párroco del pueblo se vio obligado a hacerlo callar porque, a seis cuadras de la iglesia, hacía reír a un grupo de jóvenes con tanto estrépito que impedían a los feligreses escuchar el santo sermón.
De igual modo los días que iba a la provincia de Celendín a vender leche en su porongo, los pasajeros del vehículo que los transportaba eran los premiados; parecían un grupo de divertidos adolescentes, excursionistas de alguna promoción de colegio. Armaba tal jolgorio que hasta daba la impresión que las ventanas del ómnibus aplaudían celebrando sus ocurrencias.
II
La noche es de los pobres.
Una mañana, antes que saliera el sol, la rara denuncia que se asentó en el Puesto Policial, sacó del marasmo al pequeño distrito. El criador de ganado vacuno más conocido del lugar se presentó muy molesto para informar que había sufrido el hurto de la propia ubre de tres de sus mejores vacas.
Al día siguiente otro ganadero denunció lo mismo. Cuando los guardias vieron llegar al tercer ganadero, no lo podían creer.
Desde esa fecha, el pueblo tuvo que soportar una serie de chismes y acusaciones: ¡Esos desgraciados, muertos de hambre, son los autores! Los ganaderos acusaban del hurto a los más humildes, estaban furiosos.
Se comentaba que el ladrón actuaba en las madrugadas. Los policías, que eran cinco y dormían temprano, tuvieron que despertarse para ir a patrullar por el campo, antes que cantaran los gallos y las chicharras.
Transcurrieron los días y la leche seguía desapareciendo de la ubre de las vacas. El escurridizo delincuente actuaba en la oscuridad y con sorpresa; unas veces lo hacía por las pampas de El Común, otras por las del río El Verde y las demás por las de la Carrerera Vieja.
Los ojos de la policía, que ya no sabían qué hacer, se detuvieron en el tío <Nevada>. ¿De dónde saca dinero para beber licor si solo vende un porongo de leche a la semana?, se preguntaban. La acusación era directa y la casa de don Nevada fue visitada en varias oportunidades. ¡Estaba con orden de captura!
Hay quienes afirman que, como los guardias era sus amigos, no lo querían detener y lo único que hacían era mirarlo de lejos y escuchar cuando gritaba: -¡La noche es de los pobres! ¡La noche es de los pobres!
A la mañana siguiente lo detuvieron. Dicen que el guardia <Chaquilino> lo condujo con engaños, invitándole aguardiente. También indican que fue el propio tío <Nevada> el que se presentó; no lo sabemos, lo que si podemos asegurar es que eran las doce horas de un día sábado cuando estalló el escándalo.
Los policías conversaban tranquilos. Para ellos el tío <Nevada> era el autor del hurto, y como ya dormía la mona en el calabozo, el caso estaba resuelto. Lejos estaban de presagiar lo que vendría.
El tío <Nevada> no roncaba la mona. En silencio contemplaba las vigas y el eternit que cubrían las cuatro paredes de su pequeña celda, como lo llamaría después. Todo lo tenía calculado y solo esperaba llegué la hora.
Cuando sonaron las doce campanadas en su reloj imaginario, el tío <Nevada> ya se encontraba sobre el techo del Puesto Policial, luego de haber levantado unos maderos y el eternit.
El primero que lo vio fue el señor <Quisquiche> que llegaba del Isco para realizar compras en el mercado. Al comienzo pensó que estaría agarrando goteras, pero al escuchar las arengas del tío <Nevada>, se dio cuenta de lo que sucedía.
— ¡Pueblo de Sucre, ha llegado la hora de la redención¡ —el tío <Nevada> ya tenía el discurso en la cabeza y gritaba sobre el techo de la estación policial, agitando los brazos como un auténtico líder— ¡He aquí al Mesías! —hablaba golpeándose el pecho con las dos manos.
Los guardias descubrieron que los gritos provenían del techo, cuando los curiosos se aglomeraron frente al local policial.
De cinco a diez minutos duró el barullo. El Jefe de policía, luego de la contundente respuesta que diera el tío <Nevada> de que su ganancia por la venta de leche era por el agüita que le aumentaba para venderla en Celendin, al no tener pruebas incriminatorias para detenerlo por más tiempo, lo tuvo que dejar en libertad.
El tío <Nevada> salió repitiendo lo que el pueblo memorizó para siempre: —¡La noche es de los pobres! ¡La noche es de los pobres! y ¡gol de media cancha!.
III
Todos, menos el cuy...
Interminables eran las bromas del tío "Nevada", tantísimas que no cabrían ni en el libro más grande que hasta ahora se haya visto en el mundo.
Sucedió en la fiesta del mes de mayo, no en las que ahora se realizan con gran esfuerzo de más de 300 mayordomos, sino en aquellas en las que estos voluntarios ciudadanos eran uno o dos pero con gruesa billetera, donde a las mesadas no acudía cualquier parroquiano porque parecían fiestas de reyes. El tío <Nevada> subía por la calle Próspero con los traguillos suficientes para mantener el cuerpo caliente por varias horas. Por coincidencia, al llegar a la plaza mayor, frente a la municipalidad, se encontró con su gran amigo el Capitán que bajaba de su casa vestido con impecable terno color plomo.
— Hola pue' mi Capitán —le dijo el tío <Nevada>—, parece que te irías a la gloria o a un desfile de querubines.
— No, mi <Nevadita> —le habló el Capitán abrazándolo con cariño—, es hora del almuerzo y voy a la mesada que organiza don Shato.
— Uf, ahí solo van los de saco y corbata —dijo el tío <Nevada>.
— No te preocupes <Nevadita> de eso me encargo yo; vamos a mi casa y ya verás...
Al poco rato, bajaban los amigos sonrientes. La gente miraba al tío <Nevada> con sorpresa, nunca lo habían visto con camisa bien planchada, y peor aún, sobando de arriba abajo la corbata que colgaba de su cuello como si se tratara de una serpiente a la que había que dominar.
Cuando llegaron a la casa de don Shato los invitados ya degustaban un delicioso plato de cuy frito con papas, cebolla y rocoto picante. El anfitrión era el que daba la bienvenida a los invitados. En los primeros lugares, sin saber por donde empezar a comer, ni qué cubierto utilizar, se encontraban los profesores de nivel primario.
— Shatito, aquí he venido con mi <Nevada> —le dijo el Capitán, sobándole el codo.
— Ya lo veo; esta tan lluspichau que ya parece el Capitán.
Los profesores, a penas vieron ingresar al tío <Nevada> bien a la corbata y camisa planchada, rieron de buena gana.
— Si; parece el Capitán —refirió el profesor Manuel B., al que le decían "El rey de las apodos" porque le había puesto "Pollo con escarpines" a su colega Jaimito que era chiquito, narizón y usaba botas de cuero.
Los demás profesores, que se ubicaban a continuación de Manuel B. eran don Manuel M. y don One en cuyas caras no se podía adivinar si estaban serios o alegres, tenían los dientes tan grandes que daban la impresión de estar siempre riéndose; por eso les decían "Los trompudos".
De los que sí se escuchaban sus risas eran de los profesores Mariano y Octavio que se encontraban al otro lado de la mesa.
El tío <Nevada>, adivinando lo que iba a suceder y para no ser objeto de burla, se puso en guardia y sacándose la corbata y amarrándola en la muñeca de su mano derecha.
— Yo no soy el Capitán, soy el Coronel —dijo, dando un saltito de cojo asustado.
Aprovechando la manera de saludar de el tío <Nevada>, el profesor Manuel B. quiso reír a sus costillas agarrándolo de punto.
En la mesa de la comelona, se podían contar de doce a quince botellas de cerveza, sin tomar en cuenta las de "sauternes" y "oportos".
— <Nevadita> —le preguntó el profesor Manuel B., alargando los labios como capullo de azucena—. Si tuvieras la oportunidad de nacer convertido en animal, ¿cuál de los que tanto existen escogieras?
Los invitados interrumpieron la comelona y aguardaban expectantes la respuesta.
— Todos menos el cuy! —contestó el tío <Nevada> sin hacerse esperar.
— Por qué? —preguntó el profesor Manuel B., sorprendido.
— Porque no quisiera estar en las muelas de esos trompudos.
Dicen que los comensales rieron tanto que les era imposible seguir comiendo; platos y cuchillos volaron por los aires. La casa del viejo Shato se había convertido en un loquerio: los invitados iban y venían por sus alares contorciéndose de la risa y hubo un momento en que los cuyes parecían haber recobrado la vida, ya que saltaron por sobre la mesa, bajo las sillas, junto a los platos rotos que completaron el espectáculo.
IV
La muerte
Pero lo que hemos contado hasta ahora son pequeñeces que no llegan ni a los talones de las verdaderas bromas del tío <Nevada>. Para quedar todos satisfechos, vamos a relatar una más de ellas, en la que continúan de protagonistas algunos de los anteriores personajes.
Eran las once y treinta de un día laborable, se escuchaba el murmullo de los estudiantes y la firme voz de algún profesor que dictaba clases en una de las aulas de las tres que había en el patio empedrado de la escuela ex 83, Andrés Mejia Zegarra. El profesor Manyel Bazán y One dialigaban en la puerta principal. Al costado de la escuela dos señoras vendían sus berenjenas y rosquillas.
A esa hora, por el cruce de las calles Prosperó y Minopampa, regresaba alegre de la provincia el tío <Nevada>, cargando un porongo vacío sobre su poncho bato que colgaba de su hombro.
Ante que llegase a la puerta de la escuela, el profesor Manuel Bazán, lo saludó muy cordial.
El tío <Nevada> se detuvo a la altura de los profesores y dijo señalando a don One.
— Justo contigo quería hablar.
— Para que soy bueno <Nevadita> —contestó el profesor.
— Tu eres instruido, inteligente, como tú no hay otro, eres único que puede responder a mi pregunta.
— Dime <Nevadita>.
— ¿Qué es la muerte? —preguntó sin más preámbulos.
— La muerte <nevadita>... —don One habló cerrando los ojos, apretando un poco los labios y moviendo la cabeza de arriba abajo—. Ya está —dijo—. La muerte, según el filósofo Sócrates, es la continuación de la vida.
— ¡Muy bien! —exclamó el tío <Nevada> —sabía que tú no me ibas a fallar —afirmó saludándolos con la mano en señal de despedida.
No avanzó ni cincuenta metros, cuando, intrigado, el profesor One lo llamó:
— <Nevadita>, <Nevadita>, un momento por favor.
— Si One, ¿qué será? —preguntó el tío <Nevada> regresando al lado de lis profesores.
— Y para ti, ¿qué es la muerte?
Imitando los gestos con los que, a la misma pregunta, acompañó su respuesta el profesor One, el tío <Nevada> afirmó:
— La muerte para mí es el sueño más profundo del que ningún jijuna gran puta se levanta.
Lo dijo moviendo vertical y y con firmeza el brazo derecho, como lo hace un verdadero director de orquesta.
Glosario:
Ciprando las muelas: Riendo.
Porongos: Recipientes de metal en los que se guarda y/transpira leche.
La Mona: La borrachera.
Mesadas: Reuniones que acostumbran realizar en los pueblos del interior del país, en las que disfrutan degustando exquisitos potajes, por lo general las autoridades y personajes invitados.
Lluspichau: Bien peinado.
Trompudos: Que tienen los dientes grandes.
Fotografía del autor con Elisa, su compañera de la escuela, en la pampa El Común, distrito de Sucre, provincia de Celendín.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendin, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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