Servindi, 15 de agosto, 2021.- Este fin de semana compartimos una crónica de José Luis Aliaga Pereira sobre un amigo del autor, ingeniero agrónomo que se accidentó en su moto lineal y se malogró la columna.
Quedó muy mal y en su encierro progresó en su afición como pintor ganando un premio y convirtiéndose en un conocido artista.
El picaflor –o quende o quinde, como también se le conoce en Cajamarca– que ilustra el presente relato pertenece al artista polifacético natural de Celendín Jorge Antonio Chávez Silva, que escribe y pinta y es profesor de arte.
El relato pertenece al libro Grama Arisca, páginas 85, 86 y 87, editado por el Grupo Editorial Arteidea EIRL, en abril de 2013.
"En los momentos de crisis sólo la imaginación es más importante que el conocimiento"
Albert Einstein.
"... lo fantástico exige un desarrollo temporal ordinario. Su irrupción altera instantáneamente el presente, pero la puerta que da al zaguán ha sido y será la misma en el pasado y el futuro."
Julio Cortázar, El cuento breve y sus alrededores.
"... Un joven introvertido, juega con su amigo, un pajarito de colores que revolotea en las cuatro paredes de su cuarto, el cual, finalmente se sabe, no era más que una avecilla escapada de un cuadro que había pintado y colgado aquel"
Arturo Bolivar Barreto, refiriéndose a "El paraiso de Wilson".
El paraíso de Wilson
Por José Luis Aliaga Pereira*
PARA WILSON, EL PÁJARO VOLABA dentro de las cuatro paredes del cuarto color azul cielo. Él, su compañero y amigo, con los ojos cerrados, extasiado, lo seguía con el pensamiento. El pajarillo jugaba con el reflejo de su figura en el vidrio de la ventana, para, de pronto, detenerse frente a su rostro, con sus alas remeras y sus ojos llenos de gozo. Wilson quería gritar de alegría al sentir la suave caricia de sus plumas por su nariz, orejas y cuello.
La naturaleza iba a su encuentro y la rama de sauce en la que se paraba el ave, agitaba tanto sus hojas que daba la impresión de aplaudir con ellas, festejando las risas y carcajadas de Wilson, mezcladas con el trino encantador del avecilla de colores. Otras veces, le invadía un deseo incontrolable: ¡salir corriendo, abrir la puerta de su cuarto de un solo golpe y así hablar con todo el mundo, de su amigo el pajarillo! Pero, adivinando sus pensamientos, su compañero le impedía el paso: —No seas tonto! —con su actitud le decía—. ¿Quién te va a creer? ¡Dirán que estás loco, lo único que te falta, loco, loco!
Wilson gritaba y luego reía a carcajadas. Hasta que una tarde su hermana ingresó al cuarto que para él era un jardín de jazmines y violetas.
— ¿De qué te ríes hermano? — preguntaba curiosa.
— Pero si no me estoy riendo —Wilson mentía.
— Llevas mucho tiempo encerrado, no quieres salir. Si deseas te acompaño a dar una vuelta por la plaza, las calles o el campo.
— Aquí estoy feliz, hermana -respondía Wilson—, todo lo que deseo es que me dejen solo, que la plaza, las calles y el campo, juntos, vienen a mí.
Las carcajadas de Wilson eran interrumpidas por su hermana quien, considerando que eran incongruentes con el silencio y tristeza de la habitación, decidió contarlo a su familia.
Todos estuvieron de acuerdo y, una otoñal mañana, los hermanos llevaron a Wilson a dar un paseo por la plaza, las calles y el campo.
Después de varias horas de compasivos saludos y sonrisas, Wilson retornó a su casa y encontró a su hermana terminando de hacer limpieza de su habitación, según él, perfumada.
De pronto gritó desesperado:
— ¿Qué has hecho, qué has hecho? —repitió mirando con los ojos desorbitados el cuadro que yacía destrozado en el piso y que, años atrás, antes de quedar inválido por el accidente, pintó y colocó en la pared de su cuarto: un hermoso pajarito de rosadas patas y colorido plumaje que alegre posaba parado sobre una rama.
Wilson bajó la cabeza para que no se dieran cuenta de las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Al poco tiempo, Wilson, restauró su obra que fue la ganadora en un concurso regional de pintura al óleo.
El día de la premiación, luego de recibir el diploma de honor, para sorpresa de todos, mirando el cuadro, Wilson, rió a carcajadas y exclamó desde su silla de ruedas:
— ¡Loco, loco! ¡Lo único que me faltaba!
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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