Servindi, 2 de diciembre, 2023.- Compartimos un cuento inédito del escritor celendino José Luis Aliaga Pereira, que tiene como trasfondo la defensa de las lagunas de Conga, lucha emblemática del pueblo de Cajamarca y de su provincia Celendín,
“Vosotros lo leeréis como un cuento; Oswaldo y Enrique, en cambio, lo vivieron en cuerpo y alma” nos anticipa el autor.
El botellón de vidrio
Por José Luis Aliaga Pereira
Los días felices que pasó Enrique Cambieces terminaron cuando llegaron a su fin los tristes días de su primo Oswaldo Sánchez.
Todo empezó cuando Oswaldo le pidió cuidar su casa hasta que retornara del viaje que iba a emprender.
Enrique vivía en el barrio pobre de la ciudad y su primo, igual; pero, éste, desde que salió elegido autoridad del pueblo, dejó el barrio y alquiló una hermosa casa por Los Amautas, un nuevo y moderno lugar de Cajamarca donde, si no eras propietario de un vehículo, tenías que alquilarlo o llamar un taxi para trasladarte al centro de la ciudad.
“Ese ha sido su destino del primo, bien por él” —pensó Enrique Cambieces en el momento en que bajaba del coche que lo trasladó hasta la casa de Oswaldo.
En realidad, era un condominio en el que se ubicaba la casa y, para ingresar, si llegabas en taxi, te dirigías, desde cierta distancia, caminando, hasta el portón principal: gruesos tubos de fierro pintados de blanco. Alrededor, como agarrados de la mano, dos paredes largas de ladrillo caravista rodeaban el entorno.
El vigilante que cuidaba en la entrada, lo vio avanzar tambaleándose, como hacía siempre, por su gordura y su enorme cuerpo.
Todo estaba arreglado. A Enrique le bastó enseñar su documento de identificación personal para ingresar como a su propia casa.
— ¿Usted sabe manejar? —le preguntó el vigilante.
— Sí —respondió con amplia sonrisa; porque recordó que su primo le había asegurado que sus idas y vueltas a la ciudad lo haría en un vehículo del que, en su momento, le alcanzaría la llave. Pero esta vez no logró alcanzarle. Oswaldo tuvo que salir de prisa, adelantó su pasaje porque, al lugar donde iba, viajaría una autoridad de alto cargo. De modo que fue el guachimán el que, después, le entregó las llaves y mostró el automóvil, un Toyota de color rojo que parecía recién pintado. Enrique Cambieces subió una pequeña escalinata adornada con geranios rojos y blancos que conducía a la casa en la que, según le indicó Oswaldo, iba a quedarse quince días con sus noches.
Por dentro la casa era rústica y acogedora; por fuera no, la casa se veía moderna como las de los barrios medio pitucos de las ciudades costeñas. Enrique, recorrió cada habitación, abrió y cerró ventanas y roperos; hasta quiso probarse un saco beige oscuro de Oswaldo Sánchez, que parecía grande y del que solo pudo calzarse la manga del brazo derecho. Su primo era un alfeñique, pensó.
A pesar de que Oswaldo le había casi exigido: “Duermes en el segundo piso”, Enrique escogió la habitación que ocupaba su primo, la de cama matrimonial; porque, además, tenía el baño-ducha amplio y un televisor que cubría casi toda la pared. Al costado se erguía un botellón de vidrio del que Oswaldo también le advirtió: “Ese botellón, primo, no lo vayas a tocar, ni tomar. El agua que contiene no es cualquier agua, la traje desde la laguna El Perol.” Enrique, pensó: “el agua es determinante para la vida de todos, seamos gentes, animales o plantas”. Luego, se tiró de panza y estuvo así largo rato pensando en la felicidad de su primo. Después, se levantó y veloz, como atraído por algo que, en esos momentos, no se dio cuenta que fue, sacó del maletín que había llevado consigo, su pijama blanca con manchas negras; se lo puso y, desobedeciendo las serias recomendaciones de Oswaldo, destapó el botellón de vidrio y tomó un vaso de agua. “Al final, dijo, el agua es la única energía de la tierra y es más pura que la embotellada”. Después, se dispuso a mirar televisión, hasta que se quedó dormido. En esos momentos o, quizás, desde que bebió el agua, empezaron sus días felices. El saco de su primo, que antes se había probado ahora le cabía perfecto. La camisa y los zapatos también; se vistió con toda tranquilidad, lo que el verdadero Oswaldo hubiera querido hacer y sentir, cuando estaba en casa. Eso era lo que le faltaba. En realidad Enrique era un Oswaldo completo. Se miró al espejo y se vio y sintió con la cara, con los gustos e ideas de su primo. Agarró el maletín James Bond de un estante pequeño que antes no había notado, y salió raudo camino al aeropuerto.
A esa misma hora a Oswaldo, en Canadá, le pasaba lo mismo. Ni bien llegó al hotel y antes que anocheciera la tarde, cuando estaba queriendo llamar a Enrique para preguntarle ¿Cómo va todo?, le venció el sueño y ahí mismo se vio en su casa de Cajamarca manejando su Toyota rojo, saliendo a comprar víveres para toda la semana porque su primo se iba a demorar por casi quince días, en Canadá.
Como ustedes conocen, el agua de las partes más altas de nuestros Apus es mágica e irradia poderosa energía. Tiene vida. Enrique, al minuto de haberla tomado, sintió un escalofrío pero no le dio importancia. Igual, en ese mismo instante, solo que a millas de distancia, le pasó a Oswaldo, como si él, también, hubiera bebido el agua del botellón de vidrio.
Fuente de la imagen: Pixabay
Hartórala había sido la autoridad de más rango, por la que Oswaldo tuvo que salir disparado al aeropuerto de Cajamarca y de allí al Jorge Chávez de Lima para después abordar el avión que lo trasladaría a Canadá. Un taxi lo estaba esperando en el país que, según le contaron "las empresas mineras actúan con responsabilidad social". Ya en el hotel de la capital canadiense, recién pudo conocer a su jefe al que solo había visto en televisión. Le pareció un hombre práctico, amable y hasta bonachón y divertido.
Es así como los primos intercambiaron, sin querer, sus vidas. Oswaldo Sánchez tuvo que acostumbrarse a caminar como pato y Enrique a usar el terno color plateado de Oswaldo y a su postura de figurín entrenado hasta en su modo de hablar.
El vehículo que lo esperó en el aeropuerto canadiense era conducido por un fornido moreno que lo primero que le preguntó fue si hablaba el idioma inglés. Oswaldo le respondió que pronunciaba lo más básico, la parte que le enseñaron en la escuela secundaria; luego le contó de la precaria educación que tuvo y de la enseñanza en todas las instituciones educativas de su país. El moreno conductor se presentó y dijo llamarse Edwar y hablar el idioma inglés, el español y francés perfectamente. Pero no fue solo eso lo que encantó a Oswaldo Sánchez, también fueron los grandes edificios, el hotel donde se alojó y, principalmente, lo que dijo el gordo y colorado personaje en la reunión a la que asistió, el que tenía el cargo equivalente a lo que en el Perú llamamos Ministro de Energía y Minas:
“El Estado canadiense actúa adecuadamente para regular las empresas mineras que operan en el extranjero y ofrece medios de recursos a las víctimas de sus actividades”
“La estrategia [El modelo de negocios canadiense] demuestra el compromiso del gobierno de Canadá velando para que las empresas canadienses continúen aplicando elevadas normas y replicando prácticas ejemplares en lo relacionado con la Responsabilidad Social en el extranjero.”
Sumillando:
“Las empresas mineras canadienses actúan con responsabilidad social”
“Muchas compañías canadienses conceden una gran importancia al respecto de las normas éticas, ambientales y sociales. De hecho, las asociaciones profesionales y las empresas extractivas canadienses han sido reconocidas en Canadá y en el extranjero por el rol de liderazgo que desempeñan en relación con estas cuestiones. Estás empresas encarnan, indiscutiblemente, la marca Canadá.”
— Escuchaste, Kike —le dijo, sonriendo y con confianza, el funcionario gubernamental peruano de más alto grado que se apellidaba Hartórala—. Disculpa pero tú no has estado nunca en estas lides. Las cosas tienen que ser prácticas, siempre. Las empresas no son santas pero hacen lo posible por conciliar los problemas que, fatalmente, en tu pueblo, Cajamarca, exageran.
— Habrá que evaluar, seriamente, eso —afirmó Oswaldo, mientras escogía los cubiertos acomodados en un mantel blanco, al costado izquierdo del “POUTINE” servido en plato hondo, de losa, color azul y blanco, y del lugar en el que le había tocado ubicarse en el salón de conferencias que también servía como una especie de lujoso comedor. “POUTINE”, pensó Oswaldo mirando el plato servido, “es un plato que, tranquilamente, se puede preparar en casa. Una especie de pollo a la brasa, pero sin pollo, algo así como el tallarín saltado”.
No fue diferente lo que le pasó a Oswaldo Sánchez encarnado en el cuerpo y enfundado en el saco de Enrique Cambieces: “Salía, puntual, a traer los víveres que necesitaba, del super mercado. El Toyota respondía de maravillas y, en varias ocasiones, había hecho hasta tres viajes seguidos por haber olvidado alguna chuchería. En casa no se cansaba de cambiar de canal con el control del televisor, ¡había tantas opciones para escoger! Su imaginación iba más allá de lo normal cuando cogía los utensilios y ropas que encontraba en los muebles y que, por curiosidad, cogía; por ejemplo, una gran pipa de color marrón a la que, sin encenderla, hizo como si estuviera fumando y expulsara el humo, como si fuera verdad, botándolo por la boca, mientras sus brazos y cuerpo se movían con ademanes afeminados. — ¿Así fumará mi primo? ¿Qué me estará pasando? —se preguntó—. Caramba, caramba — repitió esa palabra cuando llegó a su mente la imagen de su adorada enamorada a la que pronto haría su señora. Movía la cabeza como queriendo expulsar así el aturdimiento que este recuerdo le causaba. Esa tarde, en el plan de ahorrar unos cuantos soles se preparó un poco de arroz y un par de huevos que había guardado en el refrigerador.
— ¡Esta vida! ... ¡Ayyy está vida! —todavía se quejó de lo bonito que lo estaba pasando.
La tierra gira más rápido y los días son cada vez más cortos. Cuando Oswaldo y Enrique estuvieron frente a frente, parecía que recién se estaban despidiendo. El saludo de encuentro que se dieron fue frío, invernal; sus miradas esquivas hablaban de desconfianza. No eran los mismos después de los estados oníricos que pasaron. Era como si ambos quisieran escapar de lo vivido. Pero, alguien tenía que decir algo y, ese momento llegó en los labios de Oswaldo que, mirando molesto a Enrique, le dijo:
— ¡Sé lo que has hecho y has pensado! —le habló como encarándole un mal comportamiento.
— Yo también sé todo lo tuyo, won. ¿Dónde está tu cariño al pueblo? ¿Tan rápido olvidaste que fuiste rondero y que, incluso, antes de irte, señalabas con orgullo el botellón de vidrio?
Habían ingresado al dormitorio que Oswaldo había prohibido ingresar, más, mucho más que la misma manzana de Adán en el paraíso terrenal.
— Te advertí que no ingresaras a este dormitorio y peor que tomaras agua del botellón. ¡Bien sabes que está lleno de agua sagrada!...
— ¿Sagrada? — preguntó Enrique—. ¿La has respetado siquiera cuando estuviste frente a Hartórala? Sé lo que allá viviste y con qué embeleso escuchabas al ministro canadiense que mentía y mentía. El Estado canadiense no regula las operaciones mineras canadienses en el extranjero. El establecimiento de mecanismos de rendición de cuentas en materia de derechos humanos y ambientales para las empresas extractivas canadienses es una reivindicación de la sociedad civil canadiense de hace muchos años, pero no lo son.
Desde un punto de vista global, el impacto ambiental del sector está creciendo constantemente. La industria explota yacimientos cada vez más grandes, incrementando el volumen de insumos empleados (agua, energía y productos químicos) y aumentando, exponencialmente, los desechos producidos.
— Y tú, pensando en mi novia, carajo. ¿Crees que no sé lo que elucubra tu perversa mente licuada con tus bajos instintos?
— ¡Baaah! eso no es nada. Un pensamiento verdaderamente perverso es aquel que llega con ideas de traicionar a su pueblo y eso sí no te lo vamos a permitir. No lo dudes ni me vengas con celos cojudos —Enrique estaba molesto.
— Te dije que no tomaras el agua. La culpa la tienes tú.
De pronto, Oswaldo y Enrique, sorprendidos miraron, al mismo tiempo, el botellón de vidrio. El agua que había allí estaba en plena ebullición como si el botellón estuviera sobre una hornilla de fuego.
— ¡Cuidado! —gritó Oswaldo tirando, al mismo tiempo, el maletín al suelo, se abalanzó contra Enrique que estaba más cerca al botellón de vidrio.
El botellón de hizo trizas y la explosión afectó principalmente al televisor cuya pantalla se partió en dos. Oswaldo y Enrique miraron asombrados lo sucedido. Vidrios y agua desparramados por el suelo y la cama. Sus ojos, en el momento en que se ponían de pie, se encontraron. Parecían dos desconocidos. Al verlos cualquiera hubiese pensado que sucedería una gran pelea. No fue así. Los brazos de ambos se abrieron y se cerraron en largo abrazo.
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— Disculpa, primo —dijo Oswaldo.
— Disculpa, primo —susurró Enrique.
Después, como si se hubieran puesto de acuerdo, exclamaron:
— ¡Conga no va, ni hoy, ni nunca!
SOBRE EL COLUMNISTA
José Luis Aliaga Pereira
Nació en 1959 en Sucre, provincia de Celendin, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendín, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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