Servindi, 11 de diciembre, 2020.- ¿Qué representación política podría ofrecernos un proceso electoral? se pregunta el editorial de Lucha Indígena, publicación mensual que dirige Hugo Blanco Galdós.
Compartimos la edición 175 correspondiente a abril de 2021 con 40 páginas donde tiene como uno de sus temas centrales el análisis crítico de la representación electoral en el Perú y diversos países de la región.
"Los pueblos seguiremos tejiendo desde abajo nuestra resistencia, nuestras alternativas, nuestra identificación con el territorio que nos sostiene, con el agua que nos fructifica, con la lengua que nos abriga, con el acto comunal del día a día. Allí está nuestra esperanza y herramienta: la organización".
Lucha Indígena puede ser descargado libremente desde el siguiente enlace:
- https://bit.ly/3mFuE1N (PDF, 40 páginas)
A continuación reproducimos el editorial:
Los pueblos eligen lucharIndígenas somos los pueblos arraigados a nuestros territorios, a nuestras lenguas, a nuestras culturas. Pero en nuestro andar, nosotras y nosotros mismos no nos llamamos así. Nos nombramos Quechua, Wampis, Achuar, Aymara, Awajun, Kukama, Mapuche, Kuna, Wayuu, Nasa… somos, pues, tantos, somos tantas y tan diversas, que no alcanza para definirnos, ni bien ni suficientemente, este idioma que por la fuerza de querer hacernos escuchar, de tener a quien gritarle y reclamarle la muerte y el despojo que nos persigue, hemos aprendido. Si el lenguaje nos excluye de esta manera, ¿Qué representación política podría ofrecernos un proceso electoral?
En el Perú, la historia y la lucha indígenas han sido silenciadas con violencia, pero este embuste sinvergüenza de “elegir” representantes está muy bien registrado. Hasta 1895 la elección de presidente y congresistas era indirecta, después se permitió al pueblo votar, pero sólo aquellos que supieran escribir y leer. Eso significó la expulsión de los pueblos amazónicos y andinos de la política nacional. Sin contar que, los jurados electorales y las juntas escrutadoras se escogían de entre los mayores contribuyentes en cada departamento, o sea, los ricos, las élites locales. ¿Acaso no nos resuena esa exclusión para unos y absoluto privilegio para otros, hoy, 2021? ¿Ya sea para emitir un voto, conseguir una vacuna, acceder a la educación o tener siquiera el derecho de trabajar sin ser perseguido en medio de una pandemia de desigualdad e incertidumbre? Recién en 1980 la alfabetización dejo de ser un requisito para elegir presidentes y congresistas. Desde entonces, vamos marcando con fe obediente (coaccionados, en realidad, por la multa y el castigo) por quien tiene una oportunidad, por quien ostente similitudes con nuestro abandono o estigma, por quien prometa no matarnos tanto ni tan rápido. En lo concreto, los candidatos no representan a las organizaciones campesinas ni a los pueblos amazónicos. No estamos en sus pantallas ni parlantes. Los millones presupuestados no se nos reparte a pedido. Las deudas sí, las concesiones y amenazas sí. El miedo, cómo no, por montones. Como en una pesadilla de la historia, nos preguntan sin escucharnos, nos dejan elegir entre la masacre o la resignación. Por ley, y esto desde la colonia, se ve mal arrasarnos sin ultimátum. Una cosa es segura. Las concesiones mineras avanzan a un ritmo de miles de hectáreas por mes; el sicariato empresarial, la represión estatal y las mesas de menosprecio se suceden sin pausa; la infraestructura para la deforestación, la contaminación, el saqueo se construye sin parar. Otra cosa es segura. Los pueblos seguiremos tejiendo desde abajo nuestra resistencia, nuestras alternativas, nuestra identificación con el territorio que nos sostiene, con el agua que nos fructifica, con la lengua que nos abriga, con el acto comunal del día a día. Allí está nuestra esperanza y herramienta: la organización. |
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